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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desafío en Birmania

La Junta Militar birmana, una de las dictaduras más opacas y férreas del mundo, afronta la peor protesta popular en 20 años, encabezada y vigorizada desde hace una semana por los reverenciados monjes del país del sureste asiático. Lo que comenzó hace poco más de un mes con esporádicas protestas de activistas prodemocráticos, tras el explosivo aumento del precio de los combustibles, ha ido transformándose en masivas manifestaciones antigubernamentales en diferentes ciudades, de Mandalay a Rangún. Los birmanos, que sufren desde hace 45 años el irrestricto poder castrense, exigen el fin de la junta, mejores condiciones de vida y la democratización de un país sumido en las tinieblas.

La junta se ha caracterizado por su brutalidad. Son los generales, o sus herederos, que en 1988 machacaron una sublevación de inspiración estudiantil al costo de 3.000 vidas, quienes, a las órdenes del casi invisible Than Shwe, mantienen desde hace 17 años bajo llave, en la cárcel o en su casa, a la líder de aquella protesta democrática anegada en sangre y ganadora de las elecciones anuladas de 1990, la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, convertida a sus 62 años en el icono de las libertades birmanas. Pero esta vez la insurrección tiene un componente crítico para los espadones: los monjes budistas, casi tan numerosos como el Ejército de Myanmar (ése es el nombre oficial de este país secreto de 53 millones de habitantes), representan la más alta autoridad moral en la devota cultura birmana. Una represión violenta de los miles de religiosos echados a las calles puede multiplicar y extender imparablemente la protesta. De las dudas de los militares, que se reúnen esta semana para pergeñar la respuesta a una situación que por momentos se hace crítica, da idea el hecho de que permitieran el sábado pasado a unos centenares de monjes llegar hasta la casa donde Suu Kyi permanece bajo arresto domiciliario.

Los generales birmanos han saqueado durante décadas los recursos del país y carecen de cualquier legitimidad. En muy buena medida, su dilatado mantenimiento es posible gracias a la complacencia de China, prácticamente su único aliado, además del desinterés del resto de sus vecinos asiáticos. Porque ese cinismo internacional que ejemplifica Pekín, sometido a la única regla de las ventajas geoestratégicas o económicas, es el sostén principal de la junta birmana. China tiene un papel crucial que jugar en los próximos acontecimientos.

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