El mundo grabado en Súper 8
Como en el nuevo anuncio de Coca-Cola, Valérie Mréjen lleva a cabo en Mi abuelo (1999), especie-de-novelita-fragmentaria-a-la-manera-de-Je-me souviens-de George-Perec (pero sin la estructura conceptual del Oulipo detrás), un recorrido sentimental por la década de los setenta, en blanco y negro, con dibujos de Babar, cámaras Súper 8, libros ilustrados de la vida sexual, singles a 45 revoluciones y jerséis de pico con las extrañas siglas UCLA.
De forma simultánea, Mréjen retrata su infancia en una familia repleta de apodos, muebles-bar, promiscuidades sexuales de mamá con el vecino Baumé, recuerdos de la escuela y trajines y enredos domésticos más propios de un vodevil que de una familia burguesita de la Francia de fines de los sesenta. Mi abuelo, escrita en forma de ristras de párrafos como hizo Perec, troceando el recuerdo en líneas de texto que valen por fotografías atrapadas en un álbum desordenado, es un juego perverso con la propia infancia, un diario personal après la lettre al que se asoman los reproches del "pudo haber sido y no fue", y sobre todo un divertido ejercicio de impostación de voz con el que la narradora, como un ventrílocuo, se lo pasa en grande desdoblando su voz en el candor ingenuo de la niña que fue y en la ironía resabiada de la mujer en la que se ha convertido y que maneja el vehículo de la memoria que atraviesa su infancia. Sí, Mréjen imita la forma narrativa de Perec, y también su voluntad descriptiva, objetivista, escrutadora como la mirada de un adorable niño repelente, aunque sin alcanzar la obsesión ordenadora del autor de La vida instrucciones de uso.
MI ABUELO
Valérie Mréjen
Traducción de Sonia Ortega
Periférica. Cáceres, 2007
86 páginas. 11 euros
Libro cómplice y de una ternura infinita, que en ocasiones, en cambio, mira de reojo al género de la educación sentimental y busca con sutileza y talante satírico sus puntos débiles, dibuja a un abuelo pasado de vueltas y whiskys, a un padre travieso y desapegado y a una mamá con faltas de ortografía que complicaba el lenguaje inexplicablemente ("mi madre decía a menudo 'digamos que' y yo entendía 'diga mosqué"). Bromas, espejos deformantes, cariño y mala uva a partes iguales, sátira de costumbres: ésta fue la primera novela de la videoartista y escritora Valérie Mréjen (París, 1969), coetánea de Amélie Nothomb, un divertimento provocador y cargado con pólvora al que se asoman los surrealistas, Le petit Nicolas de Sempé en versión evolucionada y los recuerdos de cualquier lector llevados por la calle del humor y de la amargura.
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