El Beti Jai de las chicas
El Frontón Madrid, el único en el que jugaban mujeres, será un hotel
"No es uno más, es el mejor". "El frontón más elegante de España". La prensa de la época no escatimó elogios ante la inauguración del Frontón Madrid. Estaba bañado de luz natural gracias a sus enormes vidrieras de colores, tenía peluquería, salón de té, terraza y "restorán". En su cancha debutó el día de su inauguración (5 de junio de 1929) "la formidable y bellísima raquetista" Carmencita La Bolche, con falda plisada por las rodillas y ondas al agua en el pelo.
La idea de que las mujeres jugasen a la pelota fue de Ildefonso Anabitarte. El pelotari hizo fortuna en América y convertido en empresario compró el Frontón Moderno en Doctor Cortezo. Luego lo demolió para levantar el Teatro Fígaro (estaba casado con una cantante de zarzuela) y mandó construir justo enfrente el Madrid, que no tardó en ser bautizado "la catedral de la raqueta". "Era un frontón muy coqueto", recuerda el pelotari Fernando Larumbe, mostrando con nostalgia las viejas fotos de sus suntuosos interiores. Pero el gran atractivo de la cancha eran las poderosas mujeres que atizaban la pelota. "En aquella España, era un espectáculo revolucionario", dice Larumbe admitiendo que entre el público apostante había bastante "viejo verde". "Éramos mujeres deportistas, no nos mantenía nadie, enseñábamos las piernas, salíamos por las noches... un poco como las artistas de ahora", recuerda Manuela Barba, que entró en el frontón como titas (recogepelotas) a los 15 años. Con nombres como Chiquita de Anoeta, Pilarín o Cari, varias generaciones de raquetistas se ganaron la vida en el que fue el último frontón de la ciudad. Jugaban todos los días (salvo los del periodo) a cambio de una tarifa por partido (hasta tres al día). Fueron unas avanzadas de la emancipación femenina, por ello, durante el franquismo les dejaron de dar licencias: el deporte era poco femenino y contribuía a la esterilidad. En 1978 varias raquetistas demandaron al frontón porque las quería retirar sin una pensión digna. Y ganaron. "Sobre todo al final, había mucho compañerismo entre las chicas", dice Barba, que a sus cincuenta años se sigue reuniendo anualmente con las que fueron las compañeras de "los mejores años" de su vida.
"En aquella España, era un espectáculo revolucionario", afirma Larumbe
Con la decadencia del deporte el Madrid albergó combates de boxeo y conciertos de rock (como el de Barón Rojo) y quedó inmortalizado en el rodaje de El Crack, de José Luis Garci. Cerró en 1981, y aunque el entorno de la pelota quiso hacerse con el edificio, el último dueño subió el precio hasta que se hizo imposible. Al final el inmueble fue adquirido por la inmobiliaria Gavir, que lo encontró "con los interiores destrozados", según un portavoz.
Cuando Manuela Barba pasa por el centro procura evitar la calle del Doctor Cortezo. "Me da mucha pena verlo, ahora sólo es un agujero". Queda en pie la fachada desastrada del frontón, que está protegida, pero detrás hay un enorme vacío en el que se proyecta un aparcamiento y un hotel que estarán acabados en un año y medio. Gavir tardó una eternidad en conseguir la licencia de cambio de uso. Un vía crucis burocrático que ha hecho mella en sus dueños: "Es una lástima, pero se te quitan las ganas de rehabilitar edificios históricos en el centro, el Ayuntamiento lo pone tan difícil que se convierte en algo inviable financieramente".
Cuando se aprobó el cambió de uso en 2002 (21 años después de su cierre) apenas ocupó unas líneas en la prensa y una queja de la portavoz de PSOE por la pérdida de una dotación deportiva del centro. ¿Por qué no se levantó una polémica semejante a la que ha despertado el desamparo del frontón Beti Jai? "Allí no quedaba nada que salvar", explica Vicente Patón, arquitecto que formó parte de la comisión que supervisó la propuesta hotelera, "y arquitectónicamente el Beti-Jai es mucho más valioso; el Madrid era un inmueble más al uso y el proyecto de rehabilitación estaba bien". La clave es que el Frontón Madrid "tenía más interés por la actividad que albergó que como edificio". Porque fue el último y el único en el que jugaron regularmente aguerridas pelotaris de falda plisada.
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