Honduras se normaliza
La imagen de Porfirio Lobo, del conservador Partido Nacional, tomando posesión de la presidencia de Honduras flanqueado por el general Romeo Vásquez, responsable del golpe que derrocó a Manuel Zelaya, resume el lamentable espectáculo que han ofrecido en los últimos meses cuantos se vieron atrapados en la crisis del país centroamericano, uno de los más pobres de la región. Las cosas empezaron mal con Zelaya, un gran propietario que lideró al Partido Liberal en las elecciones de 2005 y que se fue inclinando por políticas populistas próximas al chavismo, cuando decidió convocar un referéndum para ser reelegido contra la Constitución de su país, el Congreso y el Tribunal Supremo. Peor lo hicieron los poderes tradicionales, que facilitaron que el Ejército diera un golpe para apartarlo del Gobierno. Y de nada sirvieron las negociaciones de la OEA, del presidente costarricense Óscar Arias, ni la mediación de EE UU o de Brasil -que acogió a Zelaya en su Embajada en Tegucigalpa- para restaurar la legalidad frente a un correoso Roberto Micheletti, que asumió la presidencia tras el golpe y que terminó como triunfador, al ser declarado diputado vitalicio.
La democracia no puede sostenerse exclusivamente en las urnas. Ha de hacerlo también en la fortaleza de sus instituciones. Pero lo cierto es que el mensaje de los hondureños en las elecciones de noviembre fue transparente: salir del atolladero. Ése es el reto que tiene ahora Lobo, y el tiempo dirá si lo consigue. Con un Gobierno de reconciliación nacional deberá recuperar la confianza del exterior (a su toma de posesión sólo asistieron los presidentes de tres países) y liderar a una población dividida. Su primer gesto al lado del militar golpista, al que había amnistiado poco antes, no ha sido acertado. El pragmatismo se ha impuesto esta vez, pero el respeto a las formas democráticas es parte de la batalla para atajar la influencia del populismo chavista en Latinoamérica.
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