Un paso más hacia Europa
Turquía empieza a parecer un país normal 30 años después del último golpe de Estado con carros de combate en la calle. Los jóvenes turcos nacidos después del pronunciamiento militar siguen fumando como turcos, pero en la calle: en todos los locales cerrados está prohibido desde hace más de un año. Dos terceras partes de los 72 millones de turcos tienen menos de 30 años, pero el desempleo golpea a una cuarta parte de los trabajadores jóvenes en un país cuyo PIB ha crecido a un ritmo del 7% desde 2002.
A pesar de los nuevos hospitales públicos y de la creciente red de autopistas, la desigual distribución de la riqueza sigue siendo el principal lastre para la modernización. Pero la paradoja turca parte de una grave anomalía política. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), un movimiento conservador y de base islámica, ha tenido que pilotar la transformación de las estructuras legales y económicas heredadas del golpe militar del 12 de septiembre de 1980. Mientras tanto, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), laico y vinculado a la socialdemocracia europea, ha ejercido como frente de rechazo a las reformas políticas y la apertura a los mercados globales.
Los carros de combate del Ejército turco ya solo pasan por las avenidas en los desfiles militares de la fiesta nacional. Los generales lograron echar del Gobierno en 1997 a un anterior primer ministro islamista. Diez años después intentaron también forzar la salida de Recep Tayyip Erdogan. No lo lograron. Las transformaciones legales introducidas en la legislación turca para adaptarse a la Unión Europea no lo permitieron. Y la apertura de varios macroprocesos contra oficiales y altos mandos por planear golpes de Estado ha acabado minando el prestigio de los militares en la sociedad.
Desde entonces, la alta judicatura, ocupada por una casta de funcionarios de ideología nacionalista, ha sido el principal frente de rechazo al Gobierno del AKP. Hasta el extremo de que en 2008 el Tribunal Constitucional estuvo a punto de ilegalizar el partido en el poder, que acababa de volver a ganar las elecciones con un 47% de los sufragios.
A pesar de la tutela militar y judicial, Erdogan, con su estilo personalista y autoritario de ejercer el poder, también ha sido responsable de la polarización que divide a la sociedad. Cuando tuvo la oportunidad de presentar al Parlamento una Constitución democrática de nueva planta, prefirió refugiarse como un "sultán", como le califican varios periódicos, en leyes dictadas bajo la Junta Militar.
Que los jueces no se dediquen a hacer oposición desde el estrado es también un signo de normalidad. Así lo han decidido ahora en las urnas los turcos, que han dado un paso más hacia Europa. Y también para reelegir en 2011 a Erdogan para un tercer mandato consecutivo.
Pero para que Turquía deje de ser una democracia imperfecta y tenga plena cabida en los valores de la UE necesita no solo que los militares se queden en los cuarteles y los jueces se limiten a ser la boca fría de la ley. Hace falta alternancia en el poder. Por ejemplo, entre conservadores islámicos y socialdemócratas laicos.Como en cualquier país normal europeo.
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