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La España que viene

El resultado de las recientes elecciones abre un nuevo ciclo político pero señala también la fatiga acumulada de la democracia española. Una democracia que se restauró del único modo en que se podía y debía: devolviéndole a los ciudadanos sus derechos y representando la diversidad cultural y política de nuestras nacionalidades y regiones.

Pero nuestra vida pública está demasiado teñida de un toque de desesperación, en ella escasean la ponderación y la autocrítica, conviven ridículos bramidos chovinistas -"¡a por ellos!"- mezclados con amargas acusaciones sobre el fin de España. El discurso de la derecha que nos anuncia el fin del mundo conecta bien con esa vena de sangre espesa y negra tan autodestructiva.

A los nacionalismos periféricos se suma ahora el madrileñismo españolista
Esperanza Aguirre y Rosa Díez han triunfado en Madrid a base de españolismo

Sin embargo, como el hombre que comía altramuces, cuando nos quejamos de nuestras cuitas debiéramos mirar a los lados: veríamos que Portugal y Francia miran con ansiedad e interés nuestro estado de las autonomías, pues los Estados-nación centralizados están en una crisis profunda. Crisis porque ya no alcanzan a expresar la diversidad interna de su ciudadanía y porque su centralización administrativa y política los vuelve torpes y lentos. Son un obstáculo para expresar las distintas identidades y también los legítimos intereses particulares.

Sí, esta España, con sus disputas internas, es moderna y dinámica y sus ensayos interesan a otros Estados europeos que necesitan transformarse, como Portugal, Italia o Francia. Nuestro dinamismo se debe precisamente a que nuestro sistema político permite expresar nuestras realidades diversas y competir entre ellas. La competitividad, incluso la conflictividad, es imprescindible para el dinamismo personal y social, pero siendo un rasgo creador también está en su naturaleza el ser destructor: y lo es si no se le ponen límites, y lo es si se argumenta la oposición entre contrarios con hostilidad, y lo es si no hay unas reglas de juego aceptables y aceptadas por los que compiten en un mismo espacio.

En estas décadas hemos ensayado los límites de la competitividad interna. Los nacionalismos contrarios al nacionalismo centralista español han ido tanteando límites y el nacionalismo español también se ha ido reformulando. El españolismo antes de estas elecciones era invisible: se hablaba de "la España de siempre", "la gente normal", "la gran mayoría de los españoles"..., y quien no aceptaba el imperio de los portavoces de esa "vieja nación llamada España" pertenecía a "los nacionalistas". Pero estas elecciones dibujaron claramente una lucha entre nacionalistas diversos y aún contrarios que se enfrentaron al proyecto de una España federal, o si se prefiere a la que contiene la Constitución y sus Estatutos de autonomía. Y resultó que había más nacionalistas de lo que se decía, pues a los hechos diferenciales de Cataluña, Euskadi, Galicia, Canarias..., se les ha sumado Madrid, que se presentó políticamente con sus componentes ideológicos: el madrileñismo. Su principal rasgo es el ombliguismo, una interpretación exclusivista del nacionalismo español: asimilar a España con Madrid.

Nos encontramos con que a la lista de identidades y nacionalismos que interactúan en la vida pública española ahora hay que sumarle el madrileño, alimentado todos estos años con el mantra "ETA y los nacionalistas". En realidad, cuando decían "los nacionalistas" querían decir "los otros", los distintos, pues es igual de xenófobo o particularista el discurso del madrileñismo que el de los otros nacionalismos, unos y otros defienden intereses propios y alegan agravios.

La estrategia del PP estos años se ha basado en reforzar el nacionalismo español estimulando el madrileñismo, y ahí está el resultado electoral, una verdadera victoria nacionalista capitalizada por Esperanza Aguirre y el anexo de Rosa Díez. Ese peculiar nacionalismo contra los otros nacionalistas domina sobre todo desde los medios de comunicación. No sólo los medios autonómicos de Madrid, sino también los estatales allí ubicados. Y hasta tal punto está desatada esa corriente política que la propia dirección superviviente del PP busca ahora amparo y refugio lejos, en Valencia, para escapar a su abrazo ahogante. Prueban su propia medicina.

Ese nacionalismo centralista es tan denso y tóxico que le impide a la derecha gobernar España, su éxito en Madrid es su fracaso en España. Por eso el PP fracasa y es rechazado en Cataluña y Euskadi; su idea de España no es capaz de incluir o siquiera reconocer esas comunidades, su nacionalismo le impide integrarlas.

Es lamentable el triunfo de un duro reaccionarismo en Valencia o Murcia, pero es preocupante el caso de Madrid, pues la capital del Estado tiene que ser de todos. Tiene que reflejar la España real, la de todos, tiene que ser una capital federal y abierta. La izquierda en Madrid sólo podrá recuperar influencia sobre una propuesta alternativa, no abundar en el ombliguismo, pero ése es su problema particular, el problema general es que necesitamos que el Gobierno recupere a Madrid para todos.

Los electores han frenado la agresividad del integrismo españolista, que habiéndose destacado en Madrid también tuvo eco en Andalucía y Castilla-La Mancha, y también han quitado poder a los nacionalismos vasco y catalán. Según eso, la nueva legislatura debiera buscar el reconocimiento mutuo, el diálogo interno y la integración en un proyecto común. Para ello se necesita reconstruir un consenso sobre lo que es España y sobre lo que es ser ciudadano español, y desde luego el consenso no es posible sobre el integrismo ideológico de esta derecha, aunque la derecha debiera ser partícipe de ese consenso. Y tampoco valdrá si no están en él los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos, que son los que objetan al nacionalismo español.

En ese consenso sobre la España real debieran caber los ciudadanos que estamos realmente dentro. La España plural fue imposible en la anterior legislatura, ¿será posible ahora? Todos estamos cansados, hará falta un proyecto común que vuelva a ilusionar. Jarabe de ilusión contra la fatiga acumulada.

Suso de Toro es escritor.

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