Leer y releer a Carlos Fuentes
Pretender abarcar en unas pocas páginas la creación novelesca de Carlos Fuentes es como intentar apresar con redes el agua del mar. El océano Fuentes es tan vasto como el de Balzac y tan elusivo y complejo como el de nuestro común maestro Cervantes. Es un tejido hecho con trozos de distintas telas que se integran no obstante en un armonioso conjunto; el laberinto y el círculo de Borges y Las mil y una noches; un incentivo y fascinador recorrido por el territorio de la lengua de España e Hispanoamérica.
Internarse en las páginas de sus novelas y relatos, desde La región más transparente -cuyo cincuentenario celebramos- a sus obras más recientes, equivale a recorrer un ámbito donde se entremezclan la realidad y la imaginación, la historia y los mitos, el viejo patrimonio oral de la humanidad y la audaz innovación artística. Las ramas no impiden ver el bosque y el bosque nos devuelve a la espesura de las ramas. La fecundidad de su pluma invita a la aventura de descubrir lo ignoto y lo sumergido en nuestra propia mente.
La curiosidad omnívora de Fuentes es fruto de su condición de avezado lector, de lector que transita de una cultura a otra, consciente de que cada una de ellas se alimenta de las demás. De que una cultura, como no me canso de repetir, es la suma de las influencias exteriores que ha recibido a lo largo de su historia. ¡Nada más empobrecedor, y potencialmente dañino, que el nacionalismo cultural y la busca de esa pureza castiza sobre la que ironizaba Cervantes!
A menudo se le ha acusado de ser poco mexicano, como se acusa a Kundera de ser poco checo, y a mí, poco español. Esto es, de salirse del pequeño contexto nacional en el que se erigen bustos y estatuas a los héroes del relato patriótico. No cabe sino considerar semejante reproche como una forma indirecta de elogio. Pues Fuentes es a la vez un creador y un crítico practicante, sabedor, como Bajun, de que si una obra no se asienta en el pasado, si se inscribe tan sólo en el presente, morirá con éste y no incidirá en el futuro. Un repaso a su Cervantes o la crítica de la lectura nos ayuda a comprender el universo novelesco de Terra nostra. La reflexión crítica -tan escasa en nuestros predios- es compañera inseparable de la creación y evita la trampa fácil de la reiteración, del recurso a lo ya dicho y redicho. Fuentes no cambia simplemente de tema, cambia de propuesta narrativa. Su universo es el de la biblioteca de Babel: incluye a sus autores clásicos, medievales, renacentistas, románticos, a La Celestina y a Rabelais, a Swift y a Sterne, a Flaubert y a Machado de Assis. Su obra no sería lo que es sin este cúmulo de lecturas, sin la estratigrafía literaria en la que se fundamenta su dinámica artística.
La clasificación aproximativa de su narrativa en el conjunto de La edad del tiempo nos procura algunas pistas para acceder a su estimulante diversidad. Pero habría que releer una a una las novelas y relatos agavillados en una quincena de apartados para comprobar que no se trata de compartimentos estancos. Las fronteras son porosas y, por lo tanto, mudables. La perturbadora anacronía de Aura no es la de El naranjo, ni el México de La región más transparente, el de La Silla del Águila. Según la conocida frase borgiana, "el arte no clasifica, desclasifica", y la riqueza y la variedad de la creación narrativa de Fuentes desafían toda tentativa de clasificación. Sus mundos dibujan una constelación de geometría variable. Podemos agruparlos desde la distancia mas la agrupación se desdibuja con la cercanía. Hay que leer y releer cuanto ha escrito para descubrir y trazar nuevas y cambiantes cartografías. Las realidades brutales de la historia española, del México de ayer y de hoy y las de todo el continente descubierto por Humboldt llegan a nuestras manos merced a la pericia del novelista, tejedor de una trama que se ramifica y se transforma al hilo de los días. Calar en una página de Terra nostra o de Las dos orillas es ponerse en franquía para salir al mar y tomar uno de los treinta y dos rumbos de la rosa náutica. El lector navegante arribará a alguna isla desconocida y se convertirá en Robinson.
Carlos Fuentes -como Juan Rulfo, García Márquez, Vargas Llosa o Lezama Lima- es un punto de referencia indispensable de la novela contemporánea y un exponente de esa modernidad que circula a través de los tiempos y no recala en lugar alguno. No hay que erigirle estatuas grandilocuentes sino leerle y releerle como merecido homenaje a su labor de amanuense y tesón de artista. Su obra le sobrepasa y nos cautiva. ¿Qué más cabe pedirle a un escritor? -
Carlos Fuentes ha publicado recientemente La voluntad y la fortuna. Alfaguara. Madrid, 2008. 552 páginas. 19 euros.
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