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La región más conflictiva

El hombre que defraudó a Occidente

El fracaso político y la corrupción enturbian la imagen de Karzai - Aislado, el dirigente afgano intenta contentar a islamistas y 'señores de la guerra'

Ramón Lobo

En un mundo gobernado por la imagen, Hamid Karzai logró la mitad de su éxito internacional gracias a su atuendo exótico: la capa verde de seda llamada chapam y su gorro karakul. Ese porte elegante causó sensación en su primera aparición en EE UU. Era febrero de 2002. El contraste entre aquel hombre educado que se expresaba en un inglés perfecto y los burdos talibanes que disparaban sus cañones contra los Budas de Bamiyán y maltrataban a las mujeres resultó la más efectiva campaña política.

Ahora, pasados los años, los fracasos políticos, los casos de corrupción y los soldados occidentales muertos en un país que en vez de avanzar retrocede, la imagen del amigo afgano empieza a diluirse.

Parte de su éxito internacional se debió al atuendo y a su porte elegante
La situación de la mujer, sometida a una tradición feudal, no han mejorado
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Las virtudes se vuelven defectos y la memoria flaquea. Ya nadie recuerda nada, siquiera las hemerotecas.

Fue el elegido para el día después por la anterior Administración estadounidense, lanzada a una guerra internacional contra el terror que tanto servía para expulsar a los talibanes como para derrocar a viejos amigos como Sadam Husein. Se le entregó el Gobierno de Kabul, del símbolo (quien tiene Kabul tiene el poder), y en Kabul sigue, encerrado en su palacio del que apenas sale, más como alcalde de una ciudad que es una isla de relativa seguridad en un mar de tiburones.

A punto de cumplir 52 años, Karzai es un hombre acorralado por miedos y amenazas reales e imaginarias que van recortando su espacio vital, su aire político.

Del Karzai distinguido de los primeros años, elegido presidente en diciembre de 2004, poco queda. Cercado por los talibanes, cada vez más audaces y efectivos en sus ataques, el presidente de la imagen, el hombre con el que Occidente creyó que llevaba la democracia a las montañas de Afganistán, fue islamizando su discurso y las leyes en un intento por sobrevivir. Ése es su último proyecto: la huida hacia adelante.

Pactó entonces y ha vuelto a pactar este año con los grandes señores de la guerra, los que destrozaron el país tras la salida de los soviéticos. En agosto, en vísperas de la primera vuelta, mandó aprobar una ley que contentaba a los chiíes hazaras más conservadores, en la que la mujer podía ser privada de alimento en caso de negar el favor sexual a su marido. El cambio de una Administración de Bush a una de Obama le ha atropellado con el pie cambiado. Sus broncas con el enviado especial estadounidense, Richard Holbrooke, muestran una nueva distancia, son la prueba de que el hombre de paja ha cobrado vida propia y ya no gusta a sus creadores.

En un mundo gobernado por la imagen, Occidente se ha vestido con su propia capa de seda y cubierto con ella los ojos para no ver. Las primeras imágenes del Kabul liberado de los talibanes, donde los hombres se rasuraban la barba y las mujeres se descubrían el rostro oculto debajo del burka ante las cámaras de televisión, han resultado ser tan falsas como las últimas elecciones.

Los años de Karzai, el hombre de Occidente, no han mejorado la situación de la mujer, sometida a menudo a una tradición feudal y machista. Karzai esconde a su esposa Zinat, la recluye en su palacio en un rol secundario pese a ser una mujer educada y capaz que bien podría encabezar un verdadero cambio. "A mi esposo no le gusta, no puedo salir sin su permiso", declaró en una ocasión. La imagen que proyecta ese gesto, esas palabras, es demoledora.

Hamid Karzai es un pastún, la etnia mayoritaria del país, de la que surgen los talibanes. Pertenece a la misma tribu del mulá Omar y del padre de su rival Abdulá Abdulá, que es percibido en Afganistán como tayiko debido a su madre y a que fue la mano derecha del líder histórico de los tayikos afganos, Ahmed Masud.

La biografía de Karzai resalta que luchó contra la invasión soviética, pero lo hizo desde la oficina de uno de los jefes muyahidín próximo a la CIA. De esa época vienen sus lazos con Estados Unidos, que con el tiempo se hicieron más complejos con su trabajo para la petrolera californiana Unocal, una colaboración que años después sigue generando mucha literatura en un país dado a la exageración histórica y en el que todos los afganos ven una mano negra extranjera en cada movimiento político.

SCIAMMARELLA

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