Mucho oficio, menos beneficio
4.500 abogados, pendientes de cobrar los casos de 2009
A pocas personas les resulta normal que una llamada les saque de la cama a las tres de la madrugada. A Eugenio Ribón, sí: es abogado del turno de oficio y está de guardia. Por eso, desde las diez de la noche del miércoles hasta la misma hora del jueves su teléfono puede sonar en cualquier momento.
Esa llamada le hará plantarse en cualquier comisaría una vez que la policía haya dirigido la frase habitual al detenido: "Si no tiene abogado, se le designará uno de oficio". Por eso el teléfono de Eugenio Ribón va a sonar varias veces esta jornada. Como otras muchas.
Él es uno de los 4.500 letrados (de los 49.000 colegiados en Madrid) que se han inscrito para defender a quienes carecen de recursos económicos suficientes -sólo las personas cuyos ingresos no superen el doble del salario mínimo interprofesional tienen derecho a la justicia gratuita- y, también, en un primer momento, a cualquier detenido que solicite su servicio.
"En este trabajo ves la miseria de la sociedad", relata el abogado
"El 80% de nuestros clientes no llegaría a un despacho privado", añade
Un colectivo sublevado esta semana por las acusaciones del consejero de Presidencia, Interior y Justicia, Francisco Granados, que denunció "abusos" de estos letrados al pasar minutas infladas. Un colectivo, también, al que el Gobierno regional adeuda 21 millones de euros por el trabajo que han realizado en el primer semestre de este año y cuyas tarifas están congeladas desde 2003.
El turno de oficio es "sacrificado" y "muy vocacional", sostiene Ribón, de 35 años. Sus integrantes se sienten a menudo olvidados y ahora, además, indignados. Pero el trabajo no cesa y las guardias arrebatan el sueño incluso en las madrugadas de agosto.
"Un detenido por delito contra la seguridad vial. Acuda a las dependencias policiales de la calle del Plomo [distrito de Arganzuela]". Dos noches al mes, desde hace 10 años, Eugenio Ribón se despierta con mensajes como éste. Un detenido ha solicitado ser defendido de oficio y el Colegio de Abogados de Madrid le ha asignado el caso a él, uno de los 18 letrados que hoy están de guardia. Son bastantes menos de lo habitual por aquello de que es agosto.
El abogado se levanta intentando no despertar a su mujer. Se viste el uniforme de faena -impecable traje con corbata, pelo repeinado y brillante- y llama a un taxi, que pagará de su bolsillo. Cuando baja, maletín en mano, nadie diría que sólo ha dormido tres horas.
Eugenio Ribón cruza la puerta de las dependencias de la Policía Municipal, que suele realizar las diligencias en los delitos contra la seguridad del tráfico en la capital. Los agentes van y vienen, con sucesivos detenidos en los controles de alcoholemia instalados en la ciudad. El abogado venía para atender uno, pero acabarán siendo tres. Los conoce cuando se sientan a su lado, frente al agente que va a interrogarles.
"Buenas noches. Voy a ser su abogado". Un rápido apretón de manos y un instante para dar un consejo antes de que los policías empiecen a hacer preguntas. "Que sepa que puede declarar aquí o ante el juez. Y es mejor que lo haga ante el juez", desliza a su primer cliente de la guardia. El letrado no puede reunirse a solas con los detenidos antes de que se les tome declaración. Pero Ribón intenta que este derecho les quede claro. Es por un caso que llevó hace tiempo y que se le ha quedado grabado. El de una joven de 18 años a la que su novio engañó para traer droga escondida en la maleta. "Le cayeron seis años de cárcel. Si no hubiera hablado en la comisaría, quizá habría conseguido la absolución".
Ninguno de los tres detenidos por alcoholemia, que muestran evidentes síntomas de embriaguez, declara esta noche ante la policía. Lo dejan para el juicio. Que probablemente será pocos días después. "Seguro que la guardia se me alarga hasta el viernes con los juicios rápidos por estos detenidos", aventura el abogado. Y ojalá no sea más. Porque Ribón pensaba pasar el fin de semana con la familia.
"Voy a hacer todo lo posible y casi lo imposible por ayudarte". Ribón intenta tranquilizar a sus clientes en la breve reunión que tiene con ellos, una vez quedan en libertad. Pero no será fácil. "Conducir superando la tasa de 0,6 gramos de alcohol por litro de sangre es delito automáticamente", les explica mientras les da su tarjeta de contacto en una sala de espera desierta.
"Yo se lo agradecería eternamente si consigue que no me quiten el carné de conducir", implora uno de ellos, repartidor de profesión. Ribón apenas altera el gesto: es lo que tiene la experiencia. "Se dan muchos casos de alcoholemia en los que el conductor tiene el vehículo como medio de trabajo", explica. Y quedarse sin trabajo no es ninguna tontería en los tiempos que corren. "Pero yo no puedo darles falsas esperanzas. Prefiero que desde hoy sepan a lo que se enfrentan", agrega. El abogado se despide hasta el viernes de los que han sido citados en el juzgado apenas 24 horas después del arresto.
Son las 5.25 cuando el abogado sale de la comisaría. Aún no ha amanecido otra jornada calurosa. Ribón se toma un café rápido en uno de los pocos bares abiertos a estas horas. Cuando llegue a casa desayunará con su mujer, que madruga. Él piensa en quedarse ya despierto, pero el sueño al final le puede. Echa una cabezada hasta que el teléfono le despierte de nuevo. Serán tres llamadas: dos de clientes del turno y una tercera del colegio, para otra tarea de la guardia. "Tres detenidos. Uno por explotación de menores, otro por resistencia a la autoridad y otro por abusos y coacciones. Acuda a la comisaría de la calle de Leganitos
", le comunican a las 10.27. Empieza un nuevo día de trabajo.
La comisaría, esta vez del Cuerpo Nacional de Policía, bulle de actividad. Es uno de esos sitios que no se vacía en agosto: los arrestos no toman vacaciones. En la sala de espera, Ribón se cruza con dos compañeros del turno. Hablan de lo que ahora les quita el sueño, más incluso que sus clientes: De los meses que llevan sin cobrar de la Administración regional.
Apuntarse al turno de oficio es voluntario y requiere como mínimo tres años de experiencia. Cobran 180 euros por las 24 horas de guardia y en torno a unos 300 por caso. Pero la Comunidad de Madrid no les paga desde principios de año y ya les debe 21 millones. Algunos letrados han cobrado parte de sus minutas, gracias a un adelanto bancario que gestiona el colegio. El consejero Granados ha lanzado sus dardos especialmente contra los letrados de oficio que llevan casos de extranjería a los que acusa de seguir recurriendo aun cuando sus clientes han sido expulsados, para cobrar más. El decano del colegio es taxativo: "Los abogados deben recurrir incluso tras la expulsión", ha dicho Antonio Hernández-Gil.
"Nuestro trabajo es defender los intereses de nuestros clientes hasta el final", mantiene Ribón. Mientras esperan, los letrados hablan de las protestas que preparan para septiembre si los 4.500 abogados del turno de oficio continúan sin cobrar. "Si nos damos de baja la mitad, se satura todo. Los detenidos no pueden declarar sin abogado. Y no los pueden retener más de 72 horas", aseguran. Pero eso no será hoy. Hoy seguirán asistiendo a los que no pueden permitirse un letrado particular.
El abogado pasea su abultado maletín marrón por varias estancias de la avejentada comisaría durante horas. Utiliza su encanto personal para sondear a la policía sobre el contenido del atestado, que no podrá ver hasta que él lo pida en el juzgado. Y no pocas veces descubre que no coincide en nada con la versión que le dan sus clientes en privado.
"¿Quieres contarme algo más?", insiste con delicadeza a la acusada de obligar a menores a robar. Comparten unos minutos en la esquina de un pasillo, antes de que la lleven de nuevo al calabozo. "Para que yo pueda ayudarte mejor, tienes que decirme qué ha pasado exactamente", afirma el letrado. Ella no colabora demasiado. Ribón dice que defender a los acusados no siempre es sencillo. "El 80% de nuestros clientes no llegaría a un despacho privado", opina.
Algunos le reciben "como su tabla de salvación". Otros permanecen cabizbajos mirando sus muñecas esposadas, sin cruzan apenas palabra con él. O incluso se ponen violentos. Podría haberle pasado con el detenido por resistencia a la autoridad, que se presenta ensangrentado y con cara de pocos amigos. Quizá por eso, una vez puesto en libertad, Ribón decide reunirse con él otro día, cuando esté más tranquilo. "En este trabajo ves la miseria de la sociedad", relata. Aunque algo de eso es lo que a él le engancha.
Como la mayoría de los letrados, Ribón reparte su tiempo entre el turno de oficio, que redondea el sueldo a muchos, y el despacho privado. Este abogado con 13 años de experiencia asesora también a una organización de consumidores (es experto en esta materia). Pero el turno de oficio es su debilidad. "Descubres que esto es la vida real", afirma el letrado.
A las 13.50, Ribón abandona cansado la comisaría de Leganitos. Ya en la calle comparte unas palabras con el último cliente de la mañana, que también asegura no saber por qué ha acabado en la comisaría. Está acusado de abusos y coacciones.
Ribón tiene más de 400 casos abiertos del turno de oficio, que se suman a otros cientos de su despacho privado. Su turno es el de derecho penal y ésta es una guardia en la que sólo le asignarán delitos con penas de menos de nueve años de cárcel. Otros días pueden tocar menores o violencia de género.
En la mesa de su despacho se amontonan los papeles. Los deja aparcados un rato. Necesita una siesta. Vuelve a ellos por la tarde. Y el teléfono ya no le molesta más. A las diez en punto de la noche se termina la guardia. Más o menos. Porque al día siguiente le esperan dos juicios rápidos de las alcoholemias y atender a la chica acusada de explotación de menores, que ha pasado a disposición judicial y le espera en los calabozos de la plaza de Castilla.
Se despierta descansado. Recoge en los juzgados los atestados policiales para estudiarlos antes de entrar en la sala. Visita a la detenida en los calabozos. El área está recién pintada, pero eso no le ha quitado el aspecto helador. En la minúscula sala de comunicaciones, el abogado intenta por todos los medios que las explicaciones que le da la mujer se ajusten en algo al expediente policial. Pero ella afirma no saber nada de lo que se le acusa y el letrado tiene que aceptar su versión. Más tarde quedará en libertad pendiente de juicio.
Ribón coge de nuevo el ascensor y abre la carpeta del siguiente cliente. En la puerta del juzgado de guardia le espera uno de los detenidos por alcoholemia. El abogado consigue la pena más baja en el juicio. Aún más de lo que había augurado. Su cliente, al que esperan fuera su mujer y su hija, se deshace en agradecimientos. El otro detenido que estaba citado no se ha presentado y la juez dicta para él una orden de detención. Ahora sí, se acerca el final definitivo del turno.
Son las 14.27 del viernes y Ribón cuelga la toga. Pero cuando sale del juzgado suena el teléfono. "El acusado por alcoholemia del segundo juicio rápido se ha presentado tres horas tarde y le han detenido", explica. Hay que dar media vuelta. Habrá juicio. El descanso en familia tendrá que esperar hasta el sábado.
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