Oda al espectáculo
Fastuoso arranque de los Juegos Olímpicos de Pekín, en los que la luz, el color y la milenaria cultura china dieron lugar a una ceremonia inaugural memorable
La estampa de Jao Ming, un gigantón de 2,26 metros de altura, portando la bandera de China, supone un fiel reflejo de la magnitud del país oriental. Una superpotencia de casi 1.300 millones de habitantes que hizo gala de toda su fuerza y su arsenal tecnológico en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Pekín, en la que un bello espectáculo de luz y color abrió al país chino al mundo por unas horas. El Nido acogió una noche memorable. La portentosa obra de Herzog & de Meuron fue el marco arquitectónico de una inauguración que comenzó con una cuenta atrás de treinta segundos, en la que un juego de números luminiscentes dieron el pistoletazo de salida a la cita olímpica.
La milenaria cultura china fue el eje conductor de toda la gala, que arrancó con una exhibición pirotécnica. Los fuegos artificiales, proyectados desde la cubierta del estadio nacional, tiñeron el cielo de la capital china con los colores que componen los anillos del logotipo olímpico. Acto seguido, el rojo se adueñó del interior de El Nido de Pájaro. Un numeroso ejército de tambores, acompasado por un estruendoso coro de voces, inundaron todos los rincones del estadio.
El bullicio originado por los timbales y los fuegos dieron a un silencio sepulcral, tan sólo interrumpido por la melancólica música china. Los figurantes representaron la evolución de la Gran Muralla y a continuación, un gigantesco pergamino luminoso cubrió el césped del recinto, donde una decena de balarines trazaron una alegoría del origen del papel. Los guerreros de terracota, al son de la ópera china, fueron los siguientes protagonistas. Su atuendo y sus movimientos crearon una atmósfera mística que instantes después nos trasladó a la Ruta de la Seda, escenificada con una gran combinación de danza, luces y sonidos.
La cultura china, protagonista
La ceremonia cobró más intensidad y vivió uno de sus momentos más álgidos cuando los actores compusieron una reproducción del estadio nacional chino, con capacidad para 91.000 espectadores. El baile de los figurantes, ataviados con luces azules, proyectó una reproducción finedigna de El Nido, en donde se disputarán todas las pruebas de atletismo y algunos partidos de fútbol.
Ante el asombro de los asistentes que abarrotaban el estadio, el Tai Chi nos remontó a las ascentrales raíces del gigante asiático. Un número que reflejó la esencia de este arte marcial cuyo fin es la búsqueda de la armonía entre el hombre y la naturaleza. El número, uno de los más emotivos de la ceremonia, precedió a la interpretación de la canción oficial de los Juegos Olímpicos de Pekín, y guió la puesta en escena de los verdaderos protagonistas: los atletas.
Elenco de estrellas
Grecia encabezó la salida de los deportistas, entre los que se encuentran estrellas de la talla de los jamaicanos Usain Bolt y Asafa Powell, el estadounidense Michael Phelps, el suizo Roger Federer o la pertiguista rusa Yelena Isinbayeva. Más singulares fueron la presentaciones de la delegación de Palestina, compuesta por tan sólo cuatro atletas, o la de Cuba, cuyos deportistas rememoraban las escenas de los discursos castristas ondeando pequeñas banderas de su país.
Apenas veinte minutos después se produjo la salida de los 286 deportistas de España, cuyo objetivo es batir el récord de las veintidós medallas conseguidas en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Abanderados por el piragüista David Cal, los atletas españoles disfrutaron como niños del paseo por el coliseo olímpico entre los vítores de sus familiares desplazados hasta China.
La ceremonia se prolongó durante dos horas más. Tras los protocolarios discursos del presidente del COI, Jacques Rogge, y del presidente chino, Hu Jintao, se resolvió la gran incógnita. Después de recorrer más de 14.000 kilométros salpicados de polémica, la antorcha olímpica aterrizó en El Nido. Li Ning, gimnasta que deslumbró al mundo del deporte en los Juegos de Los Ángeles con tres oros, se elevó a los altares, recorrió todo el perímetro del estadio olímpico y prendió la llama del pebetero. Pekín 2008 ya es una realidad.
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