Muros infranqueables
Hay para todos los gustos. De hormigón, de rejas, con o sin alambradas de púas, de alambradas simples, de arena, con o sin radar, con nombre de zona tampón o no man's land; y hasta virtuales, último grito de la moda en esta institución que parece ir de la mano de la globalización. Son los muros, erigidos para dividir, para impedir migraciones, para proteger a quienes tienen algo que proteger. Muros entre países, dentro de un mismo país, cruzando ciudades para aislar barrios enteros, comunidades; muros en el desierto, o muros y barreras infranqueables en torno a moradas o grupos de moradas privilegiadas como en Estados Unidos, en Israel, pronto en Europa.
Después de 1989 y la caída del muro de Berlín, se habría dicho que ya nunca más habría esas cosas y que podíamos olvidarnos de las que todavía existían. Pero el censo realizado por el geógrafo Michel Foucher, publicado en La Presse de Montreal, Canadá, ya no permite no saber. En el mundo existen actualmente 17 muros o barreras infranqueables entre países por un total de 7.500 kilómetros, aunque llegarán a alcanzar los 18.000 kilómetros cuando estén terminados.
Son el perfecto paradigma de lo que la humanidad no quiere ni oír hablar, o sea de la igualdad
"Nunca, desde la Edad Media, ha habido tanta demanda de muros", escribe el diario británico The Guardian refiriéndose a los antiguos guetos y demás fantasías. Y afirma Michel Foucher: "Hoy se han endurecido las prácticas fronterizas".
Todos tienen presente el muro que separa Israel de Palestina, cuya sola sección cisjordana le cuesta al Gobierno israelí más de un millón de dólares por kilómetro. Está fortificado por paredes de hormigón de ocho metros, con torres de control cada 300 metros, y está bordeado por zanjas de dos metros de profundidad, alambradas de púas y carreteras. Es un muro que satisface medidas de seguridad pero que, de hecho, ha permitido la anexión de tierras palestinas. Un muro de la vergüenza condenado por la Corte Internacional de Justicia, que ondula sobre las colinas cisjordanas fuera del trazado oficial de la frontera y revela la voluntad de imponer un nuevo mapa político de los dos países.
A pocos kilómetros de San Diego, a caballo sobre la frontera entre México y Estados Unidos, existía un Friendship Park, Parque de la Amistad, con sus mesas de pic-nic, algunos viejos robles y una vista impresionante sobre el Pacífico. Símbolo de paz y fraternidad entre los pueblos, el parque fue inaugurado en 1972 por Pat Nixon, quien pidió que se cortara la alambrada que marcaba la línea fronteriza. Los mexicanos emigrados podían encontrarse allí con sus familias de México por el tiempo de un almuerzo o una conversación. Hoy el Friendship Parkestá clausurado. Grúas y tractores erigen en su lugar tres muros paralelos de cinco metros de altura. Sólo se acercan unos pocos manifestantes y algunas familias para "conversar silenciosamente" mediante signos con grupos del otro lado a 300 metros de distancia. Para ello se sirven de gemelos, y se traducen los "signos" a las familias.
El muro de Melilla es uno de los más jóvenes. En 2005, para poner freno al flujo migratorio de África a Europa, la alambrada fue duplicada, aumentada hasta los seis metros y complementada con madejas de alambre de púas entre las dos paredes. Vaya uno a saber a qué cabeza enfermiza se le ocurrió poner "concertinas" -que fueron afortunadamente eliminadas en 2007-, o sea cuchillas, en la parte superior del vallado interior que separa Melilla de Marruecos y que ocasionaba terribles heridas.
Paradójicamente, uno de los muros más caros está hecho de arena. Es la Gran Muralla de Marruecos, alzada en el desierto en el año 1980 para impedir las incursiones del Frente Polisario, que reclama parte del territorio. Dos filas de terraplenes de arena a lo largo de 2.720 kilómetros, reforzadas con controles militares, minas y alambradas. Hacen falta cerca de 120.000 soldados para custodiar esta barrera de arena, cuyo mantenimiento cuesta dos millones de dólares por año.
Uno de los reinos más ricos del mundo está confinado dentro de sus propios muros. Por temor a los terroristas del Yemen en el sur, y miedo de Irak en el norte, Arabia Saudí edifica, desde 2007, la barrera más moderna a lo largo de su frontera con Irak. Estará dotada de un sofisticado sistema de vigilancia por radar, capaz de captar toda intrusión por tierra, mar o aire a lo largo de sus 5.000 kilómetros, y costará alrededor de 10.000 millones de dólares.
Y luego está Chipre. Desde que el general Young trazara en el mapa su famosa línea verde que divide la isla y la capital. Hoy, esta línea de 180 kilómetros está patrullada por cascos azules de la ONU, es infranqueable e impide toda relación normal entre chipriotas turcos y chipriotas griegos. Todo no está perdido, sin embargo, porque, como en Israel, se habla con entusiasmo de negociaciones.
Y están también las ciudades como Bagdad, cuyos habitantes nunca quisieron un muro pero que tienen varios, erigidos por el Ejército de Estados Unidos para dividir las comunidades chiitas de las sunitas.
En esta categoría de muros interiores, hay que citar la de la ciudad de Padua, en Italia, alzada para aislar un barrio de inmigrantes africanos. Y también los proyectados para Río de Janeiro en torno a ciertas favelas.
En Belfast, supuestamente pacificada, hay por lo menos 88 muros de paz que desarticulan la ciudad, muros que ni los católicos ni los protestantes quieren derribar, porque el miedo subsiste.
Se aducen a veces los pretextos más originales, como el que esgrime Botsuana para instalar una barrera electrizada que impida el paso de un ganado supuestamente enfermo de fiebre aftosa proveniente de Zimbabue. Nada se dice de los miles de emigrantes que intentan pasar a una Botsuana más rica.
Evidentemente, uno piensa en esos miles de familias divididas, o simplemente imposibilitadas de toda relación humana normal con sus vecinos. ¿Qué decir de las familias guetizadas voluntariamente por miedo a los ladrones, los terroristas, los jóvenes, en fin, la gente del planeta? Es el caso de miles de ricos, jubilados o no, de las gated communities, comunidades cerradas, en Estados Unidos, concebidas para preservar un tren de vida que podría herir la sensibilidad de los habitantes de los barrios más problemáticos que los rodean. Hay más de un centenar en torno a Los Ángeles, vigilados las 24 horas del día.
Por cierto, el mercado de muros está en plena expansión, codiciado por las mayores fábricas de armas del mundo. Los contratos son por miles de millones e incluyen las técnicas más refinadas. El año pasado, Boeing construyó una barrera virtual de 45 kilómetros entre México y Arizona; no es un muro físico pero reúne las condiciones de un muro, mediante sensores térmicos, detectores de movimiento y radares de vigilancia. Uno piensa en Plan de evasión, de Bioy Casares. Según el investigador Julián Saada, de Montreal, "la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos estima que el costo de asegurar las fronteras, entre hoy y 2015, será de 178.000 millones de dólares". Quizás lo uno explique lo otro...
Sin embargo, la suma parece muy grande... por poca cosa, puesto que los inmigrantes siguen inmigrando y los terroristas y delincuentes de todo tipo no cesan de perfeccionar sus propias técnicas.
Vistos así, esos muros son el perfecto paradigma de lo que la humanidad no quiere ni oír mencionar, o sea la igualdad. Con la excepción del frío terrorismo fundamentalista, siempre se trata de proteger esos continentes, países, comunidades, barrios, o familias que "poseen más" contra los que "poseen menos".
"Las desigualdades no son sólo las del ámbito del dinero, sino las del riesgo, el cuidado, la felicidad, la libertad de pensar y de actuar. El abanico de posibilidades de acción en el que se basa una vida humana", como escribe el filósofo Yves Michaud. "Hay gente que no tiene idea de que otra vida sea posible".
Nicole Muchnik es periodista y pintora.
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