Homenaje a Unamuno
Han pasado 70 años desde la muerte de Unamuno (31 de diciembre de 1936) y parece que la derecha política de este país ha evolucionado muy poco, o mejor dicho, nada, de la que sustentó el golpe de Estado fascista aquel fatídico 18 de julio. Unamuno, gran defensor de la razón, la libertad de pensamiento, la justicia social y la solidaridad, fue expulsado como concejal el 12 de octubre del 36 y a la semana siguiente cesado por decreto de Franco como rector de la Universidad de Salamanca, por enfrentarse a la encarnación de la muerte (Millán Astray), espetándole, entre otras cosas: "tenéis sobrada fuerza bruta, pero hay algo que os falta: razón y derecho en la lucha".
Resulta tremendamente doloroso que ante la moción socialista en el Ayuntamiento de Salamanca para rehabilitar simbólicamente a Unamuno como concejal, se esgriman por el PP argumentos tan peregrinos como que detrás de esta propuesta socialista se esconden tres intenciones perversas: el Estatuto de Cataluña, la "agresión" a las creencias mayoritarias de los españoles y la rendición del Estado ante ETA. Sólo mentes encolerizadas y enfermizas pueden sostener que el Gobierno socialista apoya su gestión política en pilares esotéricos.
Al PP le traiciona severamente el subconsciente y no hay diferencia entre el hastío y rechazo a la izquierda política y social que mantienen hoy los dirigentes populares y el reclamo a la santa cruzada contra los rojos, masones y ateos con el que justificaron Mola, Franco, Queipo y demás camarilla, el alzamiento y la guerra civil. Hay muchísimas semejanzas, por desgracia, entre estos argumentos y la historia oficial contada por Arrarás en la posguerra o la que hoy quieren revitalizar ciertos revisionistas y seudo-historiadores. Es bochornoso y lamentable.
No obstante, aunque algunos no lo quieran, la excepcional figura de Unamuno se merece siempre el mejor de los homenajes. Su entrega al servicio de la ciencia y de los demás estuvo presente en todos los órdenes de la vida. En su recuerdo, me vienen a la memoria las palabras proféticas (preludio de una larga dictadura) y llenas de dolor que Ortega pronunció a su muerte: "la voz de Unamuno sonaba sin parar en los ámbitos de España desde hace un cuarto de siglo. Al cesar para siempre, temo que padezca nuestro país una era de atroz silencio, silencio, silencio".
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