Italia empieza a preparar el 'día después' de Berlusconi
El romance del líder con los votantes se agota - Los partidos toman posiciones para el relevo
El jueves pasado, durante el programa de debate político Ballarò' de RAI3, al ministro de Economía, Giulio Tremonti -posible sucesor de Silvio Berlusconi al frente del Pueblo de la Libertad (PDL)-, le preguntaron por los aciertos del primer ministro en este año y medio de legislatura. Traicionado por el subconsciente, o quizá por la vanidad, Tremonti hizo un largo elogio de su "sabia y prudente" política económica y obvió toda referencia al jefe. El presentador, Giovanni Floris, aguantó estoico y luego apostilló con ironía: "Así que lo único bueno que ha hecho Berlusconi es nombrarle a usted...".
La anécdota es expresiva del momento político que vive Italia. A 18 meses de haber ganado las elecciones por amplia mayoría, y con la oposición convertida en un juguete roto, ni siquiera sus ministros se atreven a defender en público al jefe de Gobierno, y algunos prefieren promocionarse para el futuro inmediato, el llamado dopo Berlusconi.
Nadie espera un fin rápido, pero sus problemas 'personales' crecen
¿Acaso existe una alternativa? Fini y 50 diputados urgen a un debate interno
Para el presidente de la agencia Ansa, "ha comenzado el final del berlusconismo"
Il Cavaliere ha bajado 21 puntos en los sondeos desde hace un año
¿Cuánto de inmediato? Ésa es la gran duda. El run run de ruptura en la coalición del Gobierno; la forja de nuevas alianzas más o menos viables; el temor a que la investigación de Bari destile todavía más fango, la tortuosa relación Estado-Iglesia y la delicada situación económica forman un rompecabezas endemoniado, y nadie sabe cómo podrá Berlusconi aguantar cuatro años más esa tormenta perfecta.
El ex juez Antonio Di Pietro, líder de Italia de los Valores, pronosticó tenebroso el viernes que "la implosión está muy cerca, y Berlusconi caerá como Sadam Husein, levantando el dedo y fingiendo que no pasa nada". A la invectiva replicó ayer el ministro de Administración Pública, Renato Bruneta, socialista berlusconiano, que acusó a las "élites de mierda de la izquierda mala, parasitaria, burocrática y editorial" de estar "preparando el golpe de Estado".
Que el declive de Berlusconi es notorio no lo duda nadie, ni en Italia ni sobre todo fuera, si exceptuamos quizá a su "cordial amigo" español, José Luis Rodríguez Zapatero. Desde que su mujer, Veronica Lario, denunciara al mundo sus obsesivas andanzas sexuales con prostitutas y velinas, algunas de ellas promovidas a candidatas del partido, la decadencia y los nervios del primer ministro no han hecho más que crecer.
"Ha comenzado la fase final del berlusconismo", comenta Giulio Anselmi, presidente de la agencia Ansa. "Los sondeos muestran que su romance con los italianos se ha desinflado, quizá porque ahora sabemos que los extranjeros piensan que los italianos estamos locos. El problema", añade, "es que nadie puede decir cuánto durará esta fase".
Aunque Berlusconi, "torero sin miedo", parece dispuesto a morir matando, el tercer aviso ha sonado en su terreno favorito, la televisión: el programa de la RAI Porta a Porta de su amigo Bruno Vespa, diseñado con mimo para retomar la iniciativa con su tema más popular, el terremoto de L'Aquila, logró esta semana un escuálido 13,5% de audiencia que induce a pensar que muchos electores se han cansado del "mejor primer ministro italiano en los 150 años de historia del país".
Desde octubre, Berlusconi ha bajado 21 puntos en los sondeos, pero no todo el ocaso se explica por la mezcla de faldas y negocios de un abuelo de 72 años: muchos italianos sonríen y otros, como dice él mismo, directamente le envidian. Domenico Riganò, jubilado de 82 años, lo explica así: "Mis paisanos sólo prefieren la democracia a la dictadura porque en la democracia pueden elegir entre dos amos".
Pero los electores pidieron en las urnas estabilidad, y parecen sentirse traicionados por la aguda división abierta en la derecha, sobre todo a raíz de los ataques de Il Giornale, periódico de la familia Berlusconi, contra los críticos en teoría más afines, especialmente Dino Boffo, ex director del diario episcopal Avvenire, y Gianfranco Fini, cofundador del PDL y presidente de la Cámara de Diputados.
Fini, viejo príncipe posfascista reconvertido en defensor de una política laica, decente y nada populista, ha frenado los embates de una Liga Norte cada día más agresiva, y ha maniobrado reuniéndose con Pierferdinando Cassini, líder de los democristianos, y con Francesco Rutelli, centrista católico en las filas del Partido Democrático, y promoviendo una carta firmada por 50 parlamentarios (ex miembros de Alianza Nacional) en la que urge a Berlusconi a afrontar el debate interno.
La libertad de prensa se ha convertido en otro caballo de batalla crucial. Giulio Anselmi era el director de La Stampa, el diario editado por la FIAT. Fue despedido en marzo después de que Berlusconi dijera en público que tanto él como Paolo Mieli -también despedido del Corriere della Sera- debían cambiar de oficio. "La sensibilidad de los italianos con la libertad de prensa siempre ha sido escasa", explica Anselmi, "pero hoy estamos viviendo la situación de mayor tensión que yo recuerde. Si sus ataques contra la prensa hubiesen ocurrido en Estados Unidos o en Inglaterra, habría habido una revolución".
"Al mismo tiempo", reflexiona, "no hay una alternativa clara de Gobierno ni en su propio partido ni en la oposición, y eso hace pensar que, si no tiene nuevos problemas personales, Berlusconi acabará la legislatura".
No parece fácil. Su situación internacional tampoco es halagüeña, como indican las declaraciones del nuevo embajador estadounidense, David Thorne, sobre la "excesiva dependencia energética de Italia", que algunos analistas han leído como una advertencia a Berlusconi sobre sus relaciones peligrosas con el ruso Vladímir Putin y el libio Muammar el Gaddafi.
El flanco menos temible es el de la oposición, embutida desde antes del verano en un agotador camino hacia el congreso del Partido Democrático, que acabará a finales de octubre con la elección de un nuevo secretario general. Concurren Pier Luigi Bersani, ex comunista; Dario Franceschini, ex democristiano, e Ignazio Marino, un desconocido. Bersani lidera las encuestas; luego hará falta, como dice el escritor Andrea Camilleri, "que ligue la mayonesa de los ex comunistas con el Opus Dei".
Italia es un teatro imprevisible en el que todo puede pasar. Los jueces jugarán su papel en las próximas semanas. Y las noticias que llegan de Bari son cada vez peores. Gianpaolo Tarantini, reclutador durante meses de prostitutas y velinas para las fiestas del primer ministro, ingresó el viernes en la cárcel acusado de tráfico de drogas. Los jueces creen que llevó "kilos y kilos" de cocaína -además de mucho éxtasis- a Cerdeña en agosto de 2008, cuando conoció a Berlusconi en Villa Certosa, y sospechan que se los compró a la mafia. Tarantini pasó al menos 18 noches con Berlusconi, y ambos hablaban frecuentemente por teléfono.
Además, el Tribunal Constitucional decidirá el 6 de octubre si el Laudo Alfano, la ley de impunidad aprobada por Il Cavaliere para escapar de los procesos pendientes y por venir, es constitucional o no. Si no lo fuera, como ha advertido la abogacía del Estado, "no tendría la tranquilidad suficiente para gobernar".
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