Madrid, la Ciudad de la Iglesia
En este mundo la grandilocuencia es lo contrario de la humildad, pero en el otro es lo mismo, y por eso la Iglesia inventó las catedrales y la Banca Vaticana, que son algo así como la expresión monumental y financiera del espíritu. La caridad y el poder se parecen en que necesitan dinero para ejercerse, y por eso Roma no paga traidores, pero cobra de ellos. Por ejemplo, el Arzobispado de Madrid, que emplea el dinero ateo que le da el Gobierno en realizar promociones inmobiliarias y en otros negocios especulativos como el de intercambiar sus propiedades por suelo público. Su proyecto más cercano es el de levantar una Ciudad de la Iglesia entre Las Vistillas y la basílica de San Francisco el Grande, y aunque la oposición de los vecinos y de la mayor parte de los arquitectos consultados es absoluta, el Ayuntamiento les va a dar su bendición y el llamado Plan Parcial de Reforma Interior de la Cornisa del Río Manzanares saldrá adelante, si Dios quiere...
Es dramático el modo en que la capital va dejando de ser ella misma a base de ser de otros
Si todo sigue su curso, Madrid perderá otros 15.000 metros cuadrados de zonas verdes y una serie de elementos naturales y arquitectónicos que están catalogados como Bienes de Interés Cultural y, por tanto, deberían gozar de la máxima protección, si no fuera porque los sucesivos cambios en el Plan General de Ordenación Urbana los han puesto a los pies de las excavadoras. Pero, sobre todo, perderá uno de sus paisajes más característicos, y aunque ya sabemos que a la Iglesia le importa más la doctrina que la educación, resulta incomprensible que ni siquiera en un caso en el que están en juego la historia y la memoria de la ciudad, sus dirigentes sean capaces de respetar los derechos de los ciudadanos y pasen sobre ellos de la mano de los políticos que mandan en la Comunidad y en el municipio, que han desestimado todas las alegaciones que se le hicieron a ese Plan Parcial de Reforma Interior de la Cornisa del Río Manzanares desde el Colegio de Arquitectos y desde la Comisión de Patrimonio. A las mayorías absolutas les sobran los consejos y les resbalan las razones. "Pronto, después de que el cemento santificado lo ocupe todo, esta imagen que pintó Goya habrá desaparecido, y en su lugar habrá algo tan horrible como la estatua de Juan Pablo II que pusieron en La Almudena", pensó Juan Urbano, mientras desayunaba en un bar de Las Vistillas mirando el horizonte con los ojos llenos de malos presagios.
La Constitución dice que España es un país aconfesional, pero la presencia de la Iglesia católica resulta avasalladora, y sus privilegios también. En parte, eso es comprensible, dada su implantación en nuestro país; pero en otro tanto por ciento resulta inaceptable. Juan Urbano se imaginó lo que ocurriría si en ese mismo lugar se pretendiese levantar un templo budista, o una mezquita, por ejemplo. Seguro que en ese caso los mismos que ahora están dispuestos a sacrificar una de las estampas más reconocibles de Madrid y a dejar que unos cuantos se la arrebaten a todos, recalificarían su discurso para decir lo contrario de lo que dicen.
Es dramático el modo en que Madrid va dejando de ser ella misma a base de ser de otros; porque eso es justo lo que ocurre aquí y en todas partes, que más allá de la retórica y las consignas electorales, la realidad tiene sus propietarios y sus inquilinos, y la mayoría de nosotros pertenecemos al segundo grupo, de forma que los otros pueden venir cuando quieran y quitarnos lo que es suyo. Porque lo es y pueden hacer con ello lo que les apetezca. Hay mil casos que demuestran que eso es cierto y uno puede ir saltando de la pagoda de Fisac al teatro Albéniz y de ahí al lugar donde estará esa especie de Vaticano local que será la Ciudad de la Iglesia para darse cuenta de que vive en un lugar donde resulta muy sencillo tapar la razón con la religión, la cultura con la nunciatura y la ecología con la economía. Que siga el desastre, amén.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.