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Primer año en la Casa Blanca

La derrota de la moderación

La derecha saca rédito electoral del extremismo ideológico

Antonio Caño

La tormenta desencadenada en Massachusetts está a punto de acabar con lo que siempre ha sido uno de los principales signos de identidad de la política norteamericana, su moderación.

La derecha ha comprobado que, en la situación de crisis económica que vive el país, el extremismo produce rentabilidad electoral y está inmersa en una enloquecida campaña de descrédito de la Administración, del Congreso y de todas las instituciones del Estado, simbolizadas en lo que genérica y popularmente se identifica como "Washington".

La izquierda alienta a Barack Obama al radicalismo bajo el pretexto de la defensa de las ideas que lo llevaron al poder. "Estoy a punto de abandonar a Obama, que parece decidido a confirmar todas las dudas que yo y otros teníamos sobre si iba a ser capaz de luchar por aquello en lo que sus seguidores creían", escribía ayer el economista Paul Krugman.

La izquierda empuja al presidente al radicalismo para defender sus ideas

En medio del shock producido por Massachusetts, unos y otros no ven mejor solución que la reafirmación de los valores propios y la guerra sin cuartel para destruir al enemigo. Los republicanos están en manos de un movimiento popular de extrema derecha que les da la energía y la convicción de las que su liderazgo carece. Entre los demócratas, exageradamente conmocionados por la pérdida de un escaño, no se escucha más voz que la de los que llaman al combate. "El presidente tiene que abandonar el centro", pedía ayer la periodista Arianne Huffington, que ha calificado la derrota de Massachusetts como "una bendición del cielo".

Seguramente el origen de este extremismo se remonta a tiempo atrás, a los años de Ronald Reagan, en los que se teorizó sobre la tradicional hostilidad de los norteamericanos con el Estado. Pero la referencia más próxima es la del radicalismo ideológico impuesto por los neocon durante el Gobierno de Bush.

Derrotado por Irak y la economía, ese radicalismo fue contestado con otro gesto en sí mismo radical: la elección del primer negro a la presidencia. El elegido resultó ser un moderado que buscó el consenso y el terreno común. Pero se encontró con una oposición, todavía nutrida por las enseñanzas ideológicas de Dick Cheney y ayudada por las reglas del sistema político norteamericano, que optó por el boicoteo de la gestión presidencial.

Es difícil encontrar en la historia de este país otro caso en el que un partido vote en bloque contra una ley, como hicieron los republicanos con la reforma sanitaria y como habían hecho antes con la ley de estímulo económico.

"Creo que está claro", manifiesta Obama en una entrevista con la revista Time, "que el partido de la oposición está decidido a decir no y cree que su supervivencia política depende de que consiga empantanar la acción del Gobierno".

"Existe una contradicción sustancial entre el compromiso de Obama de hacer cambios profundos y su estilo pragmático que desdeña la lucha", advierte el columnista E. J. Dionne.

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