Bombástico
Muse deja boquiabiertos a 15.000 espectadores con un espectáculo faraónico
Madrid
Bocas abiertas, ojos iluminados, manos a la cabeza, pellizcos en los brazos para comprobar que, efectivamente, aquello estaba ocurriendo. ¡Qué arranque de concierto! Imagínese el lector tres edificios plantados en el escenario, de unos 25 metros cada uno. Haga cálculos: un pedazo de mole. Comienzan a iluminarse las ventanas, se ven siluetas humanas por las escaleras. La música suena. De repente, se vienen abajo los telones y los tres componentes de Muse aparecen encaramados, cada uno en mitad de un edificio, como si estuviesen en el cuarto piso. Se miran, parecen sonreír y atacan una imparable Uprising, la primera canción de su último disco, Resistance. ¿Va a ser así todo el concierto? A frotarse las manos. Excesivos, grandilocuentes, bombásticos. Lo de anoche fue un espectáculo tan grande que es imposible comprimirlo en esta crónica.
Bellamy llega a tonos de Freddy Mercury y toca poseído por Hendrix
Miles de chavales (llenísimo el Palacio de Deportes: 15.000) se creyeron anoche importantes, distintos, estremecidos, enfocados por una potente luz durante dos horas. Sólo existían ellos. El lenguaje del pop tiene cláusulas que la razón no entiende y anoche se vivió una de ellas. Fue uno de esos días en los que Dios y el viento deciden soplar por el lado bueno, una noche explosiva, gozosa, de música escrita en grandes tipografías. Empezando por esos seguidores que pasaron la noche acampados a las puertas del recinto, soportando un frío inmisericorde, cortante y gélido. "¿Dormir? Con este frío ha sido imposible", revelaba Leticia, de 21 años, que había llegado con su amiga Reme, de 22 años, desde Valencia. Las dos pasaron la noche en el húmedo empedrado de la plaza de Dalí. Se hicieron amigas de Cristina (19 años) y Natalia (18), madrileñas, ataviadas con una tienda de campaña para amortiguar la temperatura glacial. Estas cuatro chicas fueron las primeras en alcanzar la valla más próxima al escenario. "Euforia, energía, ganas de vivir". Así definían lo que les produce escuchar al trío inglés.
Y Matt Bellamy (voz y guitarra), Christopher Wolstenholme (bajo) y Dominic Howard (batería) ya estaban en el escenario interpretando los primeros temas de la noche. Tremenda sonó Supermassive Black Hole, esa canción que parece interpretada por Prince el día que invitó a su mansión a Rage Against The Machine. Te sientes relevante en un concierto de Muse, como si estuvieses en una especie de Matrix musical, en una ópera futurista y rockera que a cada canción se torna más épica. Lo que hace Bellamy por la humanidad es impagable. Es un tipo de apariencia enclenque y enfermiza. Pero, ¡ja!, qué derroche de energía exhibe el tiparraco. Eleva su voz a unos tonos sólo igualados por Freddie Mercury y toca la guitarra como si estuviese poseído por el espíritu de Jimi Hendrix. El concierto se cerró con esa epopeya llamada Knights of Cydonia. Fue emocionante ver a miles de brazos corear la canción en una orgía de felicidad. Todos enfilaron la salida preguntándose: ¿Ha sido real?
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