Puro deporte
Atenas cerró ayer con buena nota unos Juegos Olímpicos que arrancaron en situación crítica, amenazados por la inseguridad que azota al planeta y por alarmantes noticias sobre el dopaje, la cara más sucia del deporte. Desmintiendo los malos augurios, Atenas, la cuna de los Juegos, ha contribuido a la regeneración olímpica. Bajo la inquietante escolta de más de 70.000 policías y soldados, aviones Awac y misiles Patriot, los Juegos se han desarrollado de forma serena, con aire festivo, como merece el evento más universal del globo. Atenas ha sabido organizar estos Juegos con una serenidad decisiva para que haya primado la competición por encima de todo, como debe ser.
El Comité Olímpico Internacional también ha contribuido lo suyo. Ante sus primeros Juegos, Jacques Rogge, el presidente de la familia olímpica, ha aplicado una tolerancia cero al dopaje y no se ha dejado enredar ante el caso Kenteris, el ídolo griego que se negó a pasar un control antidopaje. Con la expulsión del héroe local se emitió un nítido mensaje. Pero aún queda camino que recorrer en este capítulo, como demuestra el hecho de que casi el triple de deportistas que hace cuatro años en Sidney han sido descalificados por dar positivo.
En el plano deportivo, los Juegos han tenido un alto nivel, sobre todo en sus dos disciplinas más distinguidas, la natación y el atletismo. Fantástica ha sido la actuación del nadador estadounidense Michael Phelps, ganador de ocho medallas, y soberbio el logro del marroquí Hicham el Guerruj, doble campeón de 1.500 y 5.000 metros, sin duda, los dos héroes de Atenas.
En cuanto a España, las 19 medallas obtenidas, dos más que en Atlanta 96 y ocho más que en Sidney 2000, expresan un buen resultado en términos cuantitativos, pero matizable en los cualitativos. Que se hayan conseguido en 9 de las 29 modalidades olímpicas revela una interesante atomización del deporte español. Pero inquietante resulta que en las disciplinas de equipos ninguna de las selecciones españolas haya pasado una sola eliminatoria, algo que no sucedía desde Seúl 88.
Ahora bien, la obsesión por las medallas no debe demorar la reflexión sobre algunas cuestiones. Doce años después, España sigue sin alcanzar el techo de Barcelona 92 (22 medallas), y ya es hora de saltar la barrera. Quizá los límites se deban a deportes que hace años que van cuesta abajo, como la natación, impropio de un país en clara progresión en otros aspectos. También ha habido fracasos rotundos en deportes tan arraigados como el tenis y el ciclismo en carretera, incluso de las artes marciales, semillero de medallas en otras ocasiones. Las señales más positivas las ha emitido la gimnasia, en la que España ya se ha hecho un hueco en la élite, al igual que en la vela, el ciclismo en pista, la hípica y el piragüismo. España deja Atenas con tres nombres propios: Gustavo Deferr -oro en gimnasia-, el doble medallista de piragüismo David Cal y el baloncestista Pau Gasol, un enorme profesional capaz de suscitar alrededor de su equipo una extraordinaria atención popular.
Es tarea del Gobierno corregir algunos déficit, como la falta de coordinación entre el Consejo Superior de Deportes y las autonomías y, sobre todo, reforzar el deporte escolar y universitario. En los últimos tiempos, los mediocres resultados en categorías juveniles induce a pensar que el sistema educativo español es poco enérgico con el deporte. Quedan cuatro años por delante para afrontar la cita de Pekín -China, por cierto, ha sido segunda en el medallero, sólo superada por Estados Unidos, lo que refleja su apuesta-, sin perder de vista el ilusionante reto de Madrid 2012.
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