No disparen al paracaidista
En la novela más reciente de John Irving, que se llama La última noche de Twisted River y sería mucho mejor si no lo hubiese escrito él, porque él ha escrito El hotel de New Hampshire, Un hijo del circo, El mundo según Garp o Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra, hay un adolescente que se enamora de una paracaidista que cae desnuda del cielo, sobre una reunión de amigos con ganas de juerga que la han contratado para que les amenice un fin de semana en el campo, pero que por un error de cálculo aterriza en una pocilga, se pone hecha un Cristo y está a punto de ser devorada por los cerdos. No sé si ustedes la habrán leído, pero Juan Urbano y yo sí que lo hemos hecho y, por alguna razón, nada más leer en el periódico las noticias sobre el cese del profesor Jesús Neira como presidente del consejo asesor del Observatorio contra la Violencia de Género, nos hemos puesto a hablar de ella.
El rimbombante Observatorio contra la Violencia de Género nunca existió de verdad
La palabra paracaidista es hermosa, pero su significado no, o al menos no siempre, porque habla de alguien que llega a invadirte, mandado quién sabe por qué oscuros ejércitos; o que pertenece a otro mundo y pretende inmiscuirse en el nuestro; o que está donde está por pura casualidad, porque su avión pasaba por allí... Al profesor Neira es tan fácil atacarlo ahora como lo fue defenderlo cuando salió en defensa de una mujer a la que, supuestamente, estaba agrediendo su novio en plena calle y sufrió por ello un calvario de heridas y hospitales. Nada más encontrarse en condiciones de volver a la vida, la presidenta de la Comunidad de Madrid se apresuró a ficharlo a bombo y platillo, sin duda con la idea de que la lista siempre queda mejor si la adornas con un héroe. Su gestión ha sido tan desastrosa que no ha sido ninguna, como podía adivinarse sin necesidad de ir a consultarle a una pitonisa, y la pregunta de hoy solo puede ser la de siempre: ¿quién le puso el paracaídas al gato?
¿Y por qué tendría que haber sido al contrario? ¿Qué preparación o qué experiencia tenía el profesor Neira para dirigir el consejo asesor del Observatorio contra la Violencia de Género? Salvar un perro atrapado en un contenedor no te convierte en zoólogo, ni echarle un cubo de agua a una hoguera mal apagada te convierte en bombero. Pero la presidenta de la Comunidad de Madrid ha vuelto a demostrar en este caso que, en su opinión, para ocupar un cargo público sirve el primero que pase y esté dispuesto a decir sí señora. Que creas que estás capacitado para cumplir una misión como la que le encomendaron a Neira, lo delata como un inocente, un optimista o un aventurero, pero da igual una cosa o la otra si tienes una idea publicitaria de la política y, por tanto, te sirve cualquiera para la foto, da lo mismo si se trata de un secuestrado por la ETA o de una deportista con cinco medallas al cuello o de un personaje como Neira, cuyo breve paso por la celebridad ha sido una sucesión de disparates de talla XXL. La culpa no la tiene él.
Como remate del esperpento, el rimbombante Observatorio contra la Violencia de Género también era de cartón piedra, nunca existió de verdad, no tenía sede, ni teléfono, ni página web propia, ni presupuesto... Y si sumas todo lo que no tenía, sabrás lo que le interesa realmente la violencia de género a esa gente que también ve en ella un camino hacia las cámaras de televisión y muy poco más. Las mentiras llenan la boca, pero no ocupan lugar.
La verdad es que Neira no caía muy bien, ni por lo que decía, ni por la manera de decirlo, ni por lo que escribía, ni por lo que ha hecho, pero Juan Urbano y yo lo vemos como una de las víctimas de toda esta comedia que ha sido su paso del anonimato a la fama. Una víctima antipática, tal vez, pero solo eso. No nos vamos a tomar una copa a su salud, porque tenemos que conducir, pero tampoco le deseamos nada más que buena suerte en su verdadero mundo. Si quieren culpar a alguien, miren hacia la sede de la Comunidad de Madrid, que esa sí que existe, y no disparen sobre el paracaidista. Y si lo ven caer al barro, como al personaje de John Irving, ofrézcanle una manguera y una toalla.
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