Aplausos en el desastre
Desde hace cinco días casi toda la plantilla de Sogecable sale al pasillo central del edificio de Tres Cantos a darse un aplauso. En la garganta del inmueble atruenan las palmas a partir de las doce. Cinco minutos de algarabía, desde el balcón del primer piso, en todo el tramo de la escalera, en la planta baja se amotinan los empleados para lanzar vítores y batir las manos infatigablemente.
Sogecable ha desatado un ERE que despedirá a 250 personas. Muchas ya se han ido tanto por bajas voluntarias o incentivadas como víctimas del comienzo de la masacre. Sin embargo, por ahora no hay protestas masivas, generalizadas, pitos o caceroladas concertadas a las puertas del edificio. Solo hay aplausos. En medio de la debacle profesional, los trabajadores, en lugar de quejarse, de enfrentarse al verdugo de sus empleos, han optado por palmearse la espalda. En estos momentos de crisis es más alentador, más efectivo recibir apoyo de los compañeros que el silencio del despacho contra el que volarían los insultos o las piedras.
La crisis es una inmensa ladrona de expectativas. Un sigiloso delincuente que desfalca las ilusiones
Un aplauso reforzando la autoestima de unos profesionales conscientes de la valía de su esfuerzo y su producción. Un aplauso dedicado al compañero despedido, ese que ha dejado un ordenador mudo y una ausencia a través de la que hoy reverberan las palmas de sus amigos. Unos palmeos subrayando la labor material, pero también la aportación emocional a un grupo generador de beneficios, a una maquinaria empresarial y humana que funciona. Porque el despido no representa solo la pérdida de un sueldo fijo, sino de la confianza. Con el finiquito se salda un ingreso y, de paso, una batalla por la realización personal y la reafirmación basada en el trabajo.
El jueves se manifestaron en Madrid más de mil jóvenes sintiéndose despojados de futuro. Chavales con pancartas como "Rebeldes sin casa" o "Sin casa, sin curro, sin pensión, ¡sin miedo!" encarando el paseo del Prado y la vida sin perspectivas laborales decentes. Chicos y chicas a quienes les aguardan empleos precarios, sueldos denigrantes, la primera generación española enfrentándose a un nivel de vida inferior al de sus padres. Esos jóvenes hacen ruido, enarbolan cánticos y banderas, provocan disturbios porque no dejan de asomarse al precipicio del mañana. Combaten ese vértigo, esa indignación con la protesta. Tienen fuerza para la lucha, como la han tenido todas las juventudes de la historia. Les han robado el porvenir y confían en recuperarlo. "Juventud sin futuro" era el título de la marcha.
La crisis es una inmensa ladrona de expectativas. Un sigiloso delincuente sin rostro que desfalca las ilusiones, que desvalija el presente y la caja fuerte del día siguiente. No es un tsunami, no es un desastre natural sin responsables humanos e identificables. Es el criminal mandado por unos ejecutivos que han hundido medio mundo y, además, a diferencia del terremoto, la crisis solo afecta a algunos. Mientras tú te vas a la calle, cancelan tu nómina y tu tarjeta del torno de entrada al curro, el compañero de la mesa de al lado permanece indemne. Y ese salvado laboral contempla, de momento ileso, la desgracia de su amigo, el capricho injusto e injustificable del jefe o de ese magnate emboscado en la empresa que pone nombres en la lista negra de un ERE.
Los jóvenes se manifestaron contra el hurto del futuro y la desmantelación de cualquier ilusión en el presente. Los empleados de Sogecable se aplauden a sí mismos porque el despido también les roba el pasado. Ahora parece que no sirven los años invertidos en la oficina, los méritos contraídos, las horas extras, los turnos a veces doblados. Pero al margen de los sacrificios, un hombre o una mujer fulminados de la plantilla no pueden más que cuestionarse si ha valido la pena dedicar parte de la vida a un proyecto que hoy te da la espalda. Un sentimiento de traición aflora en estos momentos donde no solo el presente es aire y el futuro un barranco, sino cuando, al echar la vista atrás, uno contempla un páramo arrasado por un cese sin explicaciones ni agradecimientos.
Por eso atruena el aplauso en Sogecable. Para que los que se han ido comprendan que se les recuerda; para que, quienes están a punto de salir por la puerta, sepan que se les aprecia y para que; los que se quedan, no sientan la culpabilidad del superviviente.
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