Vuelta Eresma entre pinos
A la carretera forestal que, saliendo de Valsaín por la cuesta del cementerio, da una larga torera a los montes que rodean el valle del Eresma, para volver a Valsaín vía Navalhorno, se la llama la pista de la Cruz de la Gallega por arte de sinécdoque, la figura retórica que consiste en designar un todo con el nombre de una de sus partes, como al decir que a Fulano le tiran las faldas, en vez de las mujeres, o que Hacienda nos quita el pan, porción minúscula de lo mucho que nos quita.La Cruz de la Gallega es, en realidad, una mera encrucijada de caminos; la primera, eso sí, que topa el excursionista cuando, caballero sobre velocípedo, sube dejando a sus espaldas el camposanto de Valsaín, sortea una barrera que impide el paso a vehículos no autorizados y, tras dos kilómetros de pedalear forzoso, corona un portachuelo con vistas al macizo de Peñalara (este) y a la capital segoviana (oeste). La bifurcación que aquí se presenta no encierra mayor misterio: tirando por el ramal ascendente se resuelve la cuestión. Por qué se denomina de la Gallega es asunto que merece, en cambio, una más detallada explicación.
Y es que ha de saberse que en el siglo de Vespasiano (I después de Cristo) una calzada procedente de Segovia atravesaba este collado crucial en demanda del puerto de la Fuenfría, que fue paso holladísimo entre ambas mesetas hasta bien entrado el XVIII. Hacia 1730, reinando Felipe V, el viajero Esteban de Silhuette lo huella y escribe: "El camino, que en otro tiempo era muy difícil, ha sido arreglado desde que el rey ha tomado gusto a este sitio", refiriéndose a las sólitas jornadas del Borbón en los palacios de Valsaín y La Granja. Pero a partir de 1788, con la construcción de la carretera por el puerto de Navacerrada, el itinerario romano cae en desuso, quedando únicamente "para el paso de gallegos que van a segar a Castilla" (Pascual Madoz, 1848): de ahí, el nombre de la encrucijada.
De ahí, también, que habiendo ya rodado 10 kilómetros largos por estos espesos pinares, y a poco de dejar a la izquierda los raigones de la venta de la Fuenfría, el ciclista haga un alto evocador en la fuente de la Reina, que antaño se titulaba de Matagallegos, "pues era en el camino que éstos usaban de ida y vuelta a la siega y bebiéndola sudando solían pagar su exceso según se lee en una guía turística de 1845; y que, antes aún, llamábase Fuente Fría, nombre que le viene al pelo a esta fontana de agua frigidísima, "cuya temperatura, en 25 de agosto de 1861, a las diez y media de la mañana, era de 6º, 7º" medición que debemos al geólogo Casiano del Prado y que explicaría el óbito por colapso, precedido de escalofríos solemnes, de un buen puñado de emigrantes farrucos.
En la Fuente Fría, o de Matagallegos, o de la Reina, la pista vira de sopetón a la siniestra, desciende casi a plomo por la margen derecha del arroyo de Minguete, cruza el del Telégrafo -afluentes ambos del Eresma- y va a desembocar en la carretera que baja del puerto de Navacerrada a La Granja. Medio kilómetro, carretera arriba, en la primera curva de las Siete Revueltas, vuelve a surgir a mano izquierda la pista forestal asfaltada que, ahora por la ladera contraria del valle del río Eresma, conduce de regreso a Valsaín.
Salvo un par de breves repechos, lo que resta es un gozoso descenso por las faldas de Peña Citores y Peñalara, avistando. a través de la fronda pinariega fugaces retazos de la tierra de pan llevar de Segovia, ese pardo lienzo segoviano enq ue Baroja pintó a los segadores gallegos vagando con su sino trágico por las mieses, y al arriero Polentinos observando con filosófico desdén: "¡Bah! Todas las vidas son malas" (Camino de Perfección, 1902). En esas tristezas va pensando el excursionista -sin sentir ninguna, la verdad-, mientras vuela por pinadas que ya huelen a madera recién cortada en las serrerías de Navalhorno y del vecino caserío de Valsaín.
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