Irán, a fuego lento
El poder de Jamenei se debilita a medida que se cuartea la unidad de la élite jomeinista
En Irán no se apaciguan ni la lucha por el poder ni la ira popular desatada por las elecciones presidenciales fraudulentas de junio pasado. Bien al contrario, en los últimos días convergen intermitentes protestas callejeras, sofocadas contundentemente, y la cada vez más vocal crítica de personajes relevantes de la élite clerical de la república islámica. El resultado es un creciente desafío a la autoridad del dirigente supremo, el ayatolá Alí Jamenei, que veinte años después de ejercer un poder tan arbitrario como incontestado parece tener cada vez menos la última palabra sobre los acontecimientos.
Esa dimensión pública sin precedentes de las discrepancias en la cúspide del jomeinismo otorga energías renovadas a la amorfa oposición de una sociedad joven que, por el momento, sólo se articula en la calle. Si el viernes el ex presidente Rafsanyani, todavía una de las más altas autoridades del Estado, certificaba en un sermón la crisis y reiteraba sus dudas sobre los resultados que renovaron el mandato del radical Ahmadineyad, esta misma semana ha sido otro ex presidente, Jatamí, el que ha pedido un referéndum sobre la legitimidad del Gobierno; y el reformista derrotado Musaví exige la liberación de los centenares de detenidos en las protestas que vienen sucediéndose desde las elecciones. Un Jamenei acosado comienza a adoptar posiciones tan extravagantes como acusar de traición a quienes se pronuncian en términos que "ayudan al enemigo". En un sistema cimentado sobre la uniformidad ideológica de la élite clerical, la pugna abierta socava a ojos vista el poder de Jamenei, cuyo sustento se desplaza inevitablemente hacia los Guardianes de la Revolución, el doctrinal cuerpo armado que representa la auténtica espina dorsal del régimen teocrático.
En Irán emerge una situación nueva y alentadora cuyo desarrollo es una incógnita. Pero la deconstrucción de un régimen falsamente monolítico abre ya un inquietante interrogante sobre un eventual diálogo nuclear con Estados Unidos. Ayer mismo, descartando que Teherán vaya a ser más fuerte o más seguro si se dota del arma atómica, Hillary Clinton esbozaba el probable guión estadounidense llegado el caso: un rearme de los aliados de Washington en el Golfo y un paraguas defensivo sobre la región. Nada que ver con lo que Obama aventuraba cuando a comienzos de año lanzó su ofensiva de encanto sobre los ayatolás.
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