Esplendor de León Tolstói
Una nueva edición de la monumental Guerra y paz ya sería, en sí misma, una buena noticia para nuestro sistema cultural, tan necesitado siempre de obras maestras vivas que sirvan de referencia ética y estética. Hay, sin embargo, dos cuestiones que permiten ir más lejos y suponer que nos hallamos en una etapa de normalización -también muy necesaria- en la "recepción" de clásicos de la talla del conde León Tolstói (Yásnaia Poliana, 1828Astapovo, 1910). El primero de estos indicios concierne a la sustancial mejora que aporta el trabajo de Lydia Kúper a la comprensión del texto y el segundo está relacionado con la edición, estimulada con la celebración de los 175 años de su nacimiento, de otros títulos del barbado autor entre los que destacan el segundo volumen de sus Diarios (1895-1910) y la mítica Sonata a Kreutzer, escrita en 1889.
Publicada por primera vez
en 1869, la obra cumbre de Tolstói es mucho más que el relato de una época o de una realidad social porque desnuda los mecanismos morales y sentimentales del creador y, de paso, obliga a reflexionar sobre el choque entre el arte y la vida cotidiana. El patriarca de las letras rusas consiguió respetar toda la dignidad de las ideas universales sin despreciar las miserias del comportamiento humano -sin duda porque, entre otras cosas, pudo y supo escucharse a sí mismo antes de valorar a su prójimo- y para ello empleó cinco años de duro trabajo que empezaron con la publicación, por entregas, de los primeros capítulos en la revista El Mensajero Ruso. Quien haya tenido ocasión de ver la reciente puesta en escena de Piotr Fomenko de Guerra y paz. El comienzo de la novela comprenderá estas afirmaciones porque cualquier lectura (en su sentido más amplio y receptivo, el que Valente describía como inocencia) permite enfrentar esos elementos esenciales -el amor, la guerra, la traición, la muerte, la nobleza, la espiritualidad- a la realidad, por interiorizada que esté, del lector. Otros cinco años ha necesitado Lydia Kúper para restaurar en castellano este monumento de la narrativa moderna, partiendo de la versión que hicieran José Laín Entralgo y Francisco José Alcántara en los años setenta. Lejos de desacreditar el resultado, la iniciativa dice mucho de la paciencia y el buen hacer de esta veterana traductora de muchos de los grandes nombres de la cultura rusa; sin ser perfecta (tampoco lo es el original, donde -como mínimo- abundan las reiteraciones), la versión lograda por Kúper es la mejor a la que pueda acceder el lector en lengua española y abunda en la multiplicidad de tratamientos que pide la "retraducción" de los clásicos rusos, histórica y pertinazmente mutilados por la censura, las lenguas puente y algunas prácticas editoriales felizmente en vías extinción.
El 29 de octubre de 1910, horas antes de su muerte, el autor de Resurrección hacía una última anotación en su diario: "Lo único que pido es no pecar. Y que no haya maldad en mí. En este momento no la hay". Solo y fugitivo, Tolstói culminaba así una atormentada carrera contra su circunstancia personal y familiar y sus Diarios son un formidable testimonio de esta y otras obsesiones. Selma Ancira, otra de las grandes traductoras del ruso, publicó hace unos meses, también en Acantilado, un primer volumen que abarcaba los años 1847-1894 y ahora nos permite indagar en el periodo quizá más oscuro, pero también más sabio, de la biografía tolstoiana. Se trata de una abundante y cuidada selección de reflexiones en las que la preocupación por el acto de la creación lo inunda todo: "El poeta no puede dedicarse a lo que se dedica el científico porque es incapaz de ver solamente una cosa y dejar de ver el conjunto" (19 de diciembre de 1903). El libro es un documento de excepción para evaluar la inagotable personalidad del prolífico León Nikoláievich ("uno de los errores más grandes cuando se juzga a un hombre consiste en denominarlo, en definirlo como inteligente, tonto, bueno, malo, fuerte, débil cuando el hombre es todo", decía en 1898) y contiene una importante documentación gráfica y un aparato crítico tan valioso como la estupenda traducción.
El tercer responsable de
esta recuperación de Tolstói es el eslavista Ricardo San Vicente, quien ha traducido y anotado la Sonata a Kreutzer con una precisión digna de elogio. Beethoven le había dedicado al violinista Kreutzer una obra que sirvió al escritor ruso como pretexto para especular, en forma de novela, sobre la violencia conyugal y la perversión de los sentimientos. San Vicente es un traductor que tiende a la concisión y ha realizado una edición ejemplar del apasionado y apasionante relato del asesino Pózdnyshev, consiguiendo mantener la sutil modernidad de su estructura, toda la radicalidad de sus análisis y el dificilísimo (y tantas veces desaprovechado) universo de matices que Tolstói maneja en cada palabra y entre líneas.
Estos tres libros son, pues,
un buen motivo para celebrar que la merecida gloria de Tolstói comienza a disponer en español -y en todo su esplendor- de los argumentos sobre los que descansa. Además, Mondadori edita una primera versión de Guerra y paz (aligerada en un 50%, su mayor valor quizá sea el comparativo) y se anuncia para la primavera la recuperación de sus cuentos infantiles y populares como Iván el tonto (Siruela) y de sus relatos menos conocidos a pesar de su fama, como Cuánta tierra necesita un hombre (El Cobre), acaso como confirmación de la idea tolstoiana de que hoy empieza todo.
Edición y traducción de Selma Ancira. Acantilado. Barcelona, 2003. 584 páginas. 33 euros.
Sonata a Kreutzer.
Traducción y notas de Ricardo San Vicente. Acantilado. Barcelona, 2003. 164 páginas. 9 euros.
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