La guerra censurada
El Gobierno de Israel impide la entrada de la prensa
Julio de 2006. Metula, extremo norte de Israel. Los tanques Merkava forman una larga hilera, listos para entrar en Líbano. Los soldados engullen bocadillos y lavan la ropa que cuelgan del cañón. El extranjero pregunta a uno de ellos sobre sus experiencias en la guerra contra Hezbolá. Y el uniformado se explaya. Enero de 2009. Hospital de Beersheva. El presidente israelí, Simón Peres, charla con un militar herido. Su semblante denota aún el miedo o tal vez los nervios por la visita del dignatario. "No hace falta que expliques detalles", zanja un funcionario cuando el herido precisa un hecho aislado del combate. Los portavoces castrenses andan por cada esquina, también en la colina de Sderot en la que se han apostado decenas de cámaras de televisión. Para decir más bien poco, o nada. Israel prohíbe el acceso a más de 500 periodistas, que aguardan a la apertura del paso fronterizo de Erez. Es una guerra censurada.
El control de la información es una de las lecciones del conflicto de Líbano
Es una de las lecciones del reciente conflicto de Líbano. Los relatos de los soldados sobre la fiereza de los milicianos de Hezbolá o acerca de la deficiente preparación de esa contienda —algunos militares pasaron días sin comer rodeados de enemigos— causaron un daño severo a la poderosa imagen del Ejército israelí. Ahora, sólo las agencias internacionales, la cadena árabe Al Jazeera y los medios locales están asentados permanentemente en Gaza.
Primeros espadas de las cadenas de televisión más importantes del mundo (CNN, BBC, CBS, NBC) esperan en Jerusalén. Tal vez consigan informar desde Gaza ocho periodistas seleccionados por la Asociación de Prensa Extranjera. Pero sólo porque el Tribunal Supremo así lo ha ordenado. No obstante, llama la atención la actitud de esta organización. ¿Por qué pidió la asociación que sólo a una docena de profesionales se les franqueara el paso? Quienes sean escogidos deberán además compartir su información con el resto de asociados. Y, en todo caso, esperar a que la frontera de Erez se abra por cualquier motivo.
Las razones esgrimidas por el Gobierno y el Ejército son cuando menos sorprendentes. Algún portavoz militar apuntó que no les agradaba, por sesgada, la cobertura que ofrecen los medios de comunicación. Pero otro argumento se afianza: la seguridad de los propios periodistas. Probablemente porque esta agresión a Gaza es de una virulencia desconocida en décadas en Palestina, el riesgo sea mayor. Pero más bien parece tratarse de que los periodistas vivan la guerra desde el lado israelí. En efecto, una pléyade de reporteros abarrota estos días Sderot, donde los cohetes de las milicias palestinas impactan a diario. También hay peligro en Sderot.
Otros episodios violentos en Gaza —el ataque tras la captura del cabo Gilad Shalit y el ejecutado en febrero y marzo o el enfrentamiento fratricida entre Hamás y Fatah— tampoco estaban carentes de riesgos, especialmente cuando las milicias de los partidos se zurraban a tiro limpio desde cualquier tejado y esquina. Pero es que, además, desde el 4 de noviembre del año pasado hasta un mes después, las fronteras también estuvieron selladas.
La censura militar funciona ahora con precisión. "Muchas veces hemos hablado con muchas voces. Esta vez el sistema está unificado. Es una conclusión del Informe Winograd sobre la guerra de Líbano. Esta vez no habrá violaciones a la censura que no sean estudiadas", declaró Danny Seaman, portavoz de la Oficina de Prensa del Gobierno. Efectivamente, un periodista que trabajaba para una cadena iraní (aunque no ostenta esa nacionalidad) afronta una orden de detención por trabajar sin permiso. No se le había concedido la acreditación oficial por razones de seguridad.
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