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Haití, sí puede

El 12 de enero, un terremoto con epicentro a tan sólo 15 kilómetros de Puerto Príncipe, la capital de Haití, sembraba de muerte y destrucción el país más pobre del hemisferio occidental. Bajo montañas de escombros y desbordado por la desesperación de miles de personas, Haití se acercaba como nunca antes hacia su desaparición, incapaz de prestar la mínima asistencia a su población. No es la primera catástrofe, como tampoco es el primer "terremoto político" que sufre esta nación, aunque muchos de esos desastres acaban siendo olvidados. Un mes después del terremoto, cuando la atención comienza a relajarse, conviene volver a alzar la voz.

A pesar de las apariencias, hubo un tiempo en el que Haití estuvo a la vanguardia del continente. Inició los procesos de independencia en América Latina y fue el primer país que, por el movimiento de resistencia de su gente, consiguió abolir la esclavitud, marcando un precedente para el resto de naciones de América Latina y África. Así lo reconoció Naciones Unidas en una resolución. Por eso la medalla que conmemora el día internacional del recuerdo de la trata negra y de su abolición fue bautizada con el nombre del líder haitiano Toussaint Louverture.

Cuando se relaja la atención, un mes después, hay que alzar la voz otra vez
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Hoy, Haití está a la cabeza del continente por otras razones, sombrías y desgraciadas. Poco más grande que la mayor de las provincias españolas, el país concentra a 10 millones de seres humanos cuyo 80% vive bajo el umbral de la pobreza. En las últimas cuatro décadas, el maltrecho territorio haitiano ha pasado de contar con un 60% de superficie arbolada al escaso 2% actual. Pobreza y esclavitud, pobreza y desastres naturales, pobreza e inestabilidad, son binomios que definen la historia de un país incapaz de librarse del castigo de una miseria perpetua.

Nadie que trabaje o crea en un mundo más justo puede sentirse tranquilo, si mira a Haití. Desde hace seis años el Gobierno que preside Zapatero decidió ir y trabajar en y por Haití. Rechazamos las inaceptables razones para el abandono que sufría e hicimos planes de trabajo a largo plazo, tanto como el desarrollo del país exigía.

Haití es un buen ejemplo del giro de la política española de cooperación, iniciado en 2004, y representa los principios y convicciones que ordenan el cambio de nuestra acción exterior, acorde con el sentir mayoritario de la sociedad española. Es una gratísima señal comprobar la solidaria respuesta de nuestros ciudadanos y ciudadanas ante el terremoto, y constatar que el Gobierno y el resto de las Administraciones han estado a la altura en la respuesta humanitaria y de emergencia.

Lo que ha ocurrido en Haití

se produce apenas un año después de que el país fuera arrasado por tres tormentas tropicales. Es difícil estar en peores condiciones, es difícil encontrar un escenario tan complejo en todo el planeta. La cuestión no es que sea imposible una solución, es que podríamos estar cerca de que no haya nada que solucionar. Nos encontramos al borde de un Estado fallido. No podemos dejar que Haití se acerque a un escenario parecido al de Somalia, conducido por miles de personas tan hambrientas como armadas, movidas únicamente por la desesperación. No permitamos que suceda.

El Gobierno haitiano y la comunidad internacional han de trabajar rápidamente y bien. El mundo ha invertido, en los últimos años, grandes cantidades de dinero en el país, pero de forma poco efectiva. Los errores se traducen directamente en muertes, por eso, ahora, sólo hay espacio para la eficacia y para los resultados. No se trata solamente de reconstruir un país, sino de iniciar la voladura controlada de su miseria. Hay soluciones y medios, pero lo más importante es que hay hombres y mujeres en Haití tan capaces de soportar las peores condiciones como de sacar adelante su país. Necesitan ayuda, por supuesto, pero también que se derriben cuanto antes las barreras y obstáculos que han impedido que Haití fuera "tan sólo" un país pobre.

Pasar de ser exportador de arroz a ser importador neto del alimento diario de todos sus habitantes, sin excepción, cultivado en 9 de sus 10 provincias, es un buen ejemplo de algunas de las trampas mortales que han bloqueado las opciones de desarrollo de Haití.

Tenemos por delante decisiones clave para iniciar el primer proceso de reconstrucción global de un país. Y, ahora, es fundamental que los responsables y protagonistas de ese proyecto de nuevo país sean los haitianos y las haitianas. Haití puede servir de ejemplo para otros casos en el futuro, y el éxito de esta tarea resulta decisivo para el porvenir de millones de haitianos, pero también para la credibilidad internacional.

Esperamos que el Gobierno, que lo puso en el mapa de la cooperación española, siga incrementando la ayuda al desarrollo para Haití y que, aprovechando el momento de la presidencia española de la Unión Europea, lidere, en estrecha colaboración con las demás instituciones comunitarias, un proceso de reconstrucción conjunto y amplio que aglutine todos los esfuerzos europeos, en coordinación con las Naciones Unidas. Lograr una propuesta común de reconstrucción será un logro de la presidencia española pero, sobre todo, será una gran ayuda para el Gobierno y pueblo de Haití. Para abordar con garantías ese proceso, tres aspectos resultan estratégicos. En primer lugar, el político, que deberá adoptar como eje permanente e inaplazable el fortalecimiento de las instituciones haitianas, junto al inicio de un proceso de descentralización de las capacidades productivas y de las infraestructuras logísticas del país. En segundo lugar, es urgente una nueva planificación y reconstrucción de Puerto Príncipe. En tercero, hay que impulsar iniciativas que se ocupen del acceso a una mínima vivienda para todas las personas, un millón según las estimaciones del Gobierno haitiano, que hoy la necesitan.

Pero hay que abordar, también, la reducción de los riesgos futuros en todas las medidas de reconstrucción, tanto para la prevención como para la generación de confianza de todo un pueblo agotado de sufrir. Por último, hay que mantener la ayuda equilibrada en el resto de las regiones del país, como elemento fundamental para reducir la presión sobre Puerto Príncipe, que, previsiblemente, irá en aumento.

La conferencia de donantes que tendrá lugar en Nueva York el próximo mes de marzo constituye una cita crucial. Por su compromiso y por su experiencia, España puede y debe servir de ejemplo al resto de socios europeos e internacionales. Hagámoslo. Ésta debe se la última vez que Haití sea noticia por una gran tragedia.

El pueblo haitiano, sus dirigentes, sus técnicos y técnicas superiores, sus artistas y poetas, sus doctores, todas las personas que defienden y aman ese país, con la ayuda del resto del mundo, pueden lograrlo, vamos a lograrlo. Haití, sí puede.

Leire Pajín es secretaria de Organización del PSOE, y Elena Valenciano es secretaria de Política Internacional y Cooperación del PSOE.

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