¿Peronismo?
Ayer fue 17 de octubre. En Argentina, es una de esas pocas fechas que significan algo. Y todo porque el 17 de octubre de 1945, hace 66 -¿o fueron 666?- años, empezó con una marcha popular, el peronismo. Por eso los 17 de octubre siempre hubo festejos: encuentros, festivales, peleas con la policía, discursos ante tumbas, actos protocolares. Este fue el primero en que no hubo nada. O casi nada. El peronismo gobernante está en campaña y, seguro de ganar, igual teme algún desborde: entonces prefiere no juntar personas, que siempre es peligroso. La relación de este Gobierno peronista con su historia tiene sus más y sus menos: muchos más, muchos menos. Se recuesta en historias más o menos ajenas, se olvida de historias más o menos propias.
El peronismo tiene esas cosas. El peronismo tiene tantas cosas. El peronismo tiene, en Argentina, casi todas las cosas. Por eso es tan complicado de entender. La pregunta habitual del extranjero informado, justo después de la primera referencia a Maradona -ahora Messi- es esa:
-Discúlpame, a mí la Argentina siempre me pareció un gran país, pero lo que yo no entiendo es el peronismo.
Y los argentinos no tenemos el valor suficiente para darle la respuesta correcta:
-Yo tampoco.
Así que imaginamos otras. Nos hemos pasado la vida imaginándolas. El peronismo es, para empezar, el nombre político del derrumbe argentino. Desde que empezó, en 1945, la gobernó más que nadie, y 20 años de los últimos 22 de decadencia.
Son solo cuentas -de colores-; las definiciones abundan, se contradicen, se contestan. Estamos de acuerdo en que el peronismo fue un movimiento nacionalista de origen militar que marcó la entrada a la escena política de los trabajadores que llegaban desde el campo atraídos por el desarrollo industrial, y que sirvió para integrarlos a la sociedad argentina, y que por eso viejos patrones lo combatieron e izquierdas clásicas lo lamentaron. Pero eso fue hace 66 años. Desde entonces, el peronismo fue sindicalismo perseguido en los cincuenta, sindicalismo propatronal en los sesenta, izquierdismo nacionalista en los setenta, nacionalismo fascistoide al mismo tiempo, intentos democristianos en los ochentas, neoliberalismo antiestatal en los noventas, populismo cuasiestatista en los dosmiles -y, en simultáneo, tantas otras cosas-. Por eso el extranjero informado, ansioso, inquisidor, insiste:
-Pero, entonces, ¿el peronismo es de izquierda o de derecha?
-Bueno, en realidad...
El argentino no sabe decir que no sabe, así que guitarrea. Recuerda que alguien dijo que el peronismo no era algo explicable: "un sentimiento". Y que un escritor actual pero tanguero dice que es la "nostalgia de un país que casi fue", y que ciertos politólogos, pragmáticos, lo definen como la única voluntad de poder real en estas pampas: ganas de ganar para ganar. Tantas, que consiguió producir uno de los mitos más potentes de nuestra extensa mitología política: que "solo el peronismo puede gobernar Argentina". Para eso se reinventa cada tanto, se escapa de su historia, conserva sus ritos y sus gritos y se vuelve su opuesto: se deshace para seguir siendo poder. Cualquier poder, el sol que más caliente.
Por eso dije, hace poco, en un libro, que no existe: que hablar de peronismo es un abuso léxico porque peronismo no significa nada. "Si una palabra significa demasiadas cosas, esa palabra no funciona y tiende a desaparecer (...). Hablar es poner en acto un pacto: para que una palabra sirva tiene que significar determinadas cosas. Peronismo no cumple con este pacto: con éste tampoco", decía y que, por eso, habría que dejar de decir peronismo: porque nadie habla con palabras que no dicen nada, y porque seguir diciendo peronismo es una forma de someterse a la voluntad de los que medran con esa confusión: de los que consiguen más poder gracias a ella.
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