Las barberías tienen la culpa del desastre
Las imágenes de jóvenes cortándose la barba hicieron que Occidente creyera que su estrategia había funcionado en Afganistán
Las barberías de Kabul tienen la culpa de que todo esté saliendo tan mal en Afganistán. De que la guerra contra lo que parecía una banda de desharrapados con turbante y Kaláshinkov de tercera mano vaya por mal camino, pese a que enfrente tenga a los mejores ejércitos del mundo con las armas más sofisticadas y caras. De que las elecciones presidenciales en las que se han gastado 223 millones de dólares de las donaciones para que aún no se sepa cuántos han votado y quién ha ganado (hoy dicen algo sobre un 10% de no se sabe qué) y de que resulten inservibles para dar credibilidad a un Gobierno que nunca la tuvo...
Las barberías tienen la culpa porque fueron ellas las que engatusaron a los periodistas extranjeros, sobre todo a los televisivos de las cadenas globales, que a finales de 2001 se pusieron a filmar como posesos a cientos de jóvenes cortándose la barba tras la expulsión de los talibanes. Y claro, de aquellos planos heroicos y emotivos y de las cuatro mujeres que se levantaron la burka en Kabul y en Mazar-i-Sharif, las dos islas en un país, tomado por tradiciones medievales y castigado por la guerra eterna, los Gobiernos occidentales creyeron que su estrategia había funcionado en Afganistán, que todo era democracia, libertad y desenfreno y uno de ellos, el más importante de todos, se puso a hacer guerras por la libertad y negocios colaterales en otro país.
En la barbería Normohmad, que lleva el nombre de quien la fundó hace 52 años, su hijo Zohoridin no se siente culpable de los problemas militares, electorales y políticos de Occidente ni sabe bien (y puede que ni le importe) lo que es el efecto mariposa. "En la época de los talibanes [1996-2001] la barba era obligatoria para los hombres como lo era la burka para las mujeres. La gente venía a recortarse un poco el bigote y las puntas", dice apoyado en una de las cuatro butacas rojas, cuatro joyas de otro tiempo, situadas ante un espejo que ocupa toda la pared. En la repisa se acumulan los productos de higiene y los instrumentos para cortar y recortar. Destaca un enorme bote: Baby powder (polvo de talco para niños). Un pequeño aparato de televisión en color está situado junto a la puerta para que los clientes a los que cortan el pelo por la derecha y les giran levemente la cabeza a la izquierda se puedan entretener con los programas por satélite.
"Cuando se fueron los talibanes tuvimos mucho trabajo durante muchos días. La gente hacía cola en la calle. Era como si todo Kabul quisiera afeitarse la barba a la vez. El suelo se llenó de pelo, parecía una alfombra", dice entre carcajadas Zohoridin. Uno de los clientes del día se incorpora lentamente de la butaca tras cortarse el pelo. Es alto, moreno y lleva bigote. Saluda con una inclinación de cabeza. Mientras el peluquero se afana en limpiarle los restos de cabello del traje afgano, aprovecha para mostrar al periodista toda su indignación por lo ocurrido con unas elecciones que califica de falsas. Al fondo, un hombre de pelo blanco y hombros cargados lee un periódico (no hay revistas), asiente y sonríe sentado debajo del retrato en blanco y negro del fundador.
En los días buenos, que a veces los hay, Zohoridin hace unos 5.000 afganis de caja, cien dólares, la mitad del sueldo mensual de los policías afganos que deben luchar contra la corrupción en el nuevo Afganistán liberado de los talibanes.
A la barbería Normohmad, igual que al resto de los comercios de país, no llegó la democracia cargada de derechos laborales, horarios decentes, minutos para el bocadillo y días pagados de libranza. Aquí, las seis personas empleadas trabajan siete días por semana de siete de la mañana a nueve de la noche. Ahora, durante el Ramadán, el mes de ayuno de los musulmanes, se van a casa un poco antes, a las seis, para llegar a tiempo a la única comida permitida del día tras la caída del sol. Junto a la puerta, en la pared de enfrente del aparato de televisión, que durante la época talibán fue desmontado y escondido en un lugar seguro, cuelga un cartel con nueve modelos de corte de pelo. El más popular es el número cuatro, que es similar al que lleva el jugador del Barcelona Xabi Hernández. Zohoridin se desternilla ante el comentario que despierta el número cinco con un tupé Elvis pasado por la cultura afgana: "Solo por este merecería que regresaran los talibanes a Kabul".
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