Historia de un desencuentro
Aguirre y Gallardón son compañeros de partido, adversarios y rivales en los tribunales - Sus disputas, la última de ellas por las obras de Serrano, también las pagan los ciudadanos
La tarde del 7 de julio de 2002, José María Aznar invitó a Alberto Ruiz-Gallardón al palacio de La Moncloa. Iba a pedirle que fuera su candidato al Ayuntamiento de Madrid en las elecciones del año siguiente. El entonces presidente de la Comunidad y valor en alza del PP, aunque no fuera lo que hubiera preferido, aceptó. A continuación, Aznar le requirió también un nombre capaz de aspirar al puesto que él dejaba vacante en el gabinete regional. Esa tarde, hace sólo siete años, un Gallardón de 43, que ya tomaba medidas a las estancias de La Moncloa, le contestó al líder del partido que la mejor persona para sucederle era Esperanza Aguirre. Quizá el pecado original.
Hoy la comunicación entre las dos grandes administraciones de la región que ambos dirigen, fuera de lo meramente institucional u oficial, no existe. Cero. Hace siete meses, el Ayuntamiento tuvo constancia a través de las informaciones publicadas en EL PAÍS de que el vicealcalde, Manuel Cobo, había sido espiado por funcionarios de la Comunidad de Madrid. El caso está en los tribunales y se han cortado los pocos lazos que quedaban. Sin ir más lejos, el pasado jueves, Cobo arremetió duramente contra el secretario general del PP en la región y consejero de Interior, Francisco Granados, a quien acusó de ocultar información sobre el espionaje. La relación es mala a todos los niveles. "Ha llegado a un punto de no retorno. Ya no es posible arreglarlo", apunta un edil. Y la trinchera va desde los diputados y los concejales (estos últimos divididos entre aguirristas y gallardonistas), pasando por los altos cargos, hasta los respectivos gabinetes de prensa. Y en esa lucha, la traición se paga carísima.
La relación es mala a todos lo niveles: ediles, diputados y gabinetes de prensa
La primera afrenta fue de él: se levantó del pleno el día que habló Tamayo
El alcalde pensaba que podría tratar a la presidenta como a Manzano
Una juez investiga si personal de la Comunidad espió al vicealcalde
Pero al precipicio se llegó a empujones. Conflictos de todos los colores que, pese a afectar a miembros del mismo partido, se han dirimido siempre en los medios de comunicación antes que en los despachos. Y eso, en parte, lo han pagado los ciudadanos. Las obras del Paseo del Prado paralizadas, la cuarta entidad financiera de España contra las cuerdas y con un presidente interino, el metro de la capital a punto de salirse del Consorcio Regional, la privatización del agua a las puertas del juzgado... La última: la paralización de las obras de Serrano, con su cartel municipal inculpando a la Comunidad. Sus peleas, su enquistada relación, afectan a seis millones de ciudadanos. ¿Por qué tanta distancia?
Aguirre y Gallardón comenzaron casi al mismo tiempo (1983) su carrera en el Ayuntamiento de Madrid. Pero pensaban distinto, venían de casas diferentes. Él, fundador de Alianza Popular. Ella, procedente de la insignificante Unión Liberal. Eran jóvenes, inexpertos y ambos han asegurado siempre que mantenían una buena relación. "Él era un chavalillo cuando entró. Pero un pata negra. Ella pasó más desapercibida al principio. No recuerdo grandes peleas", señala el entonces alcalde socialista de Madrid, Juan Barranco.
Los caminos se separaron y cada uno colmó temporalmente su ambición con los cargos obtenidos. Gallardón mediante las urnas (dos veces presidente de la Comunidad con mayoría absoluta) y ella por su consideración dentro del partido y su relación con José María Aznar (ministra de Cultura y presidenta del Senado). Eran poderosos y no se molestaban. El futuro les pertenecía.
Y lo disfrutaron hasta que pudieron. "Tienen una ambición distinta. Ella va a por todo, pero disfruta de lo que tiene cuando no consigue algo. Él nunca será del todo feliz. Siempre está pensando en lo que viene después", explica un concejal que ha trabajado con ambos.
El primer cisma llegó la tarde del 28 de junio de 2003. Ese día, el tránsfuga Eduardo Tamayo subió dos veces a la tribuna de la Asamblea para explicar su sospechosa abstención y la de María Teresa Sáez. Para dar cuenta en el corazón parlamentario de Madrid de la oscura traición que, meses más tarde, iba a permitir gobernar a Esperanza Aguirre. Las dos veces se levantaron en pleno los diputados del PSOE. Y en las dos se marchó también de la sala Gallardón. "Eso, obviamente, le sentó como un tiro a la presidenta. Que la dejara ahí sola con los tránsfugas... No fue nada cortés", explica un colaborador de Aguirre. Todas las fuentes consultadas señalan ese día como el origen del desencuentro.
"Ese sapo se lo tragó Esperanza", recuerda una diputada. Pero no ayudó a digerirlo que Gallardón, a quien el entorno de ella acusó de conocer de antemano el tamayazo, conservase la presidencia de la Comunidad mientras se celebraban las siguientes elecciones. Durante ese tiempo, y avalado por un informe jurídico que él mismo encargó, fue presidente y alcalde de Madrid.Ella ya no se fiaba de él. Un sentimiento que sus colaboradores definen como "el principal motivo del deterioro de la relación". En la segunda campaña, Aguirre prescindió de su anterior director, Miguel Ángel Villanueva (actual concejal de Economía), que a su vez había sido consejero de Gallardón y que siempre le fue cercano. Se empezaba a tensar la cuerda. Y más cuando ella consolidó su liderazgo.
El miércoles 6 de octubre de 2004, Gallardón, Aguirre, y sus respectivos escuderos, Manuel Cobo e Ignacio González, quedaban para cenar en el Asador Frontón III, junto a Cibeles. Ella aspiraba a la presidencia del partido en Madrid. Estaba creciendo, se veía con fuerzas y quería más. Gallardón empezaba a oler la amenaza y reclamó una lista de consenso en la que, como mínimo, Cobo tenía que ser el secretario general. O eso, o al día siguiente lo presentaba como candidato a la presidencia. "No acepto chantajes", anunció Aguirre, que pagó la cuenta y se fue a las 23.30. La cena acabó "como el rosario de la aurora", según una de las personas que esperaba noticias fuera. Y, desde entonces, nunca más, ni una sola vez, se han vuelto a sentar en una mesa para tratar de solucionar un problema.
Y así se desató la guerra. Gallardón, quizá sin darse cuenta, lanzó a su hombre de confianza contra el aparato del partido. Alguien calibró mal las fuerzas que tenían. "También hay que tener en cuenta que ella jugaba con una baraja trucada. El secretario general del PP era Acebes, y él se posicionó abiertamente a su favor. Rajoy, claro, lo consintió", explica un miembro de la dirección del PP regional.
Una semana después llegó la constatación de que se había subestimado a Aguirre. El miércoles 13, reunidos en una sala de Génova, 330 miembros del PP regional podían exponer sus preferencias para evitar un congreso fratricida y humillante para alguna de las partes. Sólo ocho defendieron la candidatura de Cobo. "Durante su etapa de presidente, Gallardón había despreciado al partido. Llegaba a los pueblos y todas las atenciones se las llevaba el alcalde del PSOE. A veces ni llamaba al portavoz del PP de ese municipio. Él es así. Todos le admiran. Pero nadie le tiene cariño", recuerda uno de aquellos portavoces, presente en la reunión.
La noche fue dantesca. Humillante. Algunos asistentes recuerdan a Gallardón desencajado. "Nadie se privó de hablar", recuerda un asistente. Aguirre había empezado a marcar el terreno y a devolverle los desaires. "Por supuesto que ella se ha sentido menospreciada por él muchas veces", explica una colaboradora cercana de la presidenta. "Pero esto ya lo hacía Gallardón con Manzano. El problema es que Aguirre no se deja pisotear", insiste. En ese Congreso lo demostró arrasando.
A partir de ahí, se sucedieron los conflictos. En parte, porque el Gobierno de la Comunidad de Madrid reduciría su presencia casi a la de una diputación provincial si no podía meter baza en el Ayuntamiento. Y en gran medida, porque cada vez que han tenido la oportunidad de ponerse la zancadilla lo han hecho sin dudarlo. Tanto que Esperanza Aguirre se despachó a gusto en su biografía autorizada.
Pero el duelo con navaja, el que desequilibraría la balanza, llegó la noche del martes 15 de enero de 2008 en la sede de Génova. Ese día, Aguirre logró que Rajoy dejara fuera de las listas para la candidatura del Congreso a su adversario. Para ello lanzó el increíble órdago de que renunciaba a la presidencia de la Comunidad para ir también en las listas. Gallardón anunció esa misma noche que dejaba la política. "Aquello fue una emboscada preparada por su partido, por el partido que fundó. El golpe más duro de su carrera", explica un colaborador del alcalde. Y el mazazo se lo asestó Aguirre.
"El que les habla ha sido derrotado", admitió el alcalde la mañana siguiente. Nunca lo había dicho tan claro. Jamás se había escenificado tan bien con palabras que aquello era una guerra. Y que esa batalla, otra vez, la había perdido. Y aunque luego se echó para atrás, amagó con dejarlo todo. El alcalde siempre dice que no guarda rencor a nadie por la sangrienta refriega.
Los que están menos identificados con uno u otra, si es que eso es posible en el PP de Madrid, empiezan a estar hartos. "Nos perjudica a todos. Y suerte que el PSOE lo está haciendo rematadamente mal, porque estamos perdiendo un gran capital de votos. Las rivalidades políticas se tienen que resolver en los congresos", explica un concejal que ha sufrido las peleas de ambos.
Hoy, pese a lo que digan en público, ninguno de los dos se ha olvidado de cada una de las rencillas. Ambos siguen compartiendo un objetivo, en el que son un estorbo el uno para el otro. Tanto, que una juez investiga si trabajadores de la Comunidad espiaron los movimientos de la mano derecha de Gallardón, Manuel Cobo. Aunque eso, dicen en la Comunidad, es un invento de este periódico.
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