Los supervivientes del Holocausto piden aumentos en sus pensiones de miseria
Miles de judíos, algunos con el uniforme de los campos de exterminio, protestan en Jerusalén
"He venido para decir basta. Sobrevivimos en los campos de exterminio nazis y ahora estamos muriendo lentamente en la más pura miseria. Es una vergüenza para Israel". Son las entrecortadas palabras de Samuel Reinich, uno de los más de 3.000 supervivientes del Holocausto que ayer desafiaron el calor y una avanzada edad para protagonizar la manifestación más corta y emotiva que Jerusalén recuerda. Minutos antes de empezar la protesta, Reinich, de 70 años, decidió no ir vestido con el uniforme de los campos de concentración, que otros sí llevaban.
Acompañado de su nieto, su principal temor ayer era que su débil y operado corazón no resistiera los 500 metros de recorrido. Por primera vez en un acto de protesta, el número de ambulancias era superior al de policías. "Es muy triste. La manifestación me traslada a los peores recuerdos del infierno en Alemania", decía casi llorando.
Bajo el lema Marcha por la vida, todavía y convocados por una cincuentena de organizaciones civiles y estudiantiles, los manifestantes se dieron cita ante la presidencia de Gobierno para pedir un aumento de las ayudas estatales que alivie el delicado estado económico de los 280.000 supervivientes en Israel, un tercio de los cuales vive bajo la línea de pobreza. Un total de 160.000 no reciben ningún tipo de ayuda. La propuesta inicial del primer ministro, Ehud Olmert, que daba a los ancianos necesitados un suplemento de 90 shekels mensuales (15 euros), encendió más los ánimos de los supervivientes que lo consideraron "humillante". La ayuda ha sido aumentada pero aún es "insuficiente". "Acuso a todos los Gobiernos que ha habido en Israel de esta vergonzosa situación. Su pasividad ha convertido a los supervivientes en mendigos. Sólo pedimos vivir y morir con dignidad", exclamaba otra superviviente, Miriam Yahav, de 84 años, junto a una pancarta que decía Perdón por haber sobrevivido.
Sólo unos pocos se atrevieron a vestirse los uniformes de los campos de exterminio. Pocos, pero atractivos para los objetivos de las cámaras en búsqueda de unos uniformes y una estrella amarilla de David que ayer en la soleada Jerusalén hacían revivir épocas en la oscuridad. La mayoría, sin embargo, hizo caso al llamamiento de Noa Flug, líder de la organización que agrupa a las entidades de los supervivientes: "Entiendo y comparto el dolor. Estuve cinco años en un gueto y después en los peores campos de exterminio como el de Auschwitz. En mis carnes viví ese infierno, pero pido no usar los símbolos del Holocausto para esta legítima protesta".
El anciano más ilustre en Israel, el presidente Simón Peres, de 84 años, afirmó que confía "en el Gobierno y en una solución digna para las necesidades de estas personas tan importantes para nuestro país".
Muchos recordaron las palabras de Olmert en el último Día del Holocausto, cuando prometió que "no habrá ningún superviviente más que viva en la pobreza". Las promesas son efectivas cuando se anuncian, pero si no se cumplen, provocan un dañino efecto bumerán.
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