Un bolivariano con la cabeza fría
El presidente de Ecuador tiene por objetivo refundar el país andino
Rafael Correa no es hombre propenso al diálogo ni tampoco se preocupa demasiado por las buenas maneras. Es directo, hiperactivo, impetuoso. Se levanta muy temprano y se acuesta tarde, convoca reuniones a cualquier hora y el colaborador que no lo aguante acaba en la cuneta. Pero nunca ha engañado a nadie sobre su forma de ser. Fue así en campaña y fue así como lo eligieron los ecuatorianos por mayoría aplastante.
Nacido en Guayaquil en 1963, Correa asumió el poder en 2007 convencido de que su misión era acabar con la partitocracia que había agravado la histórica desigualdad social del país andino. De clase media, de izquierdas, profundamente cristiano y hecho a sí mismo, Correa cursó Ciencias Económicas en una universidad privada de Guayaquil y amplió sus estudios en las universidades de Lovaina (Bélgica) e Illinois (Estados Unidos).
En 2008 aprobó una Constitución más social y muy presidencialista
"El ecologista que le dice no al crudo es un mendigo sentado sobre oro"
Siendo ministro de Economía del presidente Alfredo Palacio -el hombre que asumió el poder tras el derrocamiento del coronel y ex golpista Lucio Gutiérrez-, dio las primeras pistas de que su proyecto político se inscribiría dentro del movimiento bolivariano para fundar el Socialismo del Siglo XXI, encabezado por el presidente venezolano Hugo Chávez.
Su victoria en las elecciones de noviembre de 2006 supuso el fin de la hegemonía de los partidos que habían dominado la escena desde la recuperación de la democracia en 1979. Su triunfo no solo fue contundente sino también muy simbólico: le arrebató la presidencia a Álvaro Noboa, un magnate de la industria bananera que representa todo lo que Correa aborrece y prometió cambiar.
Aupado por una popularidad superior al 70%, Correa disolvió el Parlamento y se sometió a un referéndum constitucional para crear el nuevo Ecuador. Entre 2007 y 2009 vivió prácticamente en campaña electoral hasta que tomó el control de todos los poderes del Estado. El camino que recorrió es el mismo que tomaron Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia o Daniel Ortega en Nicaragua. Internamente, Correa promovió leyes para reformar el sector financiero, el petrolero y el de medios de comunicación, entre otros. Promulgó una Constitución nueva, muy avanzada desde el punto de vista de los derechos sociales, pero también con mecanismos para retener el poder.
Una de las prerrogativas que la Ley Fundamental le da al presidente es lo que en Ecuador se conoce como muerte cruzada. Y es que el jefe del Estado puede disolver el Parlamento si considera que se ha atribuido funciones que no le corresponden. Este mecanismo le permite a Correa convocar el apoyo popular si se siente desafiado. Sus primeros pasos en el Gobierno sin duda conducían a pensar que él estaba alineado con el eje bolivariano más duro. Ejemplo de ello fue el feroz enfrentamiento que tuvo con Colombia después de que Bogotá matara a Raúl Reyes, uno de los máximos jefes de la guerrilla de las FARC en territorio ecuatoriano.
Sin embargo, hace muy poco tiempo, durante un discurso en Caracas, Correa demostró que es un bolivariano con la cabeza muy fría. "El mayor peligro para los socialistas del siglo XXI no son los escuálidos, pitiyanquis o pelucones [ricos], porque ellos están derrotados y la gente los identifica como los enemigos de la patria, sino aquellos que toman nuestras propias banderas y con fundamentalismos e infantilismos absurdos le hacen un gran daño a los cambios que necesita nuestra región", dijo el presidente.
Las declaraciones iban dirigidas a los indígenas, un sector de la población cuyo apoyo es clave para el Gobierno, que se oponen a la entrega de sus territorios a las compañías mineras. Correa llama a esta oposición una apología al "primitivismo". En una entrevista posterior con la agencia Reuters, Correa insistió en este giro ideológico: "Nosotros creemos, y esto es una diferencia con los ejemplos más extremos del socialismo tradicional, que es ineludible reconocer al mercado como una realidad económica (...) La izquierda del todo o nada, que termina con nada, se queda en el estatus quo. El ecologismo que le dice no al petróleo, a las minas, a no utilizar los recursos no renovables. Eso es como un mendigo sentado en un saco de oro", añadió.
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