La pérdida de lo sagrado
En el jardín del Edén, Adán hablaba en verso con Eva. La creencia oriental que lo suscribe concede primacía al poema en el trazado genealógico de las lenguas humanas. Esta visión originaria del verso como la forma paradisiaca de la comunicación en el inicio del mundo quiere perpetuarse en aquellas poéticas que restablecen la relación de mito y palabra, y viene a cumplirse con especial dedicación en la obra de un poeta "descatalogado" e "inaudito" por la peculiaridad de su imaginario. Al margen de estéticas modernas, experimentales o nacionales, el colombiano Giovanni Quessep (Sucre, 1939) despierta adhesiones y extrañezas, ya que su escritura -una sutil mezcla de fábula, pericia, emoción y mitología- ha pasado desapercibido, en parte por la suavidad de su puesta en práctica y la elegancia de su economía de medios, en parte por la sutil audacia de su propuesta.
METAMORFOSIS DEL JARDÍN. Poesía reunida (1968-2006)
Giovanni Quessep
Edición de Nicanor Vélez
Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores
Barcelona, 2007
450 páginas. 20 euros
Quessep es discreto, huye de las manifestaciones rotundas, de las concesiones a los dogmas de la moda, las declaraciones de efecto, los deberes retóricos o la fingida espontaneidad del descuido. Su revolución resulta interna, se da en sordina, con un comportamiento ni virtuosista ni publicitario, ni radicalmente gestual ni desordenadamente anarquista.
Y su revolución resulta íntima, interna al verso, porque es más nostálgica que estilística, remite sin complejos a la pérdida de lo sagrado, de lo tutelar mítico en la codificación de los hechos del hombre y apela a la falta de dioses en el tejido verbal del poema que fue ancestralmente su región.
Por una apelación tan comprometida, su poesía se levanta sobre un extraño lugar, un lugar arcaico que suena trasnochado en los oídos de sus detractores. Quessep es acusado de haber sobrevivido a las vanguardias sin daños mayores para despertar, modernista y pasatista, de un pesado sopor decimonónico que le ha dejado resabios formales y desfasadas habilidades rítmicas: en definitiva, un retrógrado melancólico con difícil ubicación en la creación de su país y de su momento, cuyo máximo arrebato de actualidad consiste en incluir tonos a lo Juan Ramón Jiménez -el del principio- y afirmar la mirada reminiscente en cuanto único futuro.
Los que lo quieren y lo leen tratan de salvarlo rebuscando los justificadores elementos biográficos de sus metáforas, demostrando el entronque de su panteón en una realidad firme y en una vida apasionante. Lo hacen -como ejemplifica el documentado y bello prólogo de Nicanor Vélez en esta edición- liberándolo del escapismo y la extravagancia con que ha sido leído, estableciendo correlatos con los problemas de Colombia y certificando las condiciones de verdad e incluso de referencialidad de títulos como Duración y leyenda (1972), Muerte de Merlín (1985), Brasa lunar (2004) o el inédito Las hojas de la Sibila (2004-2006).
Todo ello valdría de tarea
imprescindible, si entendemos la poesía en tanto reproducción derivada de lo existente y no como su matriz, la mecánica privilegiada a la que corresponde la elaboración de lo que convenimos en considerar real. Desde esta perspectiva, su escritura no necesita otra defensa que su voluntad instauradora, constructiva: está para crear, repoblar, levantar paisajes, jardines y desiertos, no sólo para retratarlos. Su condición "activa" -que no fictiva- se percibe en el modo personal y autónomo con que el poema decide sus coordenadas, el punto de arranque de su voz. La escritura de Giovanni Quessep elige un territorio legendario para situarse, en la medida en que lo legendario alude a la letra, es lo anterior relatado que merece ingreso en lo legible, en "lo que debe leerse". El poema acepta una tradición fabulosa y fabulada como espacio donde morar.
Evidentemente algo así no se obtiene sin un riesgo que la labor de Quessep acepta sin pararse en cálculos. Existe, por ejemplo, una cierta anacronía, un tiempo distinto que no pasa ni discurre progresivamente. En vez de la linealidad de la historia y del presente, el poema en Quessep funciona como un palimpsesto: cree que todo se repite y revela, debajo suyo, las otras formas iterativas con que antes se nos ha ofrecido. Un verso tan sólo dibuja la manera nueva de un eco previo, igual que una hoja seca sonaría "con el rumor de las praderas antiguas". Y la mitología, básicamente conciliadora, contagia el texto con ese timbre suyo despolitizado, no dialéctico, no circunstancial, no cronológico, hasta hacernos recordar algo raigal, pero obligadamente genérico y distante.
A cambio, la obra de Quessep alcanza altas dosis de sensibilidad. Para Cassirer, un mito es una unidad mínima de emoción, una estructura pasional vinculada intensamente a aquello que fabula sólo desde los sentimientos. Por eso, se asemeja al poema y con ese fin Quessep podría integrarlo en él, porque estimula afectos, despierta experiencias antiguas, espolea sentimentalidades. El mito funciona en cualquiera de sus textos en tanto sustrato inconsciente, visión ajena a partir del cual dicho texto se levanta. Esto es, el mito como operador emocional constituye el fondo sobre el que la poesía de Quessep organiza enteramente sus pasos elocutivos. Que entonces parezca primitiva y soñada, lejanísima y perfecta es un peligro digno de afrontarse, al lado de esa cantidad de sensaciones anteriores que es capaz de convocar para nosotros.
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