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Columna
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'Kirchnosaurio' en combustión

El aparente plan del kirchnerato de presidir Argentina 16 años seguidos en periodos alternos (4+4+4+4) de los dos esposos, Néstor Kirchner (2003-07) y Cristina Fernández (2007-....), quedó el pasado fin de semana gravemente malparado. Uno de sus aliados principales, el vicepresidente y ex radical Julio Cobos, deshizo un empate en el Senado en contra de la señora Kirchner, por lo que ésta tuvo que retirar un proyecto de gravamen extraordinario sobre la exportación de soja. Y ello debería poner fin al conflicto con el campo, que duraba con huelgas, marchas, concentraciones y exaltadas amenazas por ambas partes, desde marzo. Pero la guerra agraria apenas velaba apuestas mucho mayores: la continuidad del Gobierno presidencialista de la pareja, en el marco de una pugna por el poder dentro del propio peronismo.

Cristina Fernández ganó las elecciones con el 46% de sufragios, pero no todos eran suyos, sino de una coalición, el Frente de la Victoria, en la que se integraban radicales escindidos como Cobos, el Partido Socialista, izquierdistas sin domicilio fijo, más una parte del peronismo que pudo darle entonces su voto, pero sin desarmar por ello su oposición, que hoy encarna el Frente Transversal del antiguo patrón de Kirchner, Eduardo Duhalde, al que se suman una fronda de ex gobernadores provinciales y, desde otra izquierda, las Abuelas -tan comprensivas con ETA- de la Plaza de Mayo. Sobre el papel, federalismo contra unitarismo, derecha contra izquierda, parlamentarismo contra presidencialismo; pero en la práctica, conflicto interno del peronismo.

El justicialismo ha sido el líquido amniótico en el que ha vivido en suspensión la política de la Argentina contemporánea. Desde que lo echó a andar un coronel Perón en octubre de 1945, ha sido un artefacto con dos orillas y una palanqueta. Las orillas son el estatismo, la caja o los dineros del poder, y el populismo, una cultura política de fuerte fraseología emocional e incluso anti-sistémica; y la palanqueta, el sindicalismo, una fuerza de choque para (casi) todas las ocasiones.

El tándem Kirchner-Fernández se declara seriamente de izquierda. Pero esa maquinaria de poder se adapta con igual facilidad a políticas plenamente conservadoras. El estatismo, sobre todo en los países hispánicos, de carácter autárquico y corrupto, no le es ajeno a la derecha; el populismo, como quiera que se autodesigne, igual sirve para un barrido que para un fregado y el sindicalismo, aunque defienda derechos sociales, puede ser tan reaccionario y corporativista como el que más. De ahí se deriva una especial cualidad de superviviente del justicialismo, que no sólo es un partido ómnibus, sino multiuso.

¿Puede cambiar de política la pareja presidencial bajo el impacto de su fracaso? ¿Cabe que deje de doblar la apuesta hasta llegar a la amenaza, como ha sido su estrategia preferida? Muchos analistas argentinos están básicamente de acuerdo en que una forma autoritaria de gobernar ha concluido; pero les resulta más difícil determinar qué es lo que ahora comienza. ¿Puede el dúo presidencial descentralizar, delegar, alejarse de la orilla del tercerismo que encarna su medio compadre, el venezolano Hugo Chávez? ¿Se avendrá a prescindir de su mesa chica, el sanedrín de colaboradores que gobiernan al Gobierno? El kirchnosaurio, la construcción de poder del kirchnerato, es un nuevo tipo de animal político, que se diferencia de otros compactos duales de poder como Nixon-Kissinger, Rabin-Peres o incluso el inacabado Clinton-Clinton, en que de todos ellos sabíamos quién hacía qué, y aunque formaban un nuevo ente político, sus componentes no se disolvían en el seno de la criatura; Peres y Kissinger maquinaban mientras sus jefes daban la cara y fijaban objetivos, en tanto que de Néstor y Cristina, que no han servido mal al país en el mandato del primero, no parece saberse quién hace de Richard y quién de Henry.

Los designios matrimoniales entre la Casa Rosada, donde mora la presidenta, y Puerto Madero, donde tiene su sede el ex presidente, sólo pueden hallar la horma de su zapato si el peronismo se opone a la continuidad de la gran construcción del kirchnerato, el kirchnosaurio gobernante, porque la oposición extramuros (lo que quede del Partido Radical, la comitiva de Elisa Carrió, y una pila de derechistas sin auténticas redes partidarias) jamás constituirá una verdadera coalición anti-peronista. Seguramente se abre un inestable periodo de negociación en el interior del justicialismo, en el que la meta del sector crítico habría de ser la anulación o el divorcio del matrimonio político que hoy ocupa la presidencia de Argentina.

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