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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Ineptitud y despilfarro en Venezuela

A pesar de que el precio del crudo está en los 100 dólares por barril, Venezuela es el país de América Latina donde la pobreza ha crecido más deprisa en la última década y la inflación alcanza el 25%

Ibsen Martínez

El 14 de febrero pasado, en Sabaneta de Barinas, población natal del presidente venezolano Hugo Chávez, una airada multitud irrumpió en el "Megamercal" y lo saqueó. "Mercal" es la denominación oficial de la red de mercados populares donde el Gobierno de Venezuela ofrece productos de la cesta alimentaria básica a precios subsidiados por los colosales ingresos petroleros de la última década.

Sabaneta hubo de ser tomada por más de 200 efectivos militares para impedir nuevos saqueos. ¿La queja general de los pobladores?: la administración de los centros de distribución gubernamentales está en manos de mafias que, en connivencia con las autoridades, violan los controles de precios, haciéndolos prohibitivos para los empobrecidos lugareños.

La administración de los centros de distribución gubernamentales está en manos de las mafias
Los hogares sin agua corriente han pasado del 7,2% al 9,4% en los años de la 'era Chávez'

"¿Qué rayos tiene el petróleo que envenena?" es la pregunta que muchos indonesios, nigerianos, argelinos, mexicanos, ecuatorianos, iraníes y venezolanos nacidos en el siglo XX se han hecho alguna vez, sin encontrar respuesta. La más feroz paradoja del petroestado, ese arquetipo de país rico, está en su incapacidad para capear las turbulencias que traen consigo las bonanzas, y en su propensión a azotar a sus ciudadanos con una lancinante e irónica calamidad: la pobreza extrema.

Que se registren saqueos en la patria chica de Hugo Chávez es, por ahora, un suceso aislado, pero muy reminiscente de los motivos que, en febrero de 1989, llevaron a las barriadas caraqueñas a entregarse durante tres días al saqueo de frigoríficos y automercados, en una sangrienta jacquerie que arrojó oficialmente 700 muertes. Menos de una semana antes del sabanetazo, la gerencia regional de ventas de coches Audi para Suramérica anunciaba, satisfecha, que desde enero pasado mi país lidera continentalmente las importaciones de sus modelos de lujo al absorber el 22% de las ventas. El modelo predilecto de los boliburgueses -como es llamada aquí la nueva casta de funcionarios y contratistas del Gobierno bolivariano-, es el SUV AudiQ7, cuyo precio es de unos 60.000 euros. Según la cámara venezolano-británica de comercio, el whisky premium representa casi un tercio -84 millones de euros en 2006- de las exportaciones del Reino Unido a Venezuela.

El desabastecimiento de alimentos como la leche, el pollo, el azúcar, los huevos o la harina de maíz precocida ocurre al tiempo que Venezuela atraviesa el boom global de precios del crudo más prolongado en toda la historia de la civilización petrolera. El culpable de toda esta pobreza en medio de la abundancia que abruma a Venezuela quizá no sea más que su condición de petroestado.

Los Estados petroleros no se parecen en nada a los países manufactureros o agrícolas del mundo industrial avanzado o en desarrollo, cuyos productos de exportación no son agotables, ni de propiedad estatal, ni tan estratégicamente importantes, ni tan "intensivos" en capital, ni se ven tan dominados por variables externas, como en el caso del petróleo.

El petroestado recauda ingentes recursos, cierto, pero crea a su vez poderosos e irresistibles incentivos para decidir clientelarmente a la hora de "redistribuir". Con ello, debilita sus propias instituciones y restringe perversamente las políticas públicas disponibles para combatir la pobreza, por ejemplo, o para asegurar educación y asistencia médica gratuitas a su población pobre. Ocurre en los petroestados que todo lo que, por sí solo, ya sería suficientemente malo, se agrava al estar expuestos, además, a una circunstancia inherente a la naturaleza misma del negocio petrolero: los ciclos; la alternancia de los booms y las sequías.

Algunos de los más ricos petroestados son países surgidos de la descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial, como Indonesia, Nigeria, o Argelia. Otros son repúblicas hispanoamericanas nacidas a principios del siglo XIX, como Venezuela, México y Ecuador. Distintos países, distintas formaciones sociales y económicas, distintas culturas, distintos regímenes políticos... y los mismos males. Las mismas ineptas respuestas con iguales nefastos resultados de endeudamiento y pobreza creciente. Sus gobernantes caen con frecuencia en fase maníaca y dan en exigir poderes especiales "para afrontar mejor" la contingencia feliz de un boom. Gracias a la bonanza, se dice, ahora al fin todo puede hacerse; en consecuencia, todo debe hacerse. Surgen así, sin orden ni concierto, nuevas tareas, nuevas metas, nuevas competencias, nuevas jurisdicciones y ministerios que libran entre ellos sangrientas batallas por el control de los recursos extraordinarios. Son batallas que debilitan aún más el ya débil tejido institucional, favorecen la concentración de poderes, el vacío legal, la discrecionalidad y la corrupción.

La mayoría de los venezolanos acepta que la causa remota del avasallante ascenso al poder de Hugo Chávez, ¡hace ya una década!, fue la grotesca corrupción imperante bajo la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez. Fueron aquellos los años de la frenética "Venezuela Saudita" que siguieron al embargo de precios decretado por la OPEP luego de la guerra del Yom Kippur.

Lo más cruel de todo esto es que, a pesar de que el precio del crudo ya roza los 100 dólares por barril, Venezuela sea hoy el país de América Latina donde la pobreza ha crecido más deprisa en la última década. Entre tanto, Chávez se ha convertido en una prodigiosa máquina de fabricar inflación -25%, la más elevada del continente- al estimular la demanda con su desaforado gasto público y restringir la oferta al perseguir al sector productivo privado.

Las cifras que a menudo citan los voceros del Gobierno bolivariano hablan de un descenso de la pobreza que va desde el 54%, en 2003, a un 27,5%, a comienzos de 2007. Impresionantes como puedan lucir estos números, la verdad es que tal "reducción de la pobreza" ocurre sólo en la falaz hoja Excel que Chávez muestra en su programa dominical. La razón es fácil de entender: el producto territorial bruto per cápita, ha crecido, en efecto, casi un 50% durante los últimos cuatro años, pero ello es debido a que el ingreso petrolero se ha triplicado desde entonces. Otras cifras, en cambio, resultan más violentas y evidentes: el porcentaje de bebés nacidos con un peso anormalmente bajo, por ejemplo. Se ha elevado de 8,4% a un 9,1% entre 1999 y 2006; esto es, durante la "era Chávez".

Un crecimiento igualmente descorazonador ha ocurrido con el porcentaje de hogares sin acceso a agua corriente que ha ido de 7,2% a 9,4%, o el porcentaje de familias que viven en chabolas con piso de tierra, triplicado en el mismo periodo. Obtengo estas cifras de un enjundioso trabajo sobre las promesas incumplidas de Chávez, (Foreign Affairs, marzo / abril 2008), elaborado por Francisco Rodríguez, profesor asistente de Economía de Estudios Latinoamericanos en la Wesleyan University.

La fisiología del petroestado explica porqué las "políticas sociales" de Chávez, tan elogiadas por sus valedores extranjeros, se limitan a repartir dinero con sectario criterio clientelar y suma ineficiencia asistencial. Y todo ello al tiempo que el país ha recibido en los últimos nueve años ingresos petroleros superiores a los 270.000 millones de euros. Otra conducta que, aunque parezca absurdo, suele desplegar el petroestado que atraviesa un boom, es acudir al crédito internacional para suplir los déficits que causa su improvidencia. Ocurrió ya en Venezuela durante los booms del pasado y actualmente ocurre de nuevo.

Todo lo anterior luce relevante al pensar que el petroestado populista, venezolano, monstruosamente despilfarrador e inepto y monstruosamente corrupto desde hace décadas, y al que Chávez quiso alguna vez combatir y desmontar tan sólo para heredarlo, sigue con vida.

Quizá mucho más que la ExxonMobil, la oligarquía colombiana y el imperialismo yanqui, el verdadero enemigo que acecha el futuro político de Hugo Chávez sea el petroestado venezolano, incólume en medio del boom que atravesamos -el más sostenido de los últimos 50 años-, con su rutinario caudal de despilfarro, de subsidiada ineptitud, de corrupción y de pobreza.

Ibsen Martínez es escritor venezolano.

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