Obama y Afganistán

Barack Obama no accede por el momento a aumentar el número de soldados estadounidenses en Afganistán, según le vienen reclamando los máximos responsables militares de la operación. En un memorando confidencial del mes pasado, el general McChrystal, comandante en jefe sobre el terreno, explicaba que sin nuevas tropas antes de un año -varios miles más- se corre el riesgo de perder la guerra iniciada en 2001.

El presidente de Estados Unidos, que se desdice así de sus declaraciones como candidato, justifica este cambio de postura argumentando que es preciso reformular la estrategia seguida hasta ahora como paso previo para determinar las fuerzas necesarias para llevarla a cabo. La sensación cada vez más generalizada es que las dificultades que están atravesando las fuerzas internacionales en Afganistán no se deben sólo a la insuficiencia de medios; existiría, además, una indefinición de los objetivos militares y de los pasos previstos para alcanzarlos. En el país centroasiático, al que el Gobierno español enviará 200 soldados más, la guerra no deja de acrecentarse y las víctimas civiles se multiplican.

El desarrollo de las elecciones presidenciales de agosto, en las que Hamid Karzai fue reelegido sin necesidad de segunda vuelta y con una escasa participación, ha provocado frustración en la Casa Blanca. Las fundadas denuncias de fraude, que han obligado a un recuento parcial de los votos, todavía en marcha, constituyen un desprecio del esfuerzo militar de Estados Unidos. Pero probablemente el factor más relevante en la reconsideración por la Casa Blanca del envío de más tropas es la rapidez con que se desvanece en EE UU el apoyo por la guerra, sumada a la controversia que ésta suscita entre los asesores presidenciales. Un clima de opinión que coincide con el escaso y cada vez más tambaleante compromiso de los aliados europeos de Estados Unidos.