Merkel no está para fiestas
La canciller alemana vive horas bajas: tiene una mala relación con sus socios de Gobierno, cede en política nuclear y en el rescate griego; y la 'E.coli' no le da cuartel
Usar ante Angela Merkel la expresión inglesa german angst -la proverbial angustia alemana- es como mentar la soga en casa del ahorcado. Lo hizo la semana pasada en Berlín Peter Gruss, presidente de la insigne sociedad científica Max-Planck, sin privarse de recordar los más recientes "miedos" alemanes: el brote infeccioso de bacterias E.coli y el uso civil de la energía nuclear. Merkel escuchaba con atención al biólogo, que enumeraba los temores relacionados con las ciencias naturales. Las bacterias y los átomos son solo dos de los quebraderos de cabeza que están poniendo contra las cuerdas a la coalición de centro-derecha que ella preside.
Completa la panorámica de los temores alemanes el de que la crisis del euro les deje sin dinero. También la fobia al compromiso que los ha esquinado en la foto de familia de las alianzas desde que, en un quiebro inusitado, el Gobierno de Merkel se abstuvo en la votación de Naciones Unidas sobre las sanciones a Gadafi. Crece la impresión de que la primera potencia europea no quita los ojos de su propio ombligo, como si temiera que se lo quede un griego o que se le infecte por alguna bacteria de origen foráneo.
La alianza con los liberales del FDP ya ni merece tener ese nombre
Dentro del partido de Merkel muchos critican las políticas aislacionistas
Merkel comenzó la legislatura disfrutando del raro honor de dirigir un discurso al Congreso de Estados Unidos. La semana pasada regresó a Washington para recibir la Medalla de la Libertad de manos del presidente Barack Obama. En los 19 meses transcurridos entre ambas distinciones, la posición de Merkel dentro y fuera de Alemania se ha deteriorado significativamente.
Las bases de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) escenificaron ayer en la berlinesa Konrad Adenauer Haus un discreto ajuste de cuentas con la canciller. El principal reproche fue la falta de "una línea clara" para un partido que, según un asistente, "ha degenerado en mera asociación de votantes de la canciller". Criticaban los militantes que temas cruciales como el apagón atómico recién aprobado por el Gobierno "no se debaten ni se explican". O, lo que sería peor para Merkel, no se entienden.
Los conservadores no entienden cómo su partido se desmarca del eje Atlántico y del entendimiento con Francia en asuntos fundamentales. Ni que Merkel acabe de repetir sus titubeos de 2010 respecto al segundo paquete de rescate griego. Tras pasarse semanas insistiendo en la participación del sector privado en el próximo rescate, Merkel cedió el viernes en los puntos clave de la negociación ante el presidente francés, Nicolas Sarkozy. Aceptó que dicha participación será voluntaria. Dijo que la "iniciativa de Viena" servirá de base. No habían pasado ni dos semanas desde que su ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, pidió en una carta que la aportación privada al rescate griego fuera "más allá" del rollover voluntario que se pactó en Viena en 2009 para los países del Este. Igual que cuando retrasó por varios meses el rescate de 2010, este viaje de Merkel ha sido bastante corto. Para los críticos, sus dudas solo han servido para encarecer las multimillonarias alforjas del nuevo rescate.
En cuanto a política interior, la coalición entre la CDU de Merkel y los liberales del FDP apenas es ya digna de ese nombre. El FDP se ha hundido en las encuestas y ha perdido en las elecciones de los principales länder. Así, sendas coaliciones entre CDU y FDP dejaron de gobernar en Renania del Norte-Westfalia y en Baden-Württemberg, dos de los Estados más ricos y poblados de Alemania. El abrazo del oso de Merkel a sus socios liberales ha terminado por descabezarlos. Su nuevo presidente, el ministro de Economía Philipp Rösler, se afana en salvar los trastos. Mientras, Merkel y su ministro de Medio Ambiente, Norbert Röttgen (CDU), lanzan guiños a Los Verdes para 2013.
La condición que estos imponen para cualquier pacto de Gobierno es la desconexión nuclear. Merkel ha obligado a los liberales a tragar con ella, forzando un giro de 180 grados. En 2010, CDU y FDP prorrogaron la vida útil de las nucleares por una media de 12 años. Merkel ha recuperado ahora la ley que pactaron en 2002 los socialdemócratas y Los Verdes. Ya no habrá energía nuclear a partir de 2022. Fukushima, dice, le abrió los ojos. Los liberales se resienten de la flagrante incongruencia entre la nueva ley antinuclear y su programa electoral.
En marzo, Merkel permitió a su ministro de Exteriores, el impopular exlíder liberal Guido Westerwelle, que se abstuviera en la votación sobre las sanciones a Libia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. No solo contrarió a la OTAN, sino que se alejó de Francia alineándose con China, Rusia, India y Brasil.
La vocación europeísta de Alemania también quedó en entredicho con la negligente desconsideración hacia los intereses comerciales españoles durante la llamada crisis del pepino. La infundada acusación contra tres hortalizas de Andalucía denotó alivio nacional porque la amenaza bacteriológica viniera de fuera. La floja reacción española dio alas al bulo y permitió que se disimulara por unos días la mala gestión local de la alarma sanitaria.
Miedo a las crisis, miedo a la bacteria, miedo al átomo y miedo al compromiso internacional. El biólogo Gruss planteaba posibles causas epigenéticas de esta actitud alemana: el trauma de los terribles desastres y crímenes cometidos en el pasado les habría hecho mella hereditaria. Sin embargo, es probable que pueda resumirse en un muy humano anhelo de seguridad. Que Merkel intenta satisfacer con sus cuitas, sus tanteos y sus quiebros.
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