Pavlovsky, hada padrina
A Paco España le encantaba meterse en la piel de Lola Flores en los años setenta, en el desaparecido Gay Club. Ángel Pavlovsky se pondría hoy en la de Loreto Prado, Margarita Xirgu o Catalina Bárcena si no fuera porque no le gusta memorizar textos ni se le dan bien las imitaciones. Es el único transformista que ha sabido orillar los clubes nocturnos para abrirse un hueco merecido en los teatros de prestigio. Se ha inventado un personaje del otro sexo, reverso exacto de sí mismo, a través del cual vierte opiniones agudas, explica su manera de ver la vida y satiriza amablemente sus costumbres y las nuestras.
Le recuerdo hace tres décadas, al frente de su orquesta de señoritas, trabajándose a los espectadores casi de uno en uno, en la extinta sala Cadarso. Ahora los tiene en el bolsillo antes de salir a escena: en este tiempo ha criado buena fama, pero no se ha echado a dormir. Solo así puede empezar como empieza, con una exhibición narcisista que acaba aceptándosele de buen grado porque él mismo la comenta enseguida con una ironía impagable. Sabe llevar al público por donde quiere: al minuto 10 de ÁngelHada ya lo tiene respondiendo a sus preguntas y gritando desinhibidamente consignas a coro, en una función de a diario.
ANGELHADA
Texto, dirección, luz y vestuario: Ángel Pavlovsky. Intérpretes: Ángel Pavlovsky y Martina Burlet. Madrid. Teatro Español, sala pequeña. Hasta el 29 de agosto.
Es el único transformista que se ha hecho hueco en el teatro prestigioso
Gusta a todos el tono confesional sincero de sus intervenciones y su capacidad de lidiar con cualquier imprevisto. Este espectáculo se lo ha cocinado él solito, con ingredientes prestados por sus amigos. En un lateral de la escena, le acompaña Martina Burlet, su sobrina, que a pesar de permanecer siempre en segundo plano, tiene algo radiante y un continuo estar en actitud que invitan a no perderla de vista por mucho tiempo. No le quita foco a su tío: crea un contrapunto joven y una novedad que le vienen al pelo por momentos.
Puestos a escoger, prefiero al Pavlovsky narrador de la segunda parte, pues nunca se repite. El de la primera es permanentemente autorreferencial. En esta ocasión, cuenta un par de historias muy bien escogidas y pautadas. La primera, sobre cómo decidió adoptar a una madre abandonada y las pegas que le pusieron, es un divertido ejemplo de cómo imprimir a lo cotidiano matices fantásticos. La otra, sobre por qué siendo Ángel decidió matricularse en la academia de hadas de su barrio, parece un delirio gestado a dúo en un encuentro improbable entre Gila e Ignacio Espeleta.
Vestido, según describe él mismo, "como una mezcla entre Madame Renard, la princesa Turandot venida a menos y una vedette de Colsada", Pavlovsky, en fin, nos comunica sus preocupaciones estéticas, higiénicas y vitales e intenta inocularnos un optimismo a prueba de crisis que contrasta intensamente con el poso decadentista del espectáculo.
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