Un ejército que está por hacer
Los rebeldes, que carecen de orden y utilizan armamento obsoleto, se enfrentan a unas fuerzas mucho mejor pertrechadas
Muamar el Gadafi nunca quiso que el Ejército fuera una institución potente. Creo sus propias brigadas y cuerpos paramilitares y ninguneó a las Fuerzas Armadas. Prácticamente desmantelado el Ejército libio, tras la deserción masiva de soldados y el asalto a los cuarteles que siguió al estallido de la revuelta en Bengasi el 15 de febrero, decenas de miles de fusiles pasaron a manos de civiles que ahora se unen a las filas de los rebeldes. Pero como sucede con las instituciones políticas, todo está por hacer. Solo el pasado miércoles fue nombrado el ex general Omar el Hariri -antiguo camarada de Gadafi- jefe del Consejo Militar, que promete obedecer las órdenes del Consejo Nacional transitorio. Cualquier parecido de las fuerzas sublevadas con un ejército es pura coincidencia.
Solo se trata de conseguir algún arma. Y eso no es muy complicado. A menudo, grupos de jóvenes se citan en la plaza Mahkama, en el centro de Bengasi, y deciden partir hacia el frente. Nadie se lo ordena. Se montan en camionetas, muchas de ellas japonesas, y se dirigen a la carretera que conduce desde Bengasi a Ras Lanuf. Casi nunca hay convoyes. A lo sumo, tres o cuatro vehículos cargados de voluntariosos combatientes vestidos de paisano en su inmensa mayoría. Pocos llevan uniformes, pero en esto tampoco hay orden. Los camuflajes son caquis y azules; algunos tienen las chaquetas, pero calzan zapatillas Nike o zapatos. Cada grupo de rebeldes parte cuando le viene en gana. Con un armamento anticuado, obsoleto en muchos casos porque no fue conservado debidamente en los arsenales.
Además de los Kalashnikov que abundan en todo el mundo árabe, los insurrectos cuentan con ametralladoras que montan en las camionetas, lanzagranadas, piezas de artillería ligeras, baterías antiaéreas para proyectiles de 14,5 milímetros de calibre y lanzacohetes portátiles. Algún tanque también está estacionado junto a los retenes rebeldes. Pero no está nada claro que se haya hecho uso de ellos. También pululan en los controles de los insurgentes hombres que solo tienen pistolas mientras muchos jóvenes limpian los proyectiles, sucios tras años de abandono. Entre las cajas de munición algunas son de procedencia norcoreana.
Se enfrentan los sublevados a unas fuerzas mucho mejor pertrechadas, con mucha más potencia de fuego. Principalmente porque dominan el espacio aéreo. Una ventaja decisiva. Las estampidas son frecuentes en los controles militares de los desorganizados milicianos cuando se oyen las explosiones o el sobrevuelo de los aviones de combate de la Fuerza Aérea libia. Mustafá Gheriani, uno de los representantes del Consejo Nacional transitorio libio, asegura que en la zona de Ras Lanuf, Brega y Ajdabiya hay desplegados 17.000 rebeldes. Ayer, domingo, encajaron su primer revés serio. Su ofensiva camino de Sirte, ciudad natal de Gadafi, fue detenida y hoy se combate en las cercanías de Bin Jauad y Ras Lanuf. La guerra se ha estancado en esa zona. Los insurrectos anunciaron, no obstante, que han escondido sus baterías antiaéreas en el desierto.
Su inexperiencia es patente. Algunos milicianos hacen malabarismos con granadas o apuntan con sus fusiles a cualquiera. Ya ha habido accidentes con víctimas mortales por su falta de destreza. El viernes, una tremenda explosión sacudió un arsenal a unos 30 kilómetros de Bengasi. Inmediatamente, los rebeldes culparon a Gadafi. Pero cobra fuerza la versión de que se trató de un incautó que entró fumando en el depósito de las municiones.
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