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Obama no ofrece disculpas por el apoyo de su país al golpe en Chile

El presidente de EE UU pide al régimen cubano que respete los derechos humanos

Antonio Caño

Bajo la solemnidad histórica del palacio de la Moneda, memoria de las peores decisiones de Estados Unidos en América Latina, Barack Obama ofreció ayer una colaboración entre iguales en el continente y dejó constancia de la ausencia de Cuba en el conjunto de democracias que hoy se extienden en la región. Obama mencionó el ejemplo de Las Damas de Blanco, el grupo de mujeres que lucha contra la dictadura cubana, y pidió al Gobierno de La Habana que respete los derechos humanos.

El presidente estadounidense, que durante su mandato ha adoptado varias medidas para facilitar las comunicaciones de la población cubana con el exterior y sus contactos con el exilio, prometió que continuará "buscando los medios para aumentar la independencia del pueblo de Cuba, que merece la misma libertad que cualquier otro en el continente". "Al mismo tiempo", añadió, "las autoridades cubanas tienen que tomar acciones creíbles para respetar los derechos humanos del pueblo de Cuba, no porque nosotros se lo pedimos, sino porque el pueblo de Cuba lo merece".

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Pese a las anomalías del régimen creado en Venezuela, Cuba es, ciertamente, una excepción en una región que en las últimas dos décadas ha sustituido pacíficamente sus sistemas militares por gobiernos democráticos, en su mayor parte, modernos y abiertos al juicio ciudadano. Obama destacó esa realidad, así como la transformación de las sociedades latinoamericanas en eficientes economías que han generado prósperas clases medias nacionales y compiten dignamente en la escena internacional.

Es con esos países reconstituidos y orgullosos con los que Obama ofreció una nueva relación, la "relación entre vecinos que saben que juntos pueden alcanzar cualquier meta". "Yo creo que hoy en las Américas [como se llama en Estados Unidos al continente] no hay socios mayores y socios menores, sino socios iguales. Tenemos obligaciones entre nosotros, y EE UU está trabajando con distintos países del área para cumplir con nuestras responsabilidades", dijo. "Todos somos americanos", añadió en español, en una frase pensada para obtener aplausos que no recibió.

Ninguna frase los provocó. América Latina no es hoy, como demuestran diversos estudios de opinión, una región antiestadounidense. Se sigue de cerca lo que ocurre en EE UU, al que, como norma general, se respeta y admira. Pero existe, al mismo tiempo, un sentimiento de recelo bien justificado por una historia de desprecio e intervenciones a destiempo desde el norte.

Para creer ahora a Obama se requieren por tanto pruebas que, por el momento, no han llegado. Obama ha ignorado a América Latina en la primera mitad de su mandato. Esta era una gran oportunidad para señalar un horizonte de colaboración futura, como ha hecho, pero también para hacer un pequeño repaso de algunos errores pasados, y quizá pedir perdón por ellos. Eso no lo hizo.

El presidente norteamericano destacó la necesidad de superar "viejos debates entre la imagen de Estados Unidos como causa de todos los problemas de la región o ignorante de todos los problemas de la región, que son falsos y no reflejan la realidad". Subsisten esos debates, es cierto, entre algunos círculos ideologizados atados a ciertos tabúes. Pero otros sectores de la población, que no son presa de ese debate, probablemente hubieran dado crédito doble a Obama si hubiera ofrecido alguna forma de disculpas, por ejemplo, por el apoyo político, militar y financiero explícito que Estados Unidos prestó a los militares golpistas que derrocaron a Salvador Allende en 1973.

Obama habló ayer desde un centro cultural construido en los sótanos del edificio en el que ese golpe se perpetró. Nunca iba a tener una mejor ocasión para hacerlo. Los periodistas chilenos se lo pidieron durante la conferencia de prensa que celebró, de forma conjunta, con el presidente Sebastián Piñera. Obama prometió colaborar en lo que esté en su mano en el esclarecimiento de los delitos de Augusto Pinochet, en las circunstancias de la muerte de Allende y también en la del expresidente Eduardo Frei Montalva, de quien ahora hay pruebas de que fue asesinado. Pero no llegó a pedir perdón por el hecho de que uno de sus más notorios antecesores, Richard Nixon, fuese cómplice de un levantamiento militar que dejó más de 3.000 desaparecidos en Chile.

"Aunque es necesario mirar al pasado, no podemos quedarnos atrapados en él", advirtió Obama. No necesita decírselo a los chilenos. Si hay un pueblo pragmático en el continente, es este, y si hay un país ejemplar a la hora de reconciliarse con su historia, ese es Chile. Que Piñera haya sucedido a Michelle Bachelet es una prueba. Lo que no significa que haya enterrado el dolor de una tragedia que, muy probablemente, EE UU podría haber evitado.

El presidente viaja hoy a otro lugar donde la huella norteamericana es también discutible y reciente: El Salvador. Una larga guerra civil se libró ayer en la década de los ochenta entre una guerrilla marxista y un Ejército represor apoyado por Estados Unidos. Es un país pequeño y sin influencia internacional, pero el reto para Obama es gigantesco.

El presidente de Chile, Sebastián Piñera, junto a su homólogo de EE UU, Barack Obama, en el palacio de la Moneda, en Santiago.
El presidente de Chile, Sebastián Piñera, junto a su homólogo de EE UU, Barack Obama, en el palacio de la Moneda, en Santiago.SUSAN WALSH (AP)

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