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Los seminarios de Lena Nemirovskaya, una mirada penetrante sobre Rusia

Una de los procedimientos más rápidos y eficaces para medir la temperatura política y social de Rusia sin fatigosos desplazamientos por este enorme país consiste en sumergirse durante unos días en los seminarios que organiza la Escuela de Estudios Políticos de Moscú (EEPM). Fundada en 1992 por Yelena Nemiróvskaya, la EEPM ha sido desde entonces un fiel reflejo de la sociedad en que vive. Cada verano, en dos ocasiones, reúne en las afueras de Moscú a miembros de la elite federal y de provincias, así como a representantes de instituciones europeas y expertos y politólogos internacionales.

Surgida en la cocina familiar de la intuitiva Nemiróvskaya y de su esposo, el pensador y filósofo Yuri Senakósov, la EEPM ha inspirado una red de escuelas coordinada por el Consejo de Europa, que se extiende ya por 16 países poscomunistas, desde Croacia a Kazajistán pasando por Bulgaria, Ucrania y Georgia. Cada centro tiene su propio estilo y en el futuro la experiencia de la EEPM podría llegar también a China.

En el último seminario, del 18 al 24 de julio, participaron 135 personas. Los representantes de Bielorrusia, que no pueden reunirse libremente en su restrictivo país, llegaron sin problemas, no así los de Georgia, ya que Rusia denegó el visado a los siete invitados georgianos, contradiciendo así los principios de apertura y colaboración que proclama la nueva política internacional del presidente Dmitri Medvédev. El veto ruso indica como mínimo la falta de voluntad para tender puentes con la clase política georgiana que aún mantiene el interés por Rusia, así que el presidente de Georgia, Mijaíl Saakashvili, podría tener razón cuando afirma que sus jóvenes paisanos crecen de espaldas a Moscú y no hablarán el ruso. Mala cosa, tratándose de vecinos con tantos lazos históricos.

En el seminario, hubo algunas señales esperanzadoras para el futuro de la libertad de expresión en Rusia. Los asistentes habían superado la rigidez y "corrección política" al estilo de Rusia Unida (el partido mayoritario en el parlamento) que tan frecuentes eran hace tres años. En lugar de medir cuidadosamente las palabras, los rusos mostraban sentido del humor e ironía al referirse al sistema que dirigen en tandem el presidente Dmitri Medvédev y el primer ministro Vladímir Putin. Términos como "corrupción" y "latrocinio" sonaron a menudo, aplicados en abstracto a los altos niveles del poder.

Inquietantes fueron los debates sobre la situación en el Cáucaso, cada vez más envenenada y violenta, sobre todo en Daguestán, donde los asesinatos ocurren de forma cotidiana y a plena luz del día. El vicejefe de Gobierno ruso Alexandr Jloponin, jefe del nuevo distrito federal del Cáucaso del Norte, quiere desarrollar el turismo y trabajar con la juventud para que ésta se sienta como parte de la ciudadanía rusa, pero sus ideas topan con desafíos y atentados como el que recientemente afectó a una estación hidroeléctrica en la república de Kabardino-Balkaria. El diputado Abalbi Shjagoshev, un representante de Kabardino-Balkaria en la Duma Estatal de Rusia, afirmaba que los intereses del Cáucaso no se reducen solo al dinero de Moscú. Shjagóshev, que perdió las dos manos al intentar salvar a las víctimas de un atentado, insistía en que el Cáucaso es Rusia y que los rusos son un factor estabilizador en la región. Los rusos, sin embargo, están abandonando el Cáucaso, y con ellos se van también miembros de otras comunidades culturales, y eso pese a que el Kremlin se propone desarrollar económicamente la zona y el Estado, dar garantías sobre el 70% de las inversiones. Shjagóshev quiere evitar que la juventud siga incrementando las filas de la guerrilla. Para ello propone crear instituciones que actúen de mediadores entre la policía, los representantes religiosos y los jóvenes. Bajo la batuta de Jloponin, este año se han organizado campamentos para que los jóvenes de distintas procedencias convivan entre sí.

Algunos de los expertos que asistían al seminario de la EEPM acudirán en septiembre al Club de Discusión Valdái, un foro político privilegiado que cuenta con la presencia del presidente y el primer ministro de Rusia. En Golitzino, el británico Lord Robert Skidelsky planteó algunos puntos que serán debatidos en Valdái,a saber: ¿cuáles son las raíces del autoritarismo ruso? ¿Puede Rusia tener relaciones normales con sus vecinos?, ¿Es Rusia más europea o más asiática?, ¿Puede Rusia modernizarse y ser un país ordinario? Tras una animada discusión, el analista Igor Míntusov ancló el debate planetario en la dura tierra: que haya competencia y que se dejen de falsificar las elecciones.

Por su parte, el vicepresidente del Instituto de Europa, Serguéi Karagánov afirmó que la sociedad rusa rechaza la modernización y, con ironía, se manifestó a favor del traslado la capital de Rusia de Moscú a Irkutsk, en Siberia, para conseguir así la cohesión del Estado que en su día consiguió Kazajistán al trasladar la capital desde Almati a Astaná.

Por su parte, los sociólogos Borís Dubin y Lev Gudkov, del centro Levada, afirmaban que los jóvenes rusos no han heredado el sídrome de rechazo al sistema que experimentaron sus padres durante la perestroika, así que se han adaptado al sistema y no quieren cambiarlo. Los jóvenes se identifican con Putin como líder nacional y símbolo del éxito y de unidad, y cada vez confían más en los servicios de seguridad y menos en los medios de comunicación. Entre el 25% y el 30% se sienten europeos, según una encuesta llevada a cabo entre la juventud de la región de Moscú.

Lena Nemiróvskaya (en el centro), flanqueada por Yuri Senakósov (izquierda) y Serguéi Karagánov.
Lena Nemiróvskaya (en el centro), flanqueada por Yuri Senakósov (izquierda) y Serguéi Karagánov.

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