¿Quiénes son?
He leído con mucho interés el debate del pasado domingo sobre ¿Por qué los intelectuales de izquierda se hacen de derechas?, con las contribuciones de Ignacio Sotelo y Paco Fernández Buey. Es curioso que apenas se planteen jamás los casos contrarios, que, como bien dice Sotelo, son más raros y más atractivos. Bueno, en España no tan raros, porque de la derecha muy derecha vinieron no sólo Aranguren, sino también Manuel Sacristán o Carlos París (en el País Vasco tenemos ex requetés que se han hecho proetarras y alcaldes franquistas que luego lo fueron de Batasuna, pero llamarles intelectuales sería insultarles... a ellos y a los intelectuales). Se da por sentado que los izquierdistas se pasan a la derecha siempre por intereses mezquinos o degeneración neuronal, mientras que quienes siguen el camino inverso son movidos por altos ideales o puro convencimiento racional. En último término, todo se reduce al principio teleológico de Aristóteles según el cual cada cosa busca finalmente su lugar natural. Y ¿cuál va a ser el lugar natural de un intelectual sino la izquierda?
Pero no es de esto de lo que quería hablar, sino de cómo honrar mejor a esos "intelectuales de izquierda que se han mantenido leales", según dice Fernández Buey. Son, en efecto, quienes luchan hoy por "la democracia participativa, la diversidad en la igualdad, la economía social económicamente fundada y los anhelos de los anónimos a los que un día llamamos pueblo". Concretando, supongo que se habrán distinguido contra el etnicismo nacionalista que en el País Vasco ha llevado al terrorismo, habrán figurado durante todos estos años sin desfallecer junto a las víctimas -fueran del partido que fuesen- defendiendo el Estado de derecho aunque les llamasen "españolistas" o cosas peores, no habrán faltado a ninguna manifestación en Euskadi contra ETA y jamás habrán coqueteado con la mal llamada "izquierda abertzale", pues ellos saben, como yo, que son tan de izquierdas y revolucionarios como Ramiro Ledesma Ramos. Bien, ruego a Paco Fernández Buey que me recuerde cinco o seis nombres de estos insobornables, tomados de su propio entorno para que le resulte más fácil. No se los pido por morbo malsano, sino porque quiero enviarles mi felicitación las próximas navidades.
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