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El impuesto del chantaje

El impuesto del chantaje

El autor cuestiona quién se atreverá en México a rechazar una tasa impositiva que, supuestamente, destinará más dinero a los pobres. Pero, es ésta ¿una salida a la crisis?

Por Sabino Bastidas Colinas

La pobreza en México pagará impuesto. En México se ha presentado una iniciativa mediante la que se pretende cobrar un 2 por ciento de impuesto a los pobres, para ayudar precisamente a los pobres.

Los pobres por supuesto deben saber y comprender que se trata de una especie de préstamo provisional que le hacen al gobierno, porque el Estado en su infinita sabiduría burocrática y en su generosidad distributiva, sabrá devolverle a cada pobre ese dos por ciento y un poco más, para ayudarlos en todas sus necesidades.

Claro, previo pago de las dos grandes estructuras burocráticas necesarias para operar esta genial idea: una burocracia para recaudar el 2% y otra burocracia para regresar a los pobres el 2% y más, y por supuesto para pagar las conducentes campañas publicitarias, para que todos nos enteremos de la gran operación que, ahora sí, sacará a los pobres de la marginación.

Esto no es absurdo. No. Lo que pasa es que el sentido común no sirve mucho para comprender esta genialidad.

Para los pobres es sacarse el dinero del bolsillo derecho, prestárselo por unos meses a las burocracias de las políticas sociales, y recibir, unos meses después, mucho más en el bolsillo izquierdo. En realidad el planteamiento del gobierno, no explícito por supuesto, es que los pobres en el fondo sólo prestarán su nombre, su marca. La marca: pobre.

Sí, es muy claro. En esta operación para crear en plena crisis un impuesto generalizado al consumo, lo importante es usar la marca de los pobres.

Con los pobres como explicación, el gobierno pretende crear en plena crisis el soñado impuesto generalizado al consumo del 2%, incluido alimentos y medicinas.

Los pobres en esta operación ponen el símbolo, vamos, la campaña de marketing, para hacer atractivo, ético, moral y plenamente justificable que todos los demás mexicanos paguemos, por todo consumo, un impuesto generalizado del 2% adicional a los impuestos que ya se pagan por consumo, renta, y demás servicios, bajo la bandera de que aportamos un 2% para ayudar a los pobres. ¿No es genial?

¿Quién se puede oponer a la idea de pagar un 2% para ayudar a los pobres en un país de pobres? ¿Qué partido puede resistir en el Congreso la idea de aportar un 2% a la pobreza? ¿Cómo oponerse? ¿Cómo evitar pagar los costos políticos de una negativa de este tipo?

El gobierno ha creado en la marca pobre una narrativa para vender su impuesto. Los contribuyentes no pagaremos un impuesto para pagar el excesivo gasto corriente gubernamental, ni para pagar los sueldos de la alta burocracia, ni móviles, ni las grandes logísticas de las giras, ni la seguridad de los altos funcionarios, ni campañas mediáticas, ni los despliegues de la guerra total contra el narcotráfico, ni las aportaciones al sindicato de electricistas, ni los subsidios al sindicato de maestros, ni ningún otro dispendio o gasto gubernamental. No. Nuestro 2% al consumo de todo irá de manera directa a la romántica idea de aportar de manera solidaria a los más pobres. Y así, todos contentos, acabaremos juntos con la bicentenaria pobreza de México, y como en una novela de Scott Fitzgerald, todos seremos jóvenes, guapos, ricos y felices.

Resulta difícil soportar mucho tiempo la ironía ¿verdad?

Lo cierto es que en este debate del 2% a la pobreza que el Presidente Calderón ha planteado ante el Congreso, se sintetizan los grandes pendientes del proceso de transición y alternancia de la democracia mexicana. Aquí están resumidos los acuerdos no hechos, los pactos económicos no concretados, la irremediable postergación de decisiones y la falta de visión.

Este debate sintetiza y ejemplifica la ausencia del acuerdo de La Moncloa del que tanto hablamos en México, con el que tantos soñamos y que todos fuimos incapaces de concretar en la transición mexicana.

Para ser francos y ordenados, se trata de dos debates: uno es el de los pobres, el otro es el debate de los impuestos y la necesidad de recursos de un gobierno al que se le acabó el petróleo. Los dos son necesarios, y los dos deben abordarse de manera adulta. Si los mezclamos y los confundimos en sensiblerías y subterfugios nunca los vamos a enfrentar correctamente y menos a resolver.

En el debate de la pobreza, es claro que México vive una emergencia.

Según los datos de CONEVAL, el organismo público encargado de evaluar las políticas de desarrollo social, la pobreza en México alcanzó en 2008 al 47.4% de la población. La cifra de los mexicanos situados en la pobreza alimentaria, aumentó de 13.8% de la población en 2006, a 18.2% de la población en 2008.

Esto significa que a pesar de los esfuerzos de las últimas décadas tenemos cinco millones de pobres más, y esta medición es anterior a la crisis que vivimos en 2009. Todos sabemos que el PIB es inversamente proporcional a la cifra de pobreza. Si cae el PIB aumenta la pobreza, y el PIB mexicano cayó en el segundo trimestre de 2009 un 10,2%, por lo que debemos esperar que aumente mucho más la cifra de pobres.

Lo más grave es que desde 1996 ha aumentado sistemáticamente el gasto social. Es decir, los mexicanos hemos gastado cada año más y más dinero para el combate a la pobreza.

Ciertamente debemos reconocer que hemos logrado aumentar la esperanza de vida al nacer y que se han mejorado algunos indicadores de desarrollo humano. Pero es tiempo de reflexionar ¿por qué después de 13 años con el mismo modelo de combate a la pobreza, estructuralmente, no hemos avanzado en la solución real del problema?

Hoy con los datos de esta crisis queda claro lo estamos haciendo lento y mal.

Es momento de detenerse a pensar si la manera como estamos enfrentando la pobreza es estructural y de fondo, o constituye sólo un paliativo, que sólo mejora temporalmente los indicadores y mantiene provisionalmente la gobernabilidad.

Hay tres factores que moderan la pobreza en México: a) la salida de mexicanos a EEUU, b) los dólares que envían como remesas esos mexicanos, y c) la enorme nómina de pobres que sostiene el gobierno federal gracias a los ingresos petroleros. Hoy los tres están tocados. Pero analicemos el tercero.

Al anunciar su impuesto del 2% a la pobreza, el Presidente Calderón dijo: "las familias beneficiarias de Oportunidades (el programa gubernamental contra la pobreza) pasarán de un poco más de cinco millones, a seis y medio millones de familias; lo que significa que el programa clave para combatir a la pobreza estará beneficiando a casi 33 millones de mexicanos, casi una tercera parte de la población nacional."

Si esto se concreta, uno de cada tres mexicanos vivirían de lo que les paga el gobierno. Debemos preguntarnos: ¿puede la economía mexicana soportar que uno de cada tres mexicanos viva permanentemente cobrando un sueldo al gobierno, sin producir ni generar nada a cambio? ¿Cuánto tiempo? ¿Es un modelo permanente, sustentable y estable? ¿Puede un país pobre como México soportar que un tercio de su población viva de esta manera del gobierno?

Un país con fuertes yacimientos de petróleo podía hacer estos anuncios, ciertamente irresponsables, pero finalmente posibles. Nuestras políticas sociales durante muchos años no crearon las fórmulas productivas, sustentables y estables para que los pobres construyeran su propia plataforma de desarrollo. No generamos talleres, ni pequeñas industrias, no les dimos capacidades productivas, ni la infraestructura necesaria para que los pobres salieran de su condición de subdesarrollo.

Creamos en los programas sociales un paliativo político, más que una solución productiva y social. En materia de pobreza es claro que dimos pescado pero no enseñamos a pescar.

Eso lo pudimos soportar porque había mucho mucho petróleo, pero México se acabó en burocracias, propaganda y gasto corriente la reserva petrolera más grande de su historia: el célebre yacimiento de Cantarell. Hagamos de cuenta que México se sacó la lotería y en menos de una década gastó y despilfarró, todo el premio.

Hoy, como el petróleo se acabó, los bancos del mundo ya no nos prestarán igual. Todo parece indicar que los créditos del pasado no volverán, porque evidentemente México no tiene y no tendrá, la misma capacidad de pago.

Nos gastamos el dinero del petróleo y no invertimos. No reinvertimos en el mismo negocio petrolero para que siguiera dando, no nos diversificamos y preparamos seriamente otro negocio y ni siquiera construimos la gran infraestructura. En síntesis, México se convirtió en diez años en la tía rica y aristócrata venida a menos. Se acabó la fiesta petrolera.

El nudo es grave y no lo vamos a resolver haciendo lo mismo de siempre, con las mismas inercias y los mismos programas. No debemos meter vino nuevo en odres viejos.

¿Cuál es el planteamiento del Gobierno? ¿Vamos a sacar 2% de toda la economía, incluidos los pobres, para seguir con la misma estrategia de combate a la pobreza? ¿Y mañana cobramos 4%? ¿Y pasado 8%? ¿Hasta dónde y hasta cuándo?

Evidentemente no podemos soportar el mismo modelo de combate a la pobreza, ahora extrayendo dinero de la bolsa de toda la sociedad incluyendo la de los mismos pobres. Llegamos al punto en el que la serpiente se mordió la cola.

México es uno de los países que menos recauda en el mundo, es cierto, hay que recaudar más, pero antes de recaudar más, debemos aprender a gastar de otra manera.

Si seguimos gastando igual no hay dinero que alcance. En México estamos poniendo mucho dinero en los bolsillos equivocados. Hay que gastar mejor y de manera diferente. Hay que formalizar el México informal, combatir el contrabando, frenar la corrupción y poner un poco de orden en el país.

Si ahora le pegamos al pequeño México productivo, para seguir con el mismo modelo de gasto, no tardaremos mucho tiempo en acabar con lo poco que produce de verdad el país.

Imagínense: si en una década nos acabamos un yacimiento como el de Cantarell, sin construir un Dubai, ¿en cuanto tiempo nos podemos acabar, gastando igual, al México productivo y de trabajo que nos queda?

No. No hemos entendido que cuando hablamos de cambio, hablamos de cambios de verdad. Quienes deben entender, no entienden que la ruta es mucho más difícil y que se requiere una visión mucho más amplia para resolver los problemas.

El ajuste en el gasto que se necesita es más profundo. Tienen que pagar los que no pagan, tienen que existir ante el fisco los que no existen, y tienen que dejar de recibir los que reciben por chantaje a cambio de nada. Hay que tomar decisiones.

La tarea implica tocar intereses duros de verdad. Fajarse por el cambio, significa tocar de verdad los intereses pícaros e improductivos de México, que dependen del dinero gubernamental. Acabar con los privilegios. El reto es afectar los enclaves autoritarios del viejo régimen. Tarea que por cierto ya tiene un pequeño rezago de nueve años. Vamos un poco tarde.

El gobierno debe entender que cobrar impuestos no es agradable e implica siempre costos políticos y electorales que hay que pagar. Lo que no se vale, es usar a los pobres como marca. Convertir a los pobres en el pretexto y en el subterfugio para eludir los debates de verdad y las batallas dolorosas de una democracia en formación.

Vamos a debatir la pobreza y los impuestos de frente, no por la puerta de atrás.

Sabino Bastidas Colinas es analista político.

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