De Merkel a Zapatero
El miércoles 23 de julio, José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno de España, y Angela Merkel, canciller de la República Federal de Alemania, comparecieron en sendas conferencias de prensa en Madrid y Berlín. Ambos se refirieron extensamente a la situación económica de sus respectivos países.
Al día siguiente, el influyente Financial Times dedicaba el titular principal de portada a lo dicho por la canciller: "Merkel avisa del frenazo alemán". No sólo eso: también se refirió la dirigente germana a las duras medidas, incluida la reforma del mercado laboral, que le parecían necesarias para revitalizar la economía. En cambio, el rotativo británico no dedicaba ni una línea a la comparecencia de Zapatero, quien también habló de la situación económica española para repetir por enésima vez su mantra de que, a pesar de eso que Blanco llamó un "problema de dificultades", la política social no va a sufrir ningún recorte y se va a cumplir con todos los compromisos. Y, eso sí, que no son de aplicación las recetas derechistas del PP, que sólo sabe recortar derechos sociales.
El Gobierno primero negó la crisis, después la minimizó y ahora quiere ocultar su coste
Los tiempos duros exigen políticos capaces de manejar la brújula
Me parece que esa diferencia de eco indica que el diario de referencia económica europeo sabe distinguir lo relevante de lo banal, las declaraciones de importancia política y económica, y las insustancialidades demagógicas. En definitiva, la expresión de liderazgo y la de ausencia de él.
Zapatero se está comportando ante la crisis como lo contrario de lo que pretende ser, un líder reformista. Merkel, en cambio, que no presume de ello, provee un claro ejemplo de ese reformismo. El líder reformista va dos pasos por delante de los problemas, los explica con claridad a la sociedad, no le oculta las dificultades ni los costes. El dirigente populista primero intenta esconder el problema, después intenta atenuarlo y, por último, se aplica a ocultar su coste. Cualquier cosa antes que renunciar al rostro simpático, y a decirle a cada uno lo que le resulta grato escuchar.
A mi juicio, Zapatero se equivoca y hay que preguntarse en qué tipo de cálculo reposa su error. Se me ocurre alguna explicación conjetural: o bien le han contado que la crisis no es para tanto, o bien le han dicho que su duración va a ser tan corta que no va a influir en el ciclo electoral, o, bien -y esto me cuesta más creerlo- es un true believer en las virtudes taumatúrgicas del buen rollito y se cree en serio que el optimismo crea puestos de trabajo.
En cualquiera de los tres supuestos, su comportamiento no tiene sentido, ni siquiera táctico. Porque en lo que más gravemente se equivoca Zapatero es en su valoración de la inteligencia de los destinatarios.La misma historia electoral española reciente brinda ejemplos contundentes de que un Gobierno puede ganar unas elecciones en un marco económico adverso, sin necesidad de recurrir al disimulo y al enmascaramiento de la realidad. Felipe González ganó -es verdad que apurada-mente- en 1993, en el peor escenario económico de los últimos años, con la economía en recesión, con tres devaluaciones de la peseta antes de las elecciones y con una tasa de paro del 22% (3,3 millones de parados) en la fecha electoral. No porque la gente no supiera de la gravedad de la situación, sino porque consideró entonces -no así tres años después, bajo condiciones económicas menos tensas- que en tiempos de tanta tribulación la mudanza suponía demasiado riesgo.
La opción inicial del Gobierno en la situación actual, la negación de la crisis, o la segunda línea de defensa, su minimización, son no sólo de corto alcance, sino algo mucho peor: cuando la realidad acaba haciendo estallar las costuras del disfraz con que se la ha pretendido mantener oculta, se lleva por delante no sólo el crédito pasado de los simuladores, sino el futuro. Lejos de aumentar el optimismo, desata un pesimismo mayor: "¡Qué no habrá de verdad, cuando con tanto esfuerzo lo ocultan!".
Ahora estamos entre la fase segunda (minimización) y la tercera fase, la de las soluciones indoloras. Esta estrategia es mala desde el punto de vista de la pedagogía democrática y peor desde el de la política económica. Esto es, instala en una parte de la ciudadanía -probablemente menor de lo que cree Zapatero, pero ésa es otra historia- la idea de que un Estado omnipotente puede vivir al margen de la capacidad que le dan los recursos que detrae y puede hacer las mismas cosas si ingresa mucho o si ingresa poco. Hasta un cierto punto puede hacerlo, pero a un elevado coste: endeudándose y, por tanto, trasladando a las futuras generaciones el coste de su actual prodigalidad. Pero más allá de ese punto, simplemente no puede, ni siquiera endeudándose. Primero, porque no le deja el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Pero, segundo y más importante, porque en las condiciones financieras actuales, vivir de prestado va a ser más difícil, si no hay quien te preste o, en todo caso, te van a prestar mucho más caro.
Pero el coste mayor es, por así decirlo, moral: esta atosigante insistencia en que se va a mantener el gasto social sean cuales sean las circunstancias es un pésimo mensaje sobre todo para los ciudadanos a quienes en apariencia se dirige, los más desfavorecidos: no os preocupéis de nada, que aquí está Zapatero para remediarlo. Pues no, justamente esos ciudadanos, como todos, deben entender que en momentos como éste tienen que comprometerse como todos y esforzarse más por salir de su situación.
Y está además el coste económico. Simplemente, dos medidas sociales, de esas que no van a ser tocadas según el Gobierno y que, por tanto, se van a incorporar a la base de coste del Estado para el futuro, los 2.500 euros (que son en realidad más bien 2.750 euros de media, dada la proporción de monoparentalidad y otras causas de incremento del premio de natalidad) y la devolución fiscal universal de 400 euros suponen un coste global de más de 7.200 millones de euros, un 0,7% del PIB.
Ese coste en dos medidas universalistas, que no discriminan por la capacidad económica de los contribuyentes y, en la medida que lo hacen, lo hacen a favor de los que más tienen, ya se come, en una teórica situación de equilibrio presupuestario, casi la cuarta parte del déficit máximo tolerable. Bien es cierto, para ser justos, que, sobre todo en la medida de los 2.500 euros, no se ha oído una sola voz política discordante, lo que indica que la tentación populista anida en todo el espectro político.
Los tiempos antipáticos no se pueden afrontar con simpatía (o sólo con simpatía). Estos tiempos son los que exigen políticos capaces de manejar la brújula, aunque no todos quieran ir al Norte si el camino es cuesta arriba, en lugar de políticos que sólo miran a la veleta de la opinión pública y su cambiante viento. La sonrisa permanente, cuando vienen mal dadas, se convierte en la sonrisa del Joker. Y puedes acabar como el pobre Heath Ledger...
José Ignacio Wert es sociólogo y presidente de Inspire Consultores.
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