La escritura hecha añicos
Si el aforismo es una escritura apodíctica, cerrada, las frases huérfanas de Antonio Porchia (1885-1968) se salvan de ese tono sentencioso en virtud de su indeterminación poética. La parte lírica de la voz la redime de su porción solemne, pero también la disemina, la esparce. El libro en que se publican las citas, las partículas, las casi oraciones que el autor, italiano de nacimiento y argentino de éxodo, iba hilvanando no es un libro "íntegro", aun cuando los editores califiquen su prodigioso trabajo de "edición integral" y lo acompañen con entrevistas, fotos e inéditos. En realidad, el libro no buscaría para sí un simulacro unitario ni la reunión sintética del todo que acumula. Antes, pretendería parecerse a una caja sonora, un canal abierto, túnel de resonancias donde se acogen -que no se recogen- los vocablos que, al pronunciarse, se pierden.
VOCES REUNIDAS
Antonio Porchia
Edición de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo
Pre-Textos. Valencia, 2006
302 páginas. 33,65 euros
Edición integral. Contiene CD con las 'Voces' leídas por el autor
No hay serialidad en esta colección de frases, no hay continuo. Su recopilación en torno a un tema o una consigna traicionaría su insobornable condición desamparada. Lo más conmovedor de la escritura desorientada de Antonio Porchia es que no renuncia a ese aislamiento de la frase única, de la cita escindida, de la discontinua palabra breve dicha al paso.
Esta cirugía, esta práctica
de un escribir roto no obedece, sin embargo, a una moda circunstancial que dictara la ruina y ruptura presente para los esfuerzos humanos y obligara a la fracción y a lo desmembrado como condición emblemática de época. Hay algo más interior y decisivo por parte del poeta-ensayista-pensador-artesano Antonio Porchia en este modo de tratar la escritura: una manera de verla como grafía efímera, como notación de lo que huye, la escritura trazada para indicar la disgregación de las escrituras, su babélica dispersión en el viento de la letra, escribir y formar rasgos para deformarlos y roturarlos en la división consustancial de un discurso que se dice como separándose del vientre de la madre.
En algún momento, Porchia
llamó a estas frases suyas "voces abandonadas", porque ellas, en efecto, ofrecían un retrato expósito de su propia singularidad. Únicas, inigualables, sin formar secuencia ni conjunto, manteniendo cada una su insobornable diferencia, con su tono peculiar y su particular habla, con su separación, dibujaban la soledad con la que habían sido emitidas. Así las entendía Borges: perfiles en claroscuro de un hombre solo, escindido y apartado de un mundo que él vuelve a pensar y a reescribir sin ayuda desde el principio.
Publicadas en series a partir de 1943 gracias a la insistencia de unos amigos que consiguieron quebrar su vocación natural de anonimato ("Hablo pensando que no debiera hablar"), es el silencio el que marca en las Voces de Porchia los límites de una dicción que se desea mantener cerca de su origen, pegada al primer movimiento que la motiva, inaugural e inaugurada, sin un antes ni un después, sin preámbulos, prolegómenos, sin secuencias: fraseo no traicionado en oratoria, lastrado por un contorno de sermón ni engarzado en prosa dilatada. Por eso, el léxico parece básico, para decir con mínimos recursos y una elegida parquedad de medios en malabarismo ascético del lenguaje, al medirse finito y contenido con el absoluto que pretende anotar. Por eso se insiste en las repeticiones, los términos redundantes y la disposición formularia, matemática ("De lo que tomo, tomo de más o de menos, no tomo lo justo. Lo justo no me sirve", "Todo queda, como para burlarse del todo, que se ha ido", "El mal de no creer es creer un poco"). Por eso también se frecuenta la paradoja, el concepto, el axioma y el retruécano ("Mi pobreza no es total: falto yo", "A veces lo que deseo y lo que no deseo se hacen tantas concesiones que llegan a parecerse", "Y si llegaras a hombre, ¿a qué más podrías llegar?").
De ahí, asimismo, que se eluda el ornato, la adjetivación, la sinonimia, porque ésta nunca será exacta y, en cambio, los sinónimos, con su pequeña diferencia, establecen una prolija lentitud, una demora. El poeta Roberto Juarroz admiraba en Porchia este idioma suyo "en estado de inocencia, pero de inocencia final, donde cada término tiene algo de sagrado y único, sin borrosidad de desgaste".
Cuando Roger Caillois, radicado en Argentina, descubre Voces y las traduce para el público francés, internacionalizando una enunciación que se quería privada, las saluda como una manera nueva de pensamiento entrañable: una reflexión nacida sin mediaciones ni intermediarios retóricos desde la más directa intimidad. Al leerlas en la medianoche, una tristísima Alejandra Pizarnik dice haber encontrado en ellas las dimensiones concretas de su mismo abandono y verse confirmada en su porción más aislada y más propia. De este modo, el libro más desolado que se haya escrito podía convertirse, en virtud de esa orfandad, en el más universal, el más comunicativo.
Y de verdad al leer estas frases, liberadas del peso de la sentencia o del refrán gracias a su fragmentada emisión, se tiene la experiencia de una confirmación y de un reencuentro. Ajeno y absolutamente solo, Porchia nos dice lo que nosotros podríamos decir, hasta el punto que cada uno, en lo más solitario de su pensar, asentiríamos sus palabras sin dueño, como si nuestras soledades comunes hallaran entonces una forma de acuerdo en el espacio compartido de un mensaje muy sencillo y muy hermoso.
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