El Supremo de EE UU no salva la vida a Troy Davis
El tribunal rechaza paralizar la ejecución del preso, que ha fallecido por inyección letal cuatro horas después de la hora prevista
Se consumió el último paso legal y Troy Davis ha sido ejecutado. Una vez que habló el Tribunal Supremo de Estados Unidos no había más que decir. Todos los canales legales quedaban cerrados. Estados Unidos se disponía a cometer otro homicido legal -y van 1.269 desde que se reinstauró la pena capital en 1976-. Davis le ganó cuatro horas y ocho minutos de vida a la muerte, con la que tenía una cita a las siete de la tarde (hora del este de EEUU). Se certificó que su corazón se había parado a las 11.08 (5.08 de la madrugada en la España peninsular), tras 15 minutos en los que se le aplicó un cóctel mortal de barbitúricos -entre ellos anestesia de uso veterinario, debido a la escasez del que se aplica de forma regular- que acabó con su vida, amarrado a una camilla, proclamando su inocencia hasta el final.
La espera fue quizá peor incluso que la propia muerte. Las últimas horas de la vida de Davis se convirtieron en una montaña rusa que hizo creer -a él y al mundo- que quizá sobreviviría a su condena una vez más, como lo había hecho en el último minuto en otras tres veces anteriormente. En 2008, Davis incluso rechazó su última cena porque confiaba en que su recurso prosperaría. Esta vez sí la tomó. Y definitivamente fue la última.
En un movimiento con pocos precedentes en la historia de la pena de muerte, los abogados defensores presentaron 'in extremis' a las 6.25 de la tarde -hora de Washington y a falta de 35 minutos para que se iniciase la ejecución- una petición al Tribunal Supremo de la nación para que reconsiderase el caso, para que le echase un último vistazo y viera si había algún resquicio, alguna posibilidad de que se paralizara la muerte de Davis. Para ello presentaron todo el dossier del caso junto a todas y cada una de las apelaciones que se han hecho desde el año 1991, cuando fue condenado.
El Supemo -cuyas sesiones no han comenzado todavía, no lo harán hasta el primer lunes de octubre- no contaba con todos sus miembros en la capital de la nación, razón que han apuntado los analistas para explicar por qué se tardó tanto tiempo a la hora de dictaminar, lo que no hacía más que aumentar las expectativas de que quizá se pospusiera la ejecución indefinidamente. Porque el Supremo advertió desde el primer momento: se trata de un retraso, no de un aplazamiento. Davis podía ser ejecutado en cualquier momento -como así fue-. -En una ocasión anterior, en enero de este año, el juez del Supremo Clarence Thomas (cada juez tiene a su cargo un circuito judicial, y georgia corresponde a Thomas) suspendió la ejecución de Emmanuel Hammond -encerrado también en el corredor de la muerte de Jackson, Georgia- durante cuatro minutos y treinta y nueve segundos para acabar concluyendo que se debía proceder y acabar con la vida del preso. Cuatro minutos y treinta y nueve segundos para tomar una decisión de ese calibre que redactó en un folio por una sola cara.
La explosión de júbilo entre las personas que se concentraban a favor de Davis en las puertas de la cárcel de Jackson (a unos 80 kilómetros de Atlanta, Georgia) se veía así ensombrecida, matizada. El reo no estaba del todo a salvo. Era un nuevo golpe al que se había sufrido media hora antes, cuando el Supremo estatal, el de Georgia, negaba clemencia al preso y daba luz verde a poner en marcha la aplicación de la máxima pena.
Fueron muy pocas horas pero frenéticas. Hasta que se acabó la duda, la angustia y la esperanza. El Supremo no paralizaba la ejecución. No encontraba que Davis no hubiera tenido un juicio justo. No había más que decir. Se había hecho justicia, se había dictado sentencia y ésta debía cumplirse. Veinte años después ya no había lugar para más retrasos. Davis no pasaría otra noche más en el corredor de la muerte. Sería conducido al patíbulo y entraría a formar parte de las frías y crueles cifras que EEUU maneja sobre la pena de muerte.
Troy Davis vivió bajo la premisa de ser culpable mientras se intentaba demostrar lo contrario. Si algún día se pudiera probar su inocencia -como él mismo siguió reclamando estando atado a la camilla en la sala de la muerte-, llegará demasiado tarde, ya es un cadáver. Se puede liberar a un hombre de la cárcel pero no de la tumba.
Múltiples irregularidades
El caso de este hombre de raza negra de 42 años ha estado plagado de irregularidades y sus abogados defensores presentaron a Davis como "un Jim Crow de los tiempos modernos", en referencia a las leyes de segregación que crearon dos clases de ciudadanos en Estados Unidos hasta mediados de los años sesenta. Antes del juicio, la policía forzó la voluntad de algunos testigos a que escogieran a Davis de una rueda de reconocimiento mostrándoles antes de ella fotos del hombre que ya habían elegido como culpable. Esa misma rueda fue llevada a cabo por un policía que estaba implicado en la investigación lo que aumentó su poder de influencia sobre los testigos.
Troy Davis fue detenido por el asesinato en 1989 de un policía de raza blanca de 22 años que acudió de paisano a socorrer a un vagabundo que estaba siendo apaleado por otros mendigos que intentaban robarle una cerveza. Durante el juicio no se pudo presentar arma homicida porque nunca fue encontrada ni se aportaron pruebas de ADN. Aún así, Davis fue condenado en 1991 a morir ajusticiado por el Estado de Georgia.
En las décadas que han pasado desde el juicio, Davis ha estado a punto de ser conducido al patíbulo cuando se paralizó su condena en tres ocasiones. En esos veinte años, al menos siete de los diez testigos que acusaron a Davis se han arrepentido de sus testimonios. Otra persona insiste en que el verdadero culpable está en la calle y presume del crimen del policía Mark McPhail. Aporta nombres y apellidos.
La UE, Amnistía Internacional, El Vaticano y ayer Francia han pedido a EEUU que pare la ejecución de Davis. "Al ejecutar a un condenado sobre cuya culpabilidad existen serias dudas, se cometerá un error irreparable", dijo a AFP el portavoz adjunto del Ministerio de Relaciones Exteriores, Romain Nadal. No ha valido de nada.
Nada de lo anterior ha tenido peso en el Tribunal de Apelaciones y Perdones de Georgia. Sí lo tuvo el emotivo testimonio de la familia de McPhail, cuyos hijos son hoy jóvenes en los 20 años y eran casi bebés cuando cayó abatido su padre. La madre; la mujer y los descendientes de McPhail quieren que Davis muera. Davis es culpable. "Nosotros somos las verdaderas víctimas aquí", dijo el lunes la viuda de MacPhail, Joan, fuera de la sede del comité de indultos en Atlanta, donde afirmó que ella y sus dos hijos asistirán a la ejecución.
La madre del joven policía, Anneliese McPhail, declaraba horas antes de la muerte del preso que el caso ya se había alargado demasiado tiempo y era hora de cerrarlo con la muerte del hombre que mató a su hijo, según sus palabras. "Mi hijo estaba lleno de vida y se hizo policía para protegernos y resultó herido de muerte al ayudar a un pobre hombre". "Davis es culpable y debe morir", insistió la madre. Según los expertos, los testimonios de la familia clamando una venganza que se la proporciona la justicia en una bandeja de plata ha tenido un peso determinente a la hora de que el Tribunal de Perdones decidiera fallar contra los recursos de clemencia pedidos por los abogados del condenado.
Amnistía Internacional (AI) difundió el martes una carta en la que Davis insta a sus seguidores a continuar la batalla contra la pena de muerte. "La lucha por la justicia no se acaba conmigo", dijo Davis en la misiva publicada en Facebook y en su sitio web. Davis asegura sentirse tranquilo. Se le efectuó un reconocimiento médico. Se le ofreció su última cena -que no tomó-. Se le dio la posibilidad de tomar un calmante, que rechazó. Pudo decir unas palabras, que no serían las últimas porque se retrasaría la ejecución. "Esta lucha es por todos los Troy Davis que vinieron antes que yo y todos los que vendrán después de mí", dijo. "Estoy de buen ánimo y estoy orando y en paz. Pero no voy a dejar de luchar hasta haber exhalado mi último aliento".
Tras el rechazo al indulto el martes, el director del Centro de Informaciones sobre la Pena de Muerte (DPIC, siglas en inglés) de Estados Unidos estimó muy poco probable que la ejecución de Davis pudiera ser evitada, salvo algún nuevo elemento de último minuto. Parecía que lo iba a haber pero no ha sido así.
El diaro The New York Times dedicaba ayer su primer editorial al caso. Habla la pena de muerte, no sólo la de Davis si no todas, de discriminatoria, injusta e imposible de mejorar. "La pena de muerte debe ser abolida", concluía el diario. Así sea.
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