Laboristas y conservadores en la era de Gordon Brown
El largo adiós ya ha terminado, y Gran Bretaña cuenta con un nuevo primer ministro. Tony Blair se ha ido. ¿Desaparecerá con él la filosofía política que le caracterizó, la Tercera Vía?
La Tercera Vía es una etiqueta que designa la necesidad de poner al día el pensamiento de centro izquierda dadas las grandes transformaciones que está experimentando el mundo y, sobre todo, la influencia de la globalización, la interdependencia creciente de la economía mundial.
La Primera Vía es la izquierda socialdemócrata tradicional, que dominó las ideas y las prácticas políticas en el primer periodo de posguerra. Sus bases son la economía keynesiana y la noción de que el Estado debe sustituir al mercado en áreas fundamentales de la vida económica. Esta perspectiva fracasó a medida que la economía se globalizó y empezó a reconocerse que el Estado, muchas veces, es ineficaz, torpe y burocrático. La Segunda Vía es el thatcherismo o fundamentalismo del mercado; la convicción de que es preciso extender al máximo el ámbito del mercado, porque éste es quien distribuye los recursos de forma más racional y eficiente.
El thatcherismo produjo algunas innovaciones importantes y fue importante a la hora de restablecer la competitividad británica. Pero murió de muerte natural, cuando se hicieron visibles sus limitaciones. Durante los años de Thatcher, la pobreza y las desigualdades aumentaron más en el Reino Unido que en prácticamente cualquier otro país desarrollado. Y las inversiones en servicios públicos se fueron a pique. Era, pues, absolutamente necesario buscar una tercera alternativa, una estrategia política que tratase de conciliar la competitividad económica con la protección social y la lucha contra la pobreza.
Algunos han considerado que la Tercera Vía era un nombre para los titulares, un truco de relaciones públicas sin más, un punto de vista político vacío de contenido sustancial. Esta opinión está muy equivocada. El laborismo ha ganado tres elecciones sucesivas por primera vez en su historia, y muy bien podría ganar la cuarta, precisamente porque la Tercera Vía está llena de contenido. Seguramente, Gordon Brown no utilizará el término, y yo mismo he dejado de usarlo por todo lo que se ha malinterpretado. Pero Brown no va a volver al viejo laborismo, y no cabe duda de que utilizará -y seguirá desarrollando- la estructura fundamental del pensamiento político de la Tercera Vía.
Dicha estructura se basa en una serie de principios estratégicos clave, bien diferenciados del pensamiento de izquierdas tradicional. El primero es: apoderarse del centro político. Ningún partido socialdemócrata puede triunfar hoy si pretende atraer a una clase determinada. Lo importante es tratar de mover el centro de gravedad político hacia la izquierda. En los diez últimos años, el laborismo ha sabido hacerlo.
El segundo principio es: asegurar la fortaleza de la economía. Garantizar más justicia social significa contar con una economía más sólida, no al revés. Como es natural, éste ha sido uno de los puntos fuertes de Gordon Brown. Los gobiernos laboristas anteriores, casi sin excepción, acabaron en crisis económica a los pocos años de tener el poder.
El tercer principio es el de hacer grandes inversiones en los servicios públicos pero insistir en que vayan acompañadas de reformas destinadas a hacer que dichos servicios sean más eficientes y transparentes y tengan más capacidad de reacción. Para ello son esenciales la posibilidad de elección y la competencia.
El cuarto principio es crear un nuevo contrato entre el Estado y los ciudadanos, que incluya tanto derechos como responsabilidades. El gobierno debe proporcionar los recursos necesarios para ayudar a la gente a construir su propia vida; pero la gente debe cumplir con su parte del pacto. Por ejemplo, hasta ahora, las prestaciones de desempleo eran un derecho incondicional. Ahora bien, esa situación invita a no asumir ninguna responsabilidad personal y tiene el efecto de impedir el acceso de los trabajadores a determinados puestos de trabajo. Las personas que pierden su empleo deben responsabilizarse de buscar trabajo y, al mismo tiempo, deben tener la posibilidad de actualizar su formación cuando lo necesiten. Es una estrategia que ha demostrado su eficacia. Gran Bretaña posee uno de los índices de empleo más elevados del mundo, y por encima de un salario mínimo en alza.
Por último, el principio más controvertido -aunque crucial para el éxito del laborismo-: no permitir que la derecha política monopolice ninguna cuestión, una posición en la que Brown también se mantendrá. La derecha suele dominar siempre en áreas como el orden público, la inmigración y el terrorismo; tenemos que buscar soluciones de centro izquierda a estos problemas. Dadas las repercusiones que tiene el hecho de vivir en un mundo más globalizado, es preciso que encontremos un nuevo equilibrio entre las libertades civiles y la seguridad.
Gordon Brown seguirá recurriendo a la Tercera Vía, igual que, en la práctica, lo hacen hoy todos los líderes de centro izquierda del mundo entero a los que les va bien. Eso no significa que no vaya a buscar nuevas estrategias y hacer cambios. No tiene más remedio. Como dijo él mismo, "se han cometido errores"; no sólo uno catastrófico en política exterior, sino también muchos en los asuntos nacionales. Por ejemplo, el laborismo no ha actuado suficientemente contra las desigualdades, y Brown tiene que volver a estudiar la cuestión de las libertades civiles. Pero no abandonará las ideas centrales que han transformado el rostro político del país.
Así que el pesimismo que era tan visible en las filas laboristas hace unos meses se ha evaporado. De pronto, con un nuevo líder y primer ministro, todo vuelve a parecer posible. Mientras tanto, los conservadores, que, hace poco, parecían acumular una ventaja amplia y sostenida en los sondeos, parecen vulnerables y sin rumbo. ¿Por qué?
Una explicación podría ser el previsible efecto Brown, un cambio meramente temporal de opinión debido a toda la atención que ha suscitado el traspaso de poderes en el gobierno del Reino Unido. Quizá Gordon Brown no aguante bien la transición al cargo de primer ministro. En otros países ha habido casos (el más conocido es el de Paul Martin en Canadá) de políticos que habían tenido éxito como ministros de Hacienda y, sin embargo, fracasaron al hacerse cargo del mando supremo. Ahora bien, David Cameron haría mal en fiarse de esa posibilidad. Brown es un político excepcional. En encanto y atractivo personal no es Blair, pero, a estas alturas, es posible que los electores prefieran otro estilo de liderazgo, y Brown podría ser la persona adecuada para proporcionarlo.
Lo que tienen que hacer los conservadores es revisar seriamente su estrategia. Cameron ha sido una inyección de aire fresco en el partido. Muchos de los cambios que ha hecho eran necesarios. El thatcherismo está muerto; Blair ha vencido nada menos que a cuatro rivales conservadores que se empeñaron en seguir siendo thatcheristas.
Pero Cameron parece haber creído que el nuevo laborismo triunfó porque supo manipular la opinión pública, que todo su fundamento eran las relaciones públicas y las frases para titulares. Es una idea muy extendida, pero está muy equivocada. Desde el principio, la base del nuevo laborismo fue una agenda política detallada y sólida, que se basaba en un análisis serio y minucioso del mundo en transformación.
No veo un análisis similar en los discursos de David Cameron. Cualquier gran transformación en política tiene unas bases intelectuales. Por ejemplo, el thatcherismo se construyó a partir de importantes revisiones de la teoría económica. Se desecharon las ideas keynesianas y se dijo que el Estado de bienestar estaba creando unos ciudadanos pasivos y dependientes. Cameron necesita una contribución intelectual más seria y constante a sus ideas.
Por último, es fácil ver todos los defectos que tiene un concepto de los conservadores, la responsabilidad social, a la que David Cameron da tanta importancia. Pretende que este concepto sea la línea de separación entre conservadores y laboristas. Brown, afirma Cameron, cree en el gobierno desde arriba y en el gran Estado, mientras que los conservadores quieren transferir el poder a la gente de la calle, en particular a través de grupos no gubernamentales como las asociaciones de voluntariado.
En primer lugar, es muy posible que Brown eche por tierra las expectativas y se dedique, él mismo, a promover una transferencia radical de poderes. Ya ha dado señales de ello al aceptar -aunque con retraso- las academias municipales, y va a hacer lo mismo con los hospitales controlados por fundaciones. Pero más importante aún es el hecho de que no se han estudiado debidamente las repercusiones de la responsabilidad social en la estrategia política.
Hace poco di una charla en un think-tank conservador de Londres. Hablé sobre la importancia que tiene el cambio de estilo de vida como concepto en la política actual, en áreas que van desde el cambio climático hasta la salud. La reacción de un importante político que se encontraba entre el público fue decir que estamos de nuevo ante el Estado niñera y que la gente debe poder tomar sus decisiones sin que el gobierno interfiera con su propaganda. Dijo que no deberían existir prohibiciones de fumar, que los conductores sólo deberían llevar el cinturón si les apetece y que no deberían hacerse campañas sobre los hábitos alimenticios. Cuando le pregunté cómo era compatible eso con la responsabilidad social que él mismo había ensalzado unos minutos antes, no supo responderme. Es evidente que conseguir que la gente asuma más responsabilidad social por sus acciones significa cambiar su comportamiento. En aquella discusión, bastante exhaustiva, no oí ninguna sugerencia sobre cómo lograrlo.
Anthony Giddens es sociólogo británico. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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