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Reportaje:EL NUEVO PAPA

El niño Ratzinger quería ser cardenal

El camino hacia el papado comenzó un día de 1932, cuando quedó deslumbrado por el arzobispo de Múnich, de visita a su pueblo

Para Joseph Ratzinger, el camino hacia el papado comenzó tal vez un soleado día de primavera de 1932, con la llegada de una limusina negra a la plaza de su pueblo natal, en el sur de Baviera. En el interior se encontraba el cardenal Michael Faulhaber, arzobispo de Múnich, que iba a visitar un puesto avanzado de su archidiócesis. Bajó del coche, resplandeciente con sus ropajes principescos, para saludar a un grupo de niños que le daba la bienvenida. Uno de ellos era Joseph Ratzinger, que tenía cinco años y se quedó deslumbrado.

"Esa noche llegó a casa y le dijo a nuestro padre: 'Quiero ser cardenal", recuerda su hermano mayor, Georg Ratzinger. "Lo que le impresionó tanto no fue el coche, porque no nos interesaban nada las cosas técnicas, sino el aspecto que tenía el cardenal, su porte, las vestiduras".

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Sentado en el cuarto de estar de su elegante casa, el padre Ratzinger, de 81 años, recuerda el episodio para demostrar que su hermano, de niño, tenía sueños de grandeza, pero también una especie de inconstancia infantil. Antes de conocer al cardenal, Joseph había querido ser pintor. Sin embargo, en ciertos aspectos, la vida de Joseph Ratzinger procedió desde aquel día en una dirección inequívoca: de seminarista a sacerdote, luego a teólogo, de ahí a arzobispo, después a cardenal. Y ahora, en un último paso que, según el padre Ratzinger, su hermano no había esperado jamás, al trono de Pedro. "Nunca pensamos que viviríamos para ver un Papa alemán", dice. "No podíamos ni imaginarlo".

La Iglesia católica se siente aún perseguida por su deshonroso papel en la era nazi, y la relación de Joseph Ratzinger con el cardenal Faulhaber es un ejemplo de esas sombras que persisten. El cardenal Faulhaber, un personaje ambiguo durante la Segunda Guerra Mundial, que, según sus detractores, se llevaba bien con los nazis, fundó el internado en el que estudiaron los hermanos Ratzinger, y les ordenó sacerdotes el mismo día, en 1951.

Al padre Ratzinger no parecen preocuparle esos antecedentes. "Nuestro padre era enemigo acérrimo del nazismo, porque creía que estaba en contradicción con nuestra fe", explica. "Ése fue el ejemplo que nos dio". Añade que le preocupa la salud de su hermano, así como la tremenda carga que le va a suponer el trabajo de dirigir a los mil millones de católicos de todo el mundo, sobre todo dada su edad. El papa Benedicto XVI, que cumplió 78 años el sábado pasado, siempre fue el menos robusto de los dos hermanos, dice el padre Ratzinger, un chico amable y sensible al que no le gustaban los deportes, y que prefería refugiarse en los libros y la música.

En entrevistas con amigos, vecinos, antiguos alumnos y colegas, se vislumbra una imagen paradójica de Benedicto XVI: un hombre cuyas duras palabras y opiniones inflexibles como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ocultan una faceta más amable, llena de timidez y el instinto de evitar las confrontaciones. "Es un hombre tranquilo y reservado", dice Rupert Hofbauer, que vive al lado de la casa que el Papa se construyó cerca de Regensburg y se ocupa de su jardín desde hace 24 años. "Estaba contento cuando la gente le dejaba en paz", añade.

El más joven de los Ratzinger construyó la casa a poca distancia en coche de su hermano mayor, en 1970, poco después de ser nombrado profesor de teología en la Universidad de Regensburg. Antiguos colegas de él dicen que la ciudad, un tranquilo campus universitario típicamente bávaro y tradicional, le sirvió de refugio tras los disturbios estudiantiles de su universidad anterior, Tubinga.

"En Tubinga tenía que convivir con ideas que ya no soportaba", dice Siegfried Wiedenhofer, un antiguo alumno del Papa que hoy es profesor de teología en la Universidad de Francfort. "Después del Vaticano II, tenía la impresión de que algunos aspectos del movimiento reformista habían fracasado".

La casa -de estilo años setenta y situada en una calle tranquila, con un jardín amurallado- es una especie de oasis. Una escultura en bronce de la Virgen María domina parterres de rosas y narcisos, y junto a una puerta corredera de cristal se alza una estatua de un gato. Al Papa, dice Hofbauer, le encantan los gatos.

Aunque el Papa no vive verdaderamente en la casa desde 1977, cuando fue designado arzobispo de Múnich y Freising, regresa fielmente a ella en Navidad y otros momentos a lo largo del año. A pesar de su carácter reservado, dice Hofbauer, le gusta relacionarse con los vecinos de vez en cuando.

En 1998 visitó un club de apicultores del que Hofbauer era miembro. Al parecer, le resultó fascinante contemplar a las abejas que revoloteaban sobre las colmenas. "El cardenal indicó la reina y dijo: 'Observa el poder de las hembras en la sociedad", cuenta Hofbauer. En otra ocasión, el cardenal Ratzinger aceptó una invitación espontánea a cenar que le hizo una mujer que vendía espárragos en un puesto junto al camino. Iba con un viejo amigo, Hubert Schöner, que le había recogido después de un retiro en un monasterio bávaro. Schöner, director de un internado en la ciudad, dice que, de pronto, el cardenal Ratzinger se encontró en medio de una escena familiar caótica, con niños que correteaban alrededor de la mesa. Pero lo disfrutó enormemente.

En Traunstein, una ciudad de Baviera en la que vivió la familia Ratzinger cuando los hermanos estaban en el internado, al nuevo Papa lo ven como un personaje benigno que les visitaba cuando era cardenal y se ofrecía como suplente cuando otros obispos no estaban disponibles.

Los hermanos Ratzinger adquirieron disciplina en un internado de la Iglesia, San Miguel, al que Josef llegó en 1939. El director actual del colegio, el reverendo Thomas Frauenlob, describe un horario bastante riguroso: despertarse a las cinco de la mañana, misa a las 6.30, clases hasta la una de la tarde, y estudio hasta el anochecer. "Académicamente era un alumno brillante", dice el padre Frauenlob, aunque hace notar que al futuro Papa le desagradaban los deportes. Con su talento y su ambición, el más joven de los Ratzinger parecía destinado al estrellato como teólogo, y rápidamente pasó a ocupar puestos más prestigiosos en Bonn, Münster y Tubinga. El teólogo suizo Hans Küng se quedó tan impresionado con él que en 1966 propuso que le contrataran en Tubinga sin entrevistar a otros candidatos, algo inaudito en las universidades alemanas.

Tubinga fue una experiencia dolorosa para Ratzinger y forjó su conservadurismo. Tuvo una reacción muy negativa al movimiento estudiantil, que en su opinión era -en palabras de un ex colega suyo, Dietmar Mieth- "terrorismo callejero". "En cuanto los estudiantes venían a manifestarse, él se marchaba", cuenta.

Según antiguos colegas, este odio al enfrentamiento era típico de Ratzinger. El profesor Küng cuenta que en 1969, Ratzinger, después de haber prometido que iba a intentar resolver sus dificultades con los disturbios estudiantiles, le dijo en una carta que había aceptado un puesto en Ratisbona.

El futuro Papa era prolífico. El obispo Engelbert Siebler de Múnich recuerda que cuando Ratzinger era arzobispo de esa ciudad "dictaba mientras paseaba por la habitación, y se podían imprimir 20 páginas sin encontrar un solo error. "Le encanta debatir, y no sólo sobre teología", dice el obispo. "Le interesa mucho la ciencia, y le encanta la música, sobre todo Mozart. Por la noche, toca Mozart al piano antes de acostarse".

Aun así, el cardenal Ratzinger también tuvo problemas en Múnich, sobre todo con párrocos que estaban influidos por los movimientos estudiantiles de los años sesenta y querían relajar ciertas tradiciones. Por ejemplo, dice el obispo Siebler, los curas querían que los niños que hacían la primera comunión no tuvieran que confesarse antes. "Ratzinger dijo: 'No, los niños tienen que confesarse".

Joseph Ratzinger celebra una misa durante el verano de 1952 en las montañas de Baviera.
Joseph Ratzinger celebra una misa durante el verano de 1952 en las montañas de Baviera.AP

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