El hospital de las estatuas
¿Dónde van los monumentos dañados por el vandalismo y el paso del tiempo? A dos talleres, de ubicación casi secreta, encargados de devolverles el esplendor
Pocos saben dónde están, algunos ni siquiera conocen que existen, pero hay dos lugares en Madrid donde las estatuas resucitan después de haber sufrido la violencia de los actos vandálicos o el desgaste por el paso del tiempo. Son los talleres de la Empresa de Conservación de Monumentos del Ayuntamiento de Madrid.
Llamarlos lugares secretos no es un capricho literario. El Consistorio no quiere que se sepa su localización por temor a que las estatuas puedan sufrir daños o sean sustraídas de los talleres. Uno de ellos, el de las estatuas de piedra, pasa desapercibido en Villaverde; el otro, el taller de bronce, se esconde tras unas naves en Paracuellos del Jarama. "El 90 % de los monumentos de la ciudad son de metal o de piedra", explica José Domínguez, jefe del servicio de Conservación de Monumentos. Desde fuera, no se ven membretes del Consistorio ni grandes carteles: para el que no lo sepa, en aquellas naves discretas no hay nada fuera de lo común.
En estas naves se hicieron el Quijote y el Sancho Panza de plaza de España
El Consistorio se gasta 100.000 euros al año en reparar monumentos
El Ayuntamiento no desvela dónde están los talleres por temor a los robos
Ahora, Patrimonio Nacional solo les encarga los trabajos más urgentes
Dentro se esconde parte de la historia de la ciudad. Carlos Alonso limpia con cuidado el polvo de escayola acumulado sobre una Gloria Militar del Palacio Real. El restaurador ha necesitado la ayuda de otros dos corpulentos hombres para bajar de la pared el bloque de unos dos metros de altura que corresponde a uno de los paneles exteriores que da al Campo del Moro. "Este está hecho en escayola, pero el original es en resina, que pesa todavía más", comenta Alonso. Ahora mismo no tienen ninguna escultura municipal, pero hace unas semanas salió de este taller el insigne Argüelles. La escultura de José Alcoverro, de más de dos metros de altura, fue derribada por un coche de su pedestal en la calle de la Princesa y pasó cinco años en este taller hasta que volvió a recuperar su esplendor y fue colocada en el cruce del paseo del Pintor Rosales con Ferraz.
La nave cobra un aspecto museístico con las réplicas de las gigantescas estatuas de dioses romanos para la doble escalinata del segoviano Palacio de Riofrío. Los encargos de Patrimonio Nacional son los que ocupan ahora el tiempo de los restauradores del taller de piedra, aunque son piezas menores. "Solo se están haciendo las restauraciones que son realmente urgentes. Como no hay dinero, las que puedan esperar se harán dentro de tres años", explica Alonso, mientras enseña los enormes moldes de poliéster con fibra de vidrio de los que salieron los dioses romanos, de unos tres metros de altura y que parecen sombras fantasmales a la entrada de la nave. En su interior, la silicona refleja al detalle cada músculo de la estatua. Colgadas de la pared están también las copias de las máscaras que hicieron para una de las fuentes del Palacio de Aranjuez, y en una esquina espera una réplica de El espinario.
En la otra punta de la ciudad está el taller del bronce. El trasiego de operarios y los destellos dorados de los trozos pulidos de metal que se reparten por las mesas indican que hay mucha actividad. Miguel Ángel Codina, que está orgulloso de que en su taller se hicieran El Quijote y el Sancho Panza que presiden la fuente de la plaza de España, supervisa los trabajos. Los operarios vierten el bronce fundido -a 1.230 grados- en unos moldes de las figuras de mujer que decoran los tiradores clásicos de Mahou que hay en los bares. Tardará una hora y media en convertirse en una pieza sólida que luego habrá que pulir a mano y darle el tono de bronce deseado por el cliente. "A veces hemos llegado a pintar esculturas porque nos lo ha pedido el cliente. Me parece una barrabasada", explica Codina. El método que utilizan es el del moldeo a la cera: hacen una réplica de este material que rodean de un producto que se solidifica con el calor. Después de ocho o 10 días en un horno a 550 grados, la cera se derrite y sale por la parte inferior del molde, que ya está listo para recibir el metal líquido.
Codina pertenece a una familia que durante cuatro generaciones ha moldeado el metal -su primera obra para Madrid fue la figura de Cascorro-, y que ahora se dedica a reparar las esculturas públicas de la capital. "Casi todos los monumentos importantes de Madrid se han fundido aquí", explica Codina.
Tras Julia, la escultura arrancada de la pared en la calle del Pez a finales de octubre, está siendo restaurada. La obra Joven bailando está a su lado y no se le nota nada que hace unos meses unos vándalos le arrancaron el brazo izquierdo ante la Escuela de Artes y Oficios. "Hemos tenido que moldelarlo a partir de fotos que teníamos", explica Codina. También han aprovechado para limpiar la talla de los orines de los perros: "Van dejando unos surcos que, como son amoniaco, reaccionan con el bronce y se convierten en chorretones verdes".
Las estatuas de Madrid suelen ser víctimas del vandalismo. El Ayuntamiento se gasta 100.000 euros al año en eliminar los daños. En el taller del bronce tienen varias réplicas de las esferas que cuelgan del Monumento a Newton de Dalí, instalado en la plaza de Felipe II, en el distrito de Salamanca. "Antes de que nos la pida el Ayuntamiento, siempre tenemos hecha una de reserva, porque la roban constantemente", explica el jefe, José Domínguez. También guardan bajo llave el molde del tridente de Neptuno y las espadas originales del monumento a Daoíz y Velarde de la plaza del Dos de Mayo. "Solo las ponemos cuando hay algún acto. Si no, tendríamos que tener aquí la armería de Toledo", explica Domínguez.
Los técnicos no saben cuál será la siguiente paciente del hospital, pero siguen sin entender las razones para hacer daño a una estatua. "Al final, nadie saca nada con ello. Es la cultura de la destrucción", concluye Codina.
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