Dimisión, no; repetir, tampoco
Dimisión, no; repetir candidatura a un tercer mandato como presidente de gobierno, tampoco: este podría ser el resumen de las dos semanas que cambiaron, si no a España, al menos la expresión facial, la gestualidad, la retórica y la política de su presidente de Gobierno.
Dimisión no, ante todo, porque a falta de mejor receta siempre será bueno atenerse a la clásica, y más siendo ignaciana: en tiempo de tribulación no hacer mudanza. Tenemos un sistema constitucional demasiado rígido en todo lo que se refiere a mociones de confianza y de censura, demasiado costoso en lo que respecta a dimisiones que arrastren convocatoria adelantada de elecciones y es casi seguro que la disolución de las Cortes en medio de esta profunda crisis política y económica será peor que la enfermedad.
Dimisión no, además, porque en las actuales circunstancias sólo serviría para hacer el juego a una oposición que ha mostrado hasta la saciedad carecer, en mayor medida que el Gobierno, que ya es decir, de una política contra la crisis. Tiene el PP, desde luego, una política contra el Gobierno, zafia por demás y soez cuando toma la delantera la alcaldesa de Valencia en compañía del presidente de su Comunidad; pero no la tiene contra la crisis, como ha mostrado en el debate parlamentario votando contra las medidas por él mismo propuestas dos semanas antes. De modo que por ese lado, cualquier cosa menos complacer a los ululantes senadores y congresistas del PP que ejemplifican, con aullidos y groserías, lo bajo que puede caer la clase política española.
Repetir candidatura, tampoco. Primero, porque sólo los muy fans lo resistirían. El presidente ha quemado todas sus supuestas habilidades tácticas en el desastre estratégico al que han ido a parar sus políticas, excepto la antiterrorista, que el ministro del Interior rescató de los escombros del aparcamiento de la T-4. Pero por lo demás, vamos a salir, si es que salimos, de estos ocho años, más pobres, más divididos, más desnortados y más desmoralizados de lo que entramos. Las clases medias, antiguas y nuevas, sobre las que recaerá el grueso de la factura, están irritadas, y con razón. Y con unas clases medias en tal estado de espíritu, los socialistas irán, si mantienen por tercera vez el mismo candidato con su ya insufrible relato, camino de la derrota.
Y segundo, porque el Gobierno y su presidente son, hoy por hoy, epítome de debilidad y desconcierto: sin aliados en el Congreso, corrigiendo hoy lo dicho ayer que modificaba lo de antes de ayer, amagando contra "los ricos" para luego cebarse en los sueldos de los empleados públicos, el IRPF, el IVA y las pensiones. Un Gobierno incapaz de imponer a los agentes sociales -en realidad grupos de intereses corporativos- un acuerdo; que está a verlas venir en lo que respecta a la cuestión territorial; que ha contemplado inerte el deterioro difícilmente reparable de los poderes judiciales y del Constitucional y que en lugar de presidir recibe órdenes perentorias de la Unión Europea, es un gobierno que no puede presentarse de nuevo a unas elecciones.
Si dimisión no, y repetir candidatura tampoco, sólo queda permanecer anunciando que será otro quien se presente. El anuncio -con una simultánea reducción de ministerios y varios refuerzos en puestos clave- relajaría a las oposiciones, sobre todo al portavoz de CiU, que embriagado por su alarde parlamentario, empieza a sobreactuar en el papel de sepulturero de un cadáver político. Además, aliviaría la tensión del trío Rajoy-Cospedal-Pons y les dejaría tiempo para decidir qué destino aguarda al patriota Camps, envuelto en la bandera valenciana, como si pretendiera dar la razón a aquel que dijo que el patriotismo es el último refugio de los canallas. El PP tendría tiempo además para darle otra vuelta a su propio programa, que consistía en reducir salarios y congelar prestaciones y que ahora se limita a protestar porque son otros los que congelan y reducen
En fin, el anuncio de no repetir serviría para preparar el relevo con tiempo suficiente, sin precipitaciones. El sistema político español requiere que los dos grandes partidos gocen de un aceptable estado de salud. Hoy, el PSOE y su Gobierno están bajo mínimos en confianza ciudadana. No parece probable que la recuperen si no cambian de discurso y de director. El tiempo del presidente Zapatero está a punto de expirar: queda por administrar la difícil salida de la crisis. Y lo hará mejor, para su partido y para el gobierno, si se compromete a no volver.
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