Manteca y canon
Soy un sacamantecas tremebundo, aunque no estoy solo. En compañía de otros (somos bastantes miles, quizá cientos de miles: una pequeña armada de desalmados) me dedico al robo, al asalto, a la extorsión, al abuso del pobre consumidor. Y lo hago, lo hacemos todos nosotros, los sacamantecas de la cultura, por lucro. Ya saben ustedes a qué me refiero. El famoso canon, que en este caso, lejos de ser, como el prescrito por Harold Bloom, occidental, es más bien un canon accidentado.
Para mí, lo triste no es ver cómo las mantas de la piratería siguen en todas las esquinas de Madrid; últimamente han proliferado en la zona de Alonso Martínez también, como si las cabezas pensantes de esa mafia de la copia ilegal quisieran llevar su desafío a los aledaños de la calle de Fernando VI (donde se encuentra el edificio modernista de la SGAE) y Monte Esquinza, en cuyo número 14 está la sede central de Cedro; ambas entidades se han distinguido en luchar -a cambio de ese mínimo gravamen impuesto a los soportes y dispositivos digitales- por la supervivencia del cine español, de la música española, de la edición de libros españoles. Lo más lamentable de este asunto, lo aberrante, es el regreso de la histórica pinza entre la derecha retrógrada del PP, encabezada por el señor Rajoy y sus solistas preferidos, Zaplana y Acebes, y una supuesta izquierda periférica, la autoproclamada Entesa Catalana de Progrès; el senador por ICV que la representa, Jordi Guillot, es el autor de la enmienda anticanon aprobada en la Cámara alta gracias a esa pinza cavernaria el pasado 11 de diciembre.
¿Por qué pago un canon a los parlamentarios si nunca voy a 'descargar' mi voto en Guillot ni Acebes?
La enmienda Guillot es una joya literaria. Después de una catarata de tecnicismos, uno por uno rebatidos en las argumentaciones de quienes defienden la "operación salvamento" de la cultura nacional que supone el canon, el senador da a luz un tenebroso parto de los montes, con una frase, tomada literalmente del artículo que publicó anteayer en este periódico, digna de figurar no sé si en un Manual de zoología fantástica o en la Historia universal de la infamia: "Hay que superar esta situación de bloqueo que se traduce en el día a día en el incremento exponencial de ciudadanos que se adhieren a la plataforma de todos contra el canon". El canon, entre otras cosas, está pensado para que el nivel de formación y expresión del ciudadano medio no decaiga más de lo que exponencia el escrito analfabeto, profundamente hueco y anticultural del senador Guillot.
Pero como el ilustre Guillot es un político, y al político se le paga (¿por cierto, por qué pago yo un canon al sueldo de todos los parlamentarios si nunca voy a descargar mi voto sobre Guillot ni sobre Acebes?) para que dé soluciones, he aquí la suya: "Insta al Gobierno a abrir un diálogo para superar el conflicto entre consumidores y autores". A eso lo llamo la imaginación en el poder. Cuando ya existe una solución vigente para una amenaza gravísima a la creación, la lumbrera Guillot propone derogarla y seguir hablando, por supuesto después de las elecciones (no hay tiempo antes), allá para las calendas grecas, medida del calendario que ignoramos si el señor Guillot conoce.
El canon regulado en una ágil iniciativa del ministro de Cultura aceptada (dicen que con la boca pequeña) por el de Industria, no es la panacea de todos los males, sino un remedio de orden cultural. Reduce a la mitad el arancel que antes se pagaba por la compra de las grabadoras de CD y DVD y propone unas mínimas cantidades para gravar los soportes. El argumento guillotinesco de que van a pagar aquellos que nunca se descargan ni copian nada es ridículo; tanto como lo sería la protesta de los que no tenemos ni usamos coche por la construcción de carreteras estatales. ¿O es que acaso las artes practicadas por los autores de música, de cine, de libros, no son un bien común? Lo bochornoso de esta campaña ICV-PP es que, siendo ideológicamente semejante a los intentos monopolistas de las distribuidoras hollywoodienses (que provocaron la famosa huelga de cines contra el espectador que desea poder elegir en la cartelera), Guillot and company la presentan como una defensa del consumidor. ¿Consumidor de qué? ¿De basuras, de productos adulterados y escamoteados ilegalmente a sus autores? ¿O mero consumidor de votos necesarios para que los guillots y los rajoys de este mundo saquen tajada el próximo 9 de marzo?
P. D. Perdió el señor Guillot. Seguimos online.
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