Washington vive una explosión de júbilo
Todo el país se paralizó a mediodía para ver la ceremonia de toma de posesión
A las 12.06 horas del mediodía de ayer en Washington (seis horas más en la España peninsular), cuando Barack Obama juró su cargo y se convirtió en el primer presidente afroamericano de la historia de EE UU, los más de dos millones de personas reunidas en el National Mall de la capital de la primera potencia mundial rompieron a gritar, llorar, saltar y abrazarse. Era su momento, tanto como el del mismo Obama.
Allí culminaba el sueño de muchos estadounidenses, un anhelo que se remontaba a una era tan distante como el nacimiento mismo de esta nación y que se volvió realidad en el transcurso de un año de campaña electoral. Una multitud de todas las razas y extracciones sociales celebró, desbocada, el día en que el hijo de un inmigrante africano llegó a lo más alto del poder en un país necesitado de reconciliación.
Dos millones de estadounidenses desafiaron el frío congelador
"Obama significa la unidad en la esperanza", decía una mujer
"Una persona de mi mismo color va a ser presidente. Soy feliz", decía Sheila
Cientos de personas acamparon el lunes ante el Capitolio para coger sitio
Desafiaron a los elementos. Un frío por debajo del nivel de congelación. Colas kilométricas. Caminatas para poder llegar a la toma de posesión en una ciudad convertida en un fortín peatonal. Todo para conformarse con ver la jura desde una pantalla gigante. O quedarse en una esquina, sentados en el césped, para poder ver pasar un coche blindado en el que imaginaban que dentro podía estar Obama.
Daba igual. Ayer era el día en que una mujer de Alabama que en su juventud sufrió la segregación, cuando no podía entrar en una tienda de comestibles por ser negra, le compró, para combatir el frío, un café caliente a una mujer de ascendencia irlandesa cuyo marido trabaja en una planta automovilística de Ohio. No había diferencias ni colores de piel. No había ascendencias étnicas ni clases sociales. Eran, sólo, dos millones de estadounidenses en permanente estado de éxtasis.
"Así es Obama. Eso es lo que significa. La unidad en la esperanza. Un futuro mejor para todos", decía emocionada Charrell Hinnant-Beach, de 49 años, que trabaja en el centro de Washington y que se quedó a dormir en su oficina la noche del lunes para poder estar a las cinco de la mañana en el Mall. Charrell recuerda el día en que Martin Luther King fue asesinado. Tenía 10 años. "No entendía nada. Sólo intuía el odio, el miedo, la desesperación. Ahora sé que hoy, el sueño del doctor King de que todos seamos iguales se ha cumplido", dice emocionada.
A primeras horas de la mañana, hacia las siete, las cafeterías del centro de Washington ya estaban inundadas de gente que acudía al National Mall, frente al Capitolio. Iban cargados con mantas, bufandas, forros polares, gorras de Obama y banderas de EE UU. Familias completas, grupos de estudiantes, ciudadanos llegados de todos los Estados, que trataban de combatir el frío con un café caliente y un desayuno razonablemente barato dentro de los elevados precios de la capital.
Nancy Young, de 70 años, se aferraba al café que le acababa de comprar su nieto Patrick, de 22 años. Él prácticamente acaba de recibir el derecho al voto. Ella, residente en Pensilvania, ha visto pasar ya a 13 presidentes, desde Franklin D. Roosevelt. "Nunca, jamás, vi algo semejante", le decía a su nieto. "Esto es más que una fiesta. Es un proceso de curación. Es toda una nación uniéndose. Es, simplemente, una maravilla".
Desde la noche del lunes, centenares de personas acamparon sobre la gélida hierba del National Mall, para poder ver a su presidente lo más cerca posible. Permanecieron más de 12 horas envueltos en sus sacos de dormir, rodeados por los símbolos del nacimiento y la libertad de esta nación, como los monumentos a Washington, Jefferson y Lincoln. Por la mañana, otras familias trajeron sus mantas para poder sentarse en el suelo y evitar, literalmente, la congelación.
Sheila Jackson no paraba de moverse de un lado a otro, luchando contra el termómetro. No había dormido en toda la noche. Por el madrugón, pero también por los nervios. Esta mujer de 52 años nació en King George (Virginia) y vivió de lleno la segregación. No podía entrar a cines, tiendas o patios reservados para los blancos.
Ayer, cuando Obama recordó en su discurso que su propio padre había sufrido los efectos de aquella misma segregación, Sheila tuvo su dosis de justicia histórica. "Hubo un día en que no me imaginé ni entrando a una escuela sin problemas. Y ahora, una persona con mi mismo color de piel va a ser nuestro presidente. Sólo puedo ponerlo en dos palabras: soy feliz".
Desde su modesta porción de césped, gente como Sheila contemplaba las inmensas pantallas que mostraban a las grandes estrellas que sí que contaban con un asiento en una zona cercana al escenario donde el 44º presidente juró su cargo. Entre ellas Dustin Hoffman, Steven Spielberg, Muhammad Ali o Denzel Washington. Pero ni siquiera la comparación creó un agravio ayer. Daba igual pasar un poco de frío.
Las mismas inclemencias las experimentaron los cientos de personas que se reunieron en Times Square, en Nueva York. La nación se paralizó ayer a mediodía. Desde Atlanta hasta Los Ángeles, muchas ciudades de este país mostraron, en pantallas gigantes, la histórica toma de posesión. La gente dejó sus trabajos momentáneamente, sólo para poder ver, por fin, cómo el sueño llamado presidente Obama se convertía, finalmente, en realidad.
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