Noticias de Portugal
La encuesta de la revista portuguesa que pone de relieve la existencia de un significativo número de portugueses interesados en la construcción de la unidad ibérica, ha causado sorpresa en la opinión española. El iberismo ha sido visto, con fundamento, como un fenómeno del siglo XIX, íntimamente ligado al colapso de los imperios americanos y a una revolución liberal que permitió que la integración ibérica rivalizara en el escenario europeo con los proyectos de unificación de Alemania e Italia. El siglo XX conocería la crisis de un ideal iberista que si en España tendría cultivadores, en Portugal daría paso a una afirmación de su Estado, empeñado en ver en España, pese al desmentido de unas pacíficas relaciones históricas, el potencial enemigo a su soberanía. El indicio de la recuperación del sentimiento iberista en Portugal en los inicios del siglo XXI pone de manifiesto que la empresa española sigue teniendo un crédito del que la influencia de nuestros nacionalismos periféricos nos ha hecho dudar en algún momento. Lo cierto es que la nación española ha mostrado en el último tercio del siglo XX una vitalidad que apenas puede ser puesta en cuestión por los debates impulsados por los sectores de opinión de propensión secesionista presentes en la vida española.
Son tres los pilares sobre los que se asienta el éxito de España en este último periodo de nuestra historia. Nuestro país supo, en primer lugar, llevar a cabo un proceso de transición exitoso y eficaz del régimen dictatorial a la democracia. Contra los pronósticos pesimistas presentes en el inicio de esa transición, en el momento del cambio la sociedad española desplegó manifestaciones de madurez, de moderación, de buen sentido, que permitieron en relativamente poco tiempo el restablecimiento de la democracia entre nosotros. Con independencia del reconocimiento debido a los agentes políticos de esta transición, hay que recordar que fue la sociedad española la que impuso las pautas que hicieron posible un cambio pacífico y sin traumas. En pocos momentos de nuestra vida política reciente se ha gobernado con tanta atención y provecho a las indicaciones de la opinión pública. Una vez recuperada nuestra historia liberal-democrática, y una vez incorporados a un proceso de construcción europea que había sido una bandera recurrente de nuestra tradición reformadora, España ha llevado adelante un proceso de reformas económicas y sociales que nos han llevado a nuestra situación actual. El buen negocio que ha supuesto nuestra restablecida democracia es hoy un dato indiscutido dentro y fuera de España. En paralelo a este éxito económico y social, y en coexistencia con un proceso de reforma de la planta política del Estado sin precedentes en nuestra historia contemporánea, la sociedad española ha vivido un proceso de densificación de sus relaciones culturales, sociales y vitales inigualable en el conjunto de nuestra historia. España es hoy una realidad sentida cotidianamente por el grueso de los españoles. Nunca nos habíamos conocido tan intensamente. Nunca los españoles habíamos tenido un conocimiento tan directo de los paisajes y los hombres de nuestra nación como actualmente tenemos. Nunca nuestra sociedad había estado tan imbricada en una perspectiva económica, social y cultural. A medida que en la esfera política aumentaba el debate sobre nuestra condición nacional y sobre la viabilidad del Estado común, mi impresión es que la nación se ha hecho paradójicamente más densa, más real, en la vida cotidiana de los españoles.
No es extraño que en estas circunstancias, un sentimiento filoespañol tome cuerpo en la sociedad portuguesa. España ha puesto de manifiesto su capacidad para impulsar la modernización económica y social con el respeto a un pluralismo cultural y político del que es garante la Constitución de 1978. Y así un sector de la opinión portuguesa contempla la hipótesis de su unión con España sin temor a los riesgos de una absorción cultural y lingüística que tanto peso pudieron tener en el pasado.
En ese pasado, el catalanismo político manejó la hipótesis del "premio portugués" como acicate para la aceptación de sus proyectos de reformulación de la planta política del Estado. Se trató de una táctica política paralela a la de la generalización de las demandas autonomistas en el conjunto de España como garantía para la construcción de un espacio político catalán. Consumada la reforma territorial de nuestro Estado, hoy se trata de proyectos políticos sin futuro. El que sí lo tiene, es el mensaje derivado de la opinión de un sector de la opinión portuguesa. Se trata del mensaje de confianza en una España integrada en la vida europea como marco confortable para el futuro económico, social y político de la gran mayoría de los españoles. Suponiendo que la manifestación de este sector de la opinión portuguesa no se concrete en nada, quedará, sin embargo, lo que la misma significa de confianza en una nación española como comunidad política capaz de seguir prestando importantes servicios al Estado y a la sociedad de los españoles. La conclusión que se deriva de este renacer del sentimiento iberista en Portugal es la confirmación de que un Estado en buena ventura será siempre capaz de integrar las eventuales tensiones secesionistas en el conjunto español.
La sociedad española, insisto que con independencia de que el pronunciamiento de este sector de la opinión portuguesa no se concrete en decisiones políticas, tiene en él un buen motivo de agradecimiento a Portugal. Estamos ante un país hermano, encantador, que a los ciudadanos españoles nos recuerda por tantos conceptos al País Vasco-francés. Se trata en ambos casos de una prolongación de España y en concreto del País Vasco desprovista de los accidentes menos amables de nuestra vida cotidiana. La manifestación de la opinión portuguesa nos pone a los españoles en deuda con una sociedad que nos recuerda nuestra viabilidad como Estado y como nación. Es necesario mantener entre nosotros un iberismo débil, interesado en incrementar las relaciones de todo tipo con Portugal. Si este iberismo débil puede transformarse en la recuperación de un iberismo fuerte, lo tendrá que decir el tiempo y la sociedad portuguesa. Pero, de momento, la sociedad española tiene que agradecer a la portuguesa esta confianza puesta en el futuro de España.
Andrés de Blas Guerrero es catedrático de Teoría del Estado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.